Virgen del Milagro

Arzobispado de Salta

 

“¡Dios te salve Madre, Reina de los cielos, esperanza nuestra, refugio y consuelo!” El Milagro es un Don del cielo que nos vino de la mano de María. En aquellas horas de aflicción, de miedo y desesperación, la Virgen, en la imagen purísima de la Inmaculada Concepción, mostró su cariño y protección de Madre para con su pueblo. Con su oración confiada a su Hijo, presente en la Eucaristía, nos alcanzó el Milagro de la conversión de vidas signadas por el olvido y la ingratitud a vidas comprometidas y amantes del Señor Crucificado. En su silencio elocuente, en su mirada llena de esperanza, en sus manos abiertas acogiéndonos a todos, nos repite “hagan lo que Él, les diga”.

Nuestra Madre, Gloria de nuestro pueblo, es el modelo de todo cristiano que quiere entregar su vida al Señor y ser forjador de comunión; Gloria es la palabra pascual por excelencia, es sinónimo de vida nueva, de renovación interior, de vida de resucitados. María vivió en plenitud la Pascua de Jesús, ella la primera redimida, nos enseña a vivir como resucitados; “Haz Madre y Señora, que todos logremos el fruto después de aqueste destierro”: nos recuerda que nuestro gozoso destino es el Cielo en la comunión eterna de amor junto a Dios, nos anima a peregrinar tras los pasos de su Hijo, para tomar la cruz, sin miedos y rodeos; para caminar en fidelidad hacia la Pascua, en la perseverancia de lo cotidiano.

Su vida es expresión de una existencia eucarística ; nos decía el papa Juan Pablo II: “En cierto sentido, María ha practicado su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo…hay pues una analogía profunda entre el fíat pronunciado por María a las palabras del ángel y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el Cuerpo del Señor…María, con toda su vida junto a Cristo y no solamente en el calvario, hizo suya la dimensión sacrificial de la eucaristía…” (EE54) En efecto el Cuerpo entregado en la cruz y sacramentalmente en cada eucaristía, ¡es el mismo cuerpo concebido en su seno!. María nos enseña, con su ejemplo, a llevar una vida eucarística, a construir una cultura desde el ofrecimiento y el sacrificio por amor a todos los hombres, por una sociedad más justa; nos enseña a ser más humanos sin olvidarnos del Cielo. 

María Santísima, modelo de comunión, nos educa para ser artífices de comunión; en estos momentos de tanta división entre familias, poderes, clases sociales y partidismos, Ella nos enseña desde cada Eucaristía, a ser promotores de la unidad y el diálogo que nos hace partir desde lo que nos une como Pueblo, como familia, afirmados en los valores evangélicos que nos posibilitan una vida digna, solidaria y justa. En cada Milagro, como en el primer Milagro de 1692, Ella es una figura que nos dispone para escuchar a su Hijo, para abrirle las puertas del alma, estar en comunión con Él y los hermanos, y el 16 de setiembre salir con la fuerza de la Renovación del Pacto a dar testimonio del Evangelio salvador, dignificante, liberador y humanizador del hombre.

María Purísima del Milagro, una vez más inclínate con tu amor, a pedir a tu Divino Hijo crucificado, por nosotros que estamos sacudidos por la tormenta del pecado que no sólo hiere al hombre en su corazón, sino que se instala en estructuras de pecado que afectan a todo el tejido social; Madre, en este momento de la historia, aviva nuestra fe para proclamar con fuerza el Evangelio de la redención de todo el hombre y de todos los hombres; para gritar con voz profética, que Jesús vive, que su palabra es vida que nos libra de las sombras de la muerte, que su mensaje es camino que nos guía por las sendas de la paz en la justicia tan larga y sedientamente esperada, que el amor en la verdad desea arder en toda la tierra para iluminar a todo hombre grande o pequeño y que no se puede prescindir del riesgo de perder el rumbo, hasta el punto de dejar a Dios de lado y hacer de los hermanos objetos y no personas. Enséñanos a ser forjadores de comunión, de unidad sincera y desinteresada; en fin enséñanos a ser hostias vivas agradables a Dios Padre.

“La Virgen intacta, la pura, la hermosa… La Madre sin manchas del dulce Jesús, La Reina clemente, la Reina piadosaQue tiene en el cielo su trono de luz… Ella por los hombres, por los pecadores, con tanta ternura y empeño rogó, que vieron su rostro cambiar de colores…y hasta su corona de Reina dejó…Y su Hijo la escucha, la escucha y perdona,al pueblo contrito por su intercesión. El pueblo le llama su dulce Patrona, ¡Virgen del Milagro! Con admiración.La tierra convulsa recobra su calma… Se aquieta la furia del ronco temblor, de la muchedumbre conmuévase el almaArdiendo en la hoguera de un cálido amor.” Amén.