Fiesta de la Virgen de la Caridad, Bank United, Miami, Fl. Homilia del P. Rolando Cabrera, Septiembre 8, 2015 


Querido Arzobispo,
Queridos hermanos y hermanas:

“No pudieron los azares de la guerra, ni los trabajos para librar nuestra subsistencia apagar la fe y el amor que nuestro pueblo católico profesa a esa Virgen venerada, y antes al contrario, en el fragor de los combates y en las mayores vicisitudes de la vida, cuando más cercana estaba la muerte o más próxima la desesperación, surgió siempre como luz disipadora de todo peligro, o como rocío consolador para nuestras almas, la visión de esa Virgen cubana por excelencia…”

Con estas palabras, hace ya 100 años, el 24 de septiembre de 1915, un grupo de veteranos de nuestras Guerras de Independencia, encabezados por el Mayor General Jesús Rabí, se dirigen al Papa Benedicto XV, solicitándole que declarase a la Virgen de la Caridad del Cobre como Patrona de Cuba. Para valorar el alcance y la significación de este singular gesto patriótico y espiritual, debemos tener en cuenta, al menos brevemente, el contexto histórico en el que se produce.

¿Quiénes eran estos veteranos y de donde venían? Eran mambises, hombres que soñaban con una Cuba libre y soberana y que habían luchado por ver realizado su sueño. Venían de la manigua donde habían sacrificado lo mejor de su juventud… Sin embargo, como el resto de los que habían sobrevivido al frente de batalla vieron como, al final de la contienda, prácticamente se les privó de su triunfo, se les impidió desfilar victoriosos por las calles de Santiago de Cuba y se les excluyó de las negociaciones del Tratado de París en las que se decidiría la futura suerte de Cuba. Como el resto de su generación, vieron dilatada la soñada independencia de la Patria con la intervención norteamericana, de 1898 a 1902, y posteriormente vivieron el advenimiento de la nueva República, el 20 de mayo de 1902, con una Constitución que dejaba las puertas abiertas a la intervención extranjera en determinadas circunstancias. Como el resto de su generación, fueron testigos de las tensiones políticas que pusieron fin al gobierno del primer presidente cubano democráticamente electo, Tomas Estrada Palma, y provocaron la segunda intervención norteamericana, de 1906 a 1909. Como el resto de su generación, vivieron el estallido de conflictos raciales irresueltos que llevaron a la sublevación armada del Partido Independiente de Color, en 1912, la cual fue sofocada con la muerte de al menos 3000 personas, en su mayoría de color… ¡Y todo esto en apenas 13 años de historia nacional independiente..! ¿Era esa la Cuba que habían soñado y por la que habían luchado? Como el resto de su generación, nuestros veteranos tenían muchas razones para estar frustrados y decepcionados. Cuando estos hablan al Papa de vicisitudes de la vida próximas a la desesperación no solo se refieren a su pasado insurrecto en la manigua, sino al presente de la Patria.

Sin embargo, nuestros veteranos no ceden al desencanto o la desesperanza. Ante la fragilidad y vulnerabilidad de la nueva República, situada en el medio de contradicciones internas en la naciente sociedad e intereses foráneos, los ojos de este grupo de patriotas se vuelven a la Virgen de la Caridad bajo cuyo amparo y protección desean colocar a la nueva Cuba. A ello los mueve su profundo amor a la Patria y su inquebrantable fe católica, aun cuando muchos de su misma generación veían a la Iglesia Católica con recelo, tildándola incluso de anticubana, por su pasada vinculación con el régimen colonial español. Para estos patriotas cubanos, sin embargo, como mencionan en su solicitud al Papa, junto a la gloria de haber luchado por la libertad de Cuba, está la “de pertenecer a la Iglesia Católica Apostólica Romana, en cuyo seno nacimos, al amparo de sus preceptos vivimos y de acuerdo con ellos queremos dejar de existir…”

Al poner los ojos en María, los veteranos miran al pasado, a una historia nacional que ha estado siempre acompañada por la presencia y el amparo maternales de la Virgen de la Caridad desde aquel bendito día de 1612 cuando su imagen apareció flotando en la Bahía de Nipe en medio de la tormenta. A sus pies habían colocado el inicio y el final de nuestra gesta de independencia; con la tela de su altar habían confeccionado la primera bandera cubana; bajo su sombra habían visto la liberación de los primeros esclavos en suelo cubano; su recuerdo y su imagen los habían acompañado en el campo de batalla; ella había mantenido viva la esperanza de su regreso al hogar en sus madres y esposas… ¡Cómo olvidar todo eso! No se puede hablar de la historia de Cuba sin tener en cuenta a la Virgen de la Caridad.

Pero sobre todo miran al futuro porque la Virgen de la Caridad encarna el sueño de libertad, justicia, hermandad y dignidad que ellos tienen para Cuba y por el que habían luchado. Ese sueño preñado de esperanza es el legado que quieren dejar a las futuras generaciones de cubanos, en los momentos en que su propia generación estaba comenzando a extinguirse. El mismo general Rabí moriría apenas unos meses después, el 5 de diciembre de 1915, lo que hace que esta petición adquiera valor de testamento espiritual. Para estos patriotas, colocar la Patria bajo la protección y guía de María de la Caridad es la garantía de que su sueño no muera. ¿Qué pueden ver estos veteranos en la Virgen de la Caridad que les recuerda a la Cuba soñada? ¿Qué podemos ver nosotros?

En el rostro mestizo de la bendita imagen de la Virgen de la Caridad, se puede ver una Cuba plural donde caben todos, donde hay espacio para todos, donde nadie es excluido por motivos de raza, credo religioso u opciones políticas, donde todos podemos compartir el mismo sueño de un futuro mejor bajo el mismo manto de la Patria, la Patria “con todos y para el bien de todos” que soñara José Martí, una Cuba en la que las embarcaciones se queden ancladas como la que acompaña a su bendita imagen, o solo se hagan a la mar para buscar la sal del sustento diario y no para, atravesando los más graves peligros, encontrar esos espacios de libertad y participación para todos en otras orillas.

En la pequeñez de su talla, se puede ver a Cuba, pequeña por su insularidad pero grande por la universalidad de su cultura en la que confluyen y se integran elementos de los continentes más diversos.

En su título hermoso de la Caridad, se puede ver una Cuba que tiene la caridad por cimiento de la sociedad, caridad entendida como libertad, justicia, respeto a los derechos y la dignidad de la persona humana, solidaridad con los más pobres y necesitados, y entrañas de misericordia ante toda miseria humana... Caridad que tiene su fundamento último en el amor a Aquel a quien María nos enseñó a escuchar: “Hagan lo que El les diga”.

En María, la Virgen de la Anunciación, cuyo relato evangélico acabamos de escuchar, se puede ver una Cuba abierta a los designios insospechados de Dios para su historia, asumiéndolos sin comprenderlos del todo, pero con la serena confianza de que alberga en su seno una promesa de libertad para todos sus hijos que un día irremediablemente irrumpirá en nuestra tierra, porque para Dios no hay nada imposible.

En María, la Virgen del Magnificat, se puede ver una Cuba que engrandece o magnifica solo a Dios, sin poner en el lugar de Dios a ningún caudillo, ideología o partido político, consciente de que toda realidad de este mundo es siempre penúltima con relación al Reino de Dios. En la Virgen del Magnificat, se puede ver también una Cuba que espera y confía que las promesas de Dios se cumplirán, el Dios lleno de misericordia que, como ella proclama, “hace proezas con su brazo, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos…” Tenemos aquí en el canto de María, la promesa de un nuevo orden basado en el amor e inseparable de la justicia. María no es una criatura desencarnada o desligada del sufrimiento de su pueblo, ella se hace eco del dolor, las lágrimas y los anhelos de justicia de todos sus hijos y los transforma en un canto de esperanza en la acción de Dios, de la cual ella misma es un instrumento privilegiado. Por ello, en la Virgen del Magnificat, podemos ver no solo la Cuba que espera y confía en las promesas de Dios sino también la Cuba profética que pone en acto lo que espera. En el Magnificat, todos los verbos se traducen al presente. Lo que se espera en el futuro ya ha comenzado a suceder en el presente por medio de María. El futuro de Cuba ya ha comenzado a acontecer en todos los que dentro y fuera de ella mantienen vivo el sueño de una Patria más libre y más justa y se esfuerzan por conseguirlo.

En María, la Virgen de los Dolores, se puede ver a Cuba que sufre, que llora pero que no se derrumba ante los que le cierran la puerta al amor, ni ante los que quieren matar el futuro de redención que ella trae al mundo, ni ante el desarraigo del exilio. En ella, la Virgen del Calvario, vemos también a Cuba erguida, de pie, no doblegada, ante el odio y la violencia que se abaten sobre sus hijos, con la confianza creyente de que el mal nunca tiene la última palabra y con la esperanza de que a la cruz sigue siempre un amanecer luminoso de resurrección y de vida. María es fuerte porque cree, ama y espera. Ella nos enseña a no tener miedo de nuestra debilidad, porque en nuestra debilidad se crece siempre la fuerza de Dios.

¡Qué intuición más poderosa la de nuestros veteranos aquel 24 de septiembre de 1915! Les debemos eterna gratitud. María de la Caridad simboliza a Cuba. María de la Caridad es Cuba. María de la Caridad encarna el futuro de libertad, paz, justicia y dignidad que todos soñamos para la Patria. Honrarla a ella como Patrona, después que el mismo Papa Benedicto XV accediera a la súplica de los veteranos, el 10 de mayo de 1916, nos ha permitido a varias generaciones de cubanos, donde quiera que estemos, hasta el día de hoy, sentirnos identificados con la Patria y mantener vivo el sueño.

Cuando los más de 30000 cubanos exiliados reunidos en el Estadio Bobby Maduro, un 8 de septiembre de 1961, vieron entrar la réplica de la bendita imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre, recién traída de la Isla, sintieron renacer la esperanza. Atrás había quedado la tierra que los vio nacer, pero con la presencia de María de la Caridad sintieron que la Patria venía con ellos y que no todo estaba perdido. Por eso nuestro querido e inolvidable Mons. Agustín Román, Pastor, Profeta y Patriarca del exilio cubano, quiso construirle una Ermita junto al mar para que, contemplándola a ella, contemplemos a la Patria que se adivina en lontananza y mantengamos viva la esperanza. Por eso nos reunimos cada 8 de septiembre en esta arena y en muchos otros lugares del mundo para expresar nuestro amor y devoción a la Virgen de la Caridad y a través de ella, conectar con la Patria que amamos y con el sueño de libertad y justicia que para ella tuvieron sus mejores hijos, sueño que queremos mantener vivo.

Ahora, recordemos que la Cuba que soñaron nuestros mambises y vieron reflejada en la persona de la Virgen de la Caridad no es algo que solo existe en nuestra mente. Esa Cuba somos nosotros, los cubanos donde quiera que estemos. Así pues, toca a nosotros encarnar en nuestra vida cotidiana esos valores que vemos reflejados en María, modelo de creyente: fidelidad a Dios y docilidad a su Palabra; humildad de reconocer que todo lo que somos y tenemos es por la gracia de Dios; gozo de sabernos amados incondicionalmente por Dios; gratitud y alabanza a Dios por los dones recibidos y por las maravillas que no deja de hacer en nosotros; servicio a los más pobres y necesitados; solidaridad con los sufren; justicia en todo lo que hacemos y decimos; misericordia infinita y perdón sin límites; respeto a la dignidad y las opciones de los otros; libertad en el corazón de todo lo que nos ata, nos esclaviza y nos impide amar; serenidad y fortaleza ante el dolor, y una esperanza inquebrantable en el cumplimiento de las promesas irrevocables de Dios junto al compromiso de compartir con todos esa esperanza.

Se trata, en definitiva, de poner en práctica con la ayuda de la gracia de Dios, el contenido del título con que María se presenta a los cubanos, “Yo soy la Virgen de la Caridad”. Como dijo el Papa Francisco al pueblo cubano en su mensaje con motivo de la Fiesta de la Patrona, el pasado año: “qué lindo sería que todo cubano, especialmente la gente joven, pudiera decir lo mismo: ‘yo soy un hombre de la caridad’, vivo para amar de veras”. Para eso, afirma Pablo en su Carta a los Efesios, “nos eligió Dios en la persona de Cristo antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables ante El por el amor”.

Queridos hermanos y hermanas, han pasado ya cien años de la petición de los veteranos mambises al Papa y los tiempos en que vivimos son, de alguna manera, similares a los que a ellos les tocó vivir. Una vez más, Cuba parece estar en el medio de intereses políticos o económicos de dentro y de fuera. Una vez más, pareciera que la verdadera libertad de Cuba queda preterida o supeditada a otras prioridades. Una vez más, hay cubanos patriotas que se sienten excluidos de la suerte de la Patria. Una vez más, la actuación histórica de la Iglesia provoca recelo, cuestionamientos o rechazo… Nada de esto es nuevo en nuestra historia como nos lo demuestra la experiencia de nuestros veteranos. Como ellos, no cedamos a la desesperanza y al lamento estéril. Como ellos, no esperemos de otros lo que nosotros estamos llamados a ser y hacer. Como ellos, desde la fe, alcemos nuestra mirada a la Virgen de la Caridad y, con ella, al Dios rico en misericordia, esa misericordia de la que el Papa Francisco quiere ser mensajero en su próxima visita a suelo cubano, y que, como proclama María en el Magnificat, tiene el poder de transformar la historia. El exilio cubano conoce ya varias generaciones pero hay algo que no cambia y nos sigue identificando: nuestra devoción a la Virgen de la Caridad y nuestro amor a la Patria, lejana pero no perdida. Nunca renunciemos al sueño para Cuba que nos legaron nuestros veteranos y, como María, mantengamos viva la esperanza de que las promesas de Dios se cumplirán, porque para Dios nada hay imposible.

¡Virgen de la Caridad, ruega por nosotros!
¡Qué Dios conceda la gloria eterna a nuestros veteranos y sostenga a todos los que mantienen vivo su sueño de libertad!
¡Qué Dios bendiga a Cuba!

Amén