María, Estrella de la evangelización y Madre de todos los pueblos 

SS. Juan Pablo II
  

María, la Madre de Jesús, fue la primera que creyó en su Hijo, y, por su fe, fue proclamada bienaventurada (cf. Lc 1, 45). Su vida fue un camino y peregrinación de fe en Cristo, en la que María precedió a los discípulos y precede siempre a la Iglesia (cf. Redemptoris Mater, 6; 26).

Por eso, María está presente dondequiera que la Iglesia lleva a cabo la actividad misionera entre los pueblos: presente como Madre que coopera a la regeneración y formación de los fieles (cf. Lumen gentium, 63); presente como "Estrella de la evangelización", en palabras de mi predecesor Pablo VI (cf. Evangelii nuntiandi, 82), para guiar y consolar a los heraldos del Evangelio y sostener en la fe a las nuevas comunidades cristianas que surgen del anuncio misionero por la potencia de la Palabra y la gracia del Espíritu Santo.

La presencia e influencia de la Madre de Jesús han acompañado siempre la actividad misionera de la Iglesia. Los heraldos del Evangelio, al presentar el misterio de Cristo y las verdades de la fe a los pueblos no cristianos, han ilustrado también la persona y la función de María que, "por su íntima participación en la historia de la salvación, reúne en sí, y refleja en cierto modo, las supremas verdades de la fe", y "cuándo es anunciada y venerada atrae a los creyentes a su Hijo, a su sacrificio y al amor del Padre" (Lumen gentium, 65). Y cada uno de los pueblos, al acoger a María como Madre, enriquece el culto y la devoción a Ella con nuevos títulos y expresiones que responden a las propias necesidades y a la propia alma religiosa. Muchas de estas comunidades cristianas, fruto de la obra evangelizadora de la Iglesia, han encontrado en el amor filial a la Madre de Jesús el auxilio y consuelo para perseverar en la fe durante los períodos de prueba y persecuciones.

Fuente: vatican.va

Jornada Mundial de la Misiones  1988