Nuestra Señora de Luján, Madre de un pueblo que se mantiene de pie

Sergio Zalba

 

La corona, construida en Francia, fue bendecida el 30 de septiembre de 1886 por el Papa León XIII, y el 8 de mayo de 1887 se llevó a cabo la solemne coronación de la imagen de la "Pura y Limpia Concepción del Río Luján". Según relatan las crónicas, unas 40.000 personas se habrían dado sita para presenciar ese acontecimiento. Desde ese día, cada 8 de mayo se celebra la fiesta en honor a la patrona de los argentinos.

El dato histórico, aunque de gran importancia en su momento porque significó el reconocimiento "oficial" de la devoción local, hoy tiene poca trascendencia. De hecho, son muchos los peregrinos que lo desconocen y en nada afecta a su devoción. De hecho, también, la Virgen de Luján ya se había metido en el corazón de la fe popular desde hacía más de doscientos años.

Hay otros datos, sin embargo, - también históricos - pero mucho menos solemnes y bastante menos "puros". Datos que tal vez, aún siendo poco conocidos, resulten más importantes en la comprensión de su arraigo popular.

La imagen llega al país en una carga ilegal: llega de contrabando. Por ese motivo, la carreta que debía trasladarla a Sumampa (Santiago del Estero), porque ese era su destino original, no toma la ruta real y busca atravesar las pampas por un camino alternativo cruzando propiedades de hacendados habituados a ese tipo de negocios. En la misma travesía, se trasladaba otra carga bastante poco evangélica, nada menos que un esclavo, un negro "cristianado" que cumpliría sus servicios en la casa de algún aristócrata colonizador. Ambos, la imagen y el Negro Manuel, una vez sucedido el "milagro de Luján", se instalan en la estancia de un tal Diego Rosendo (terreno donde se detuvo la carreta) hasta poco después que éste falleciera.

Al tiempo, la Sra. Ana de Matos, adinerada estanciera viuda de un capitán español, pretende llevar la imagen a sus dominios para ofrecerle un lugar más adecuado. La vida de esta dama también conocía reveces oscuros. Entre otros, resulta que su hijo menor era fruto de un amor secreto durante los viajes de su noble esposo. Para solicitar el retiro de la imagen de su ermita primitiva, se reúne con el sacerdote Juan de Oramas, administrador heredero de don Rosendo. Éste se niega terminantemente: - Ese es el lugar que eligió la Virgen... fue su argumento principal. Pero doña Matos, mujer práctica en asuntos comerciales, le ofrece un arreglo por $ 200. - Así puede ser, fue la nueva respuesta del padre Juan; - y en honor a su generosidad, también puede llevarse al esclavo, concluyó.

No quedan dudas. El entrono del milagro lujanense no fue un derroche de santidad, ni mucho menos. Fue una muestra más de cómo el cielo se entremezcla con la tierra, de cómo lo divino asume lo humano hasta en sus aristas más procaces y menos nobles. La "Pura y Limpia Concepción del Río Luján", aparece conducida por las menos puras y limpias de las actitudes humanas: la mentira y el robo institucionalizados (el contrabando), el interés personal (el arreglo), las infidelidades... Tampoco quedan dudas de que lo más puro y limpio de su entrono, ha sido el negro esclavo Manuel. ¡O casualidad!, el pobre y olvidado de esta historia, el desheredado, el desterrado, el que fue arrancado de sus lazos familiares para ventaja de los poderosos. "Yo soy de la Virgen, nomás", fue su lema personal. Y dedicó su vida para servirla en el cuidado del altar y en la atención a los enfermos y peregrinos.

Tampoco estas entretelas gozan de gran conocimiento público. Y en tal sentido, no difieren demasiado de la historia oficial de su coronación. Sin embargo, la religiosidad popular, como expresión sencilla de fe profunda, se asocia mucho más a ese origen de ribetes impíos, que a la piadosa, solemne y pulcra confirmación de su realeza.


Luján en la fe del pueblo

Desde sus primeros años, la Virgen de Luján convocó a multitudes. Su manto celeste y blanco, que – obviamente – no heredó de la bandera argentina sino de anteriores tradiciones hispánicas, se hace signo igualmente de la identidad nacional.

En la religiosidad popular latinoamericana, la Virgen ocupa un lugar de preeminencia. No desplaza al Hijo, como algunos temen, sino que lo ayuda a encarnar el Evangelio en la realidad cultural de cada pueblo: la Madre congrega a este pueblo concreto para que se encarne el mensaje y la persona de Jesús.

Parece que esta es la experiencia histórica de América Latina, y de allí que cada nación se apropie de una imagen (advocación) que la identifica en su vínculo con el Evangelio y en su peculiar derrotero en la construcción del reino. María de Guadalupe, Ntra. Sra. Aparecida, la Virgen de Caacupé... son algunos ejemplos. 

Aunque pueda resultar odioso, las advocaciones "importadas" como Lourdes, Fátima y otras, no entran en esta lista. Para sus devotos, ellas se presentan como mediadoras de gracias particulares y no, en este caso, como la madre que congrega y conforma al pueblo de Dios desde la peculiaridad de su cultura.

Por esto es que Luján tiene un valor fundante e inigualable en la religiosidad popular argentina. Por eso su santuario recibe cerca de seis millones de peregrinos al año, y entre otras pequeñeces, se realizan allí hasta quince mil bautismos anuales (sí, algunos fines de semana, el número supera los quinientos). 

Estos datos no son simplemente estadísticos, refieren a otra hondura. El pueblo religioso en general, y el más humilde en particular, encuentra en la Virgen de Luján su más representativa referencia divina, y a la vez más humana, del ser-con-otros, del ser familia. Y por eso tantos bautismos y tantas visitas familiares. Y por eso también, tantas peregrinaciones: las multitudinarias, las parroquiales, las diocesanas, las de las colectividades, las de los gauchos...

En la devoción lujanense culturalmente incorporada como Madre y Hacedora del Pueblo, la religiosidad popular encuentra el modelo de sociedad que anhela y a la vez el que rechaza. Un modelo fraterno y solidario que reconoce y asume los límites humanos mucho antes que sus grandezas; su pobreza antes que su gloria; sus debilidades, antes que sus fortalezas. Un modelo comunitario que resiste a las imposiciones culturales del individualismo y de la globalización uniformante; que resiste a las estrategias opresoras del "divide y reinarás"; y que resiste, incluso, a un sistema religioso que desde el dogma y la moral desencarnadas, sabe tornarse excluyente. Un modelo socioreligioso, en definitiva, que se nutre en la fe y se construye en el trajín cotidiano.

La devoción por la Virgen de Lujan no es el arrebato candoroso de un puñado más o menos grande de personas. Es el símbolo de un pueblo que se mantiene de pie; de un pueblo que peregrina - a pesar del desgaste, del hambre y de la indolencia ilustrada -en la búsqueda de su felicidad. Es la síntesis simbólica de un programa de vida, y a la vez, un enorme desafío pastoral.

Fuente: san-pablo.com.ar