María, Madre de los Apóstoles

Movimiento de Vida Cristiana

La maternidad de María no es una invención o una piadosa figura literaria, sino una realidad dinámica en la vida del Señor Jesús y en la nuestra. En el momento sublime de la Anunciación-Encarnación, la humilde Virgen de Nazaret aceptó la invitación del Señor a ser la Madre del Reconciliador con su Hágase generoso[1]. Esa maternidad se extiende hacia todos los hombres, pues al engendrar a Jesús, la Cabeza de la Iglesia, engendró también a su Cuerpo, sus hijos en la fe. 

Es desde esta maternidad que se puede comprender, en nuestra espiritualidad, lo que llamamos "proceso de amorización": "Por Cristo a María y por María más plenamente al Señor Jesús". Consciente de esta realidad se aventura nuestro Fundador a presentarnos un diálogo orante entre Jesús y cada uno de nosotros: «Tú eres hijo de María, ámala como yo, Ella es verdaderamente tu Madre en el orden de la gracia, por ello al amarla te irás transformando y acercándote más y más a recuperar la semejanza que habías perdido, y al amarla amarás su amor que soy Yo. Te llevará a mí y me amarás»[2].

Nos dice el Santo Padre Juan Pablo II que «la cumbre de esta peregrinación terrena en la fe es el Gólgota en el que María vive íntimamente el misterio pascual del Hijo: muere, en cierto sentido, como madre en la muerte del Hijo y se abre a la "resurrección" con una nueva maternidad sobre la Iglesia»[3]. Desde el altar de la reconciliación, en el madero de la Cruz, el Señor Jesús explicita la maternidad espiritual de María sobre cada persona: «Mujer, ahí tienes a tu hijo», así como nuestra identidad como hijos de María: «Ahí tienes a tu madre»[4].

Ser hijo de María implica necesariamente ser apóstol, participar activa y responsablemente en su misión espiritual de formar en los corazones de sus hijos al Señor Jesús, su Hijo por excelencia. Por ello decimos que el apostolado es una consecuencia inmediata y natural de la maternidad espiritual.

MODELO PARA LOS APÓSTOLES

«Al meditar la Sagrada Escritura vemos con nitidez que la Virgen María fue la primera persona en ser evangelizada. Y muy pronto se convirtió en la primera evangelizadora, después de Jesús, quien es "el primer y el más grande evangelizador", que ya la venía evangelizando a Ella»[5].

Profundicemos, pues, en algunos pasajes del Nuevo Testamento y procuremos sacar enseñanzas concretas para nuestro apostolado:

En la Anunciación-Encarnación[6] contemplamos a María en presencia de Dios, en actitud orante, escuchando al mensajero divino y respondiendo con la obediencia de la fe: «He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra». La Madre nos enseña a no tener miedo ante las exigencias del Plan de Dios y a responder con generosidad a nuestra vocación personal. También la Madre del Apóstol por excelencia nos evidencia con su ejemplo que el primer campo de apostolado somos nosotros mismos, pues para poder anunciar al Señor Jesús ante todo debemos acogerlo en lo profundo de nuestro corazón y así ser sus testigos en primera persona. 

En el pasaje de la Visitación[7] de María a su prima Isabel descubrimos a la «Peregrina de la fe y del amor»[8] como «evangelizadora y misionera»[9] en luminosa sintonía existencial, viviendo en su interior la dinámica de quien lleva la luz de la Buena Nueva. María es portadora de un tesoro y, consciente de ello, lo quiere compartir llena de júbilo y prontitud, sirviendo en el anuncio y en el servicio que brota del amor que inflama su corazón y que porta en su seno virginal. En la Madre vemos la urgencia de quien se descubre impulsado por un deber sobrenatural: «Ay de mí si no anunciare el Evangelio»[10]. «El impulso del alegre servicio y el entusiasmo por comunicar la Buena Noticia de la que la Virgen María es tanto física como espiritualmente portadora no hacen desaparecer las dificultades del camino y la misión, pero sin duda las hacen más llevaderas al sellarlas con la esperanza»[11]. María también nos enseña que ser apóstol es ser signo de contradicción en medio de un mundo dominado por los antivalores: «Evangelización y servicio son dimensiones muy cercanamente unidas. Desde ellas se contestan los afanes de poder, tener y dar rienda suelta a la concupiscencia del placer. María evangelizadora, como el Señor Jesús, Evangelio vivo, es signo de contradicción. Nadie que tome en serio el Evangelio y procure evangelizar en medio de esta cultura dominante de muerte puede esperar no serlo. No temamos, estamos en excelente compañía, la mejor compañía»[12].

Nuestro Fundador nos evidencia otras consecuencias apostólicas del pasaje de la Visitación: «La Madre fue evangelizada por el Hijo, y se convirtió en la escuela de Jesús en testimonial discípula de la Buena Nueva... Desde lo profundo de su silenciosa interiorización brota la luminosidad de la Palabra. Con reverencia y respeto a la libertad de las personas, con caridad viva que reconoce en toda otra persona la dignidad de imagen de Cristo, la evangelización hoy debe hacerse con respeto, con el máximo de caridad posible, pero al mismo tiempo con la claridad de la fe y la libertad de los hijos de Dios»[13].

En las bodas de Caná[14] estaban presentes junto a Jesús su Madre y sus discípulos. María, inserta en la vida cotidiana de sus hijos, está atenta a sus necesidades materiales y espirituales. La actitud maternal y apostólica de María se evidencia en su fina presencia, en la reverencia ante el misterio, en la conciencia de la misión que Dios tiene para su Hijo, en la confianza al hacer notar discretamente al Señor la falta de vino pensando que Él sabrá remediar la situación, en la humildad al escuchar su respuesta y en su cooperación activa al mostrarle el camino de solución a los sirvientes: dirigirse a Jesús. Finalmente, la Madre nos muestra el sendero para cumplir plenamente con nuestra misión: «Haced lo que Él os diga». Esa es la clave de la auténtica eficacia apostólica.

María, de pie junto a la Cruz[15] de Jesús, nos enseña a derrotar al Maligno con la firmeza de la fe, conscientes de que sus presas más apetecidas son los hijos-apóstoles de María. En este momento culmen la Madre, atravesada por la espada del dolor, le renueva a su Hijo el Hágase inicial. La Mujer fuerte persevera fiel y -como ya se ha expresado- nos enseña a ser hijos en el Hijo, acogiendo el testamento del Señor Jesús que le dice a su Madre: «Mujer, he ahí a tu hijo», y luego al discípulo al que amaba: «ahí tienes a tu Madre». María al pie de la Cruz también nos enseña la alegría en medio del dolor y la esperanza en medio de las dificultades apostólicas, pues Ella confiaba en que su Hijo resucitaría y con ello su victoria sería definitiva.

Por último contemplamos cómo Pentecostés[16] «es fruto también de la incesante oración de la Virgen, que el Paráclito acoge con favor singular, porque es expresión del amor materno de Ella hacia los discípulos del Señor»[17]. María se nos muestra como modelo fiel de quien vive la dinámica de la oración para la vida y el apostolado y de una vida y apostolado hechos oración. Finalmente Ella enseña con su ejemplo que un apóstol es ante todo cooperador activo, ardoroso y responsable del Espíritu Santo, puesto que es Él quien está al principio, en el medio y al final de nuestro apostolado. Por eso debemos poner todo empeño para que, con la acción del Divino Espíritu, seamos evangelizadores permanentemente evangelizados, reconciliadores permanentemente reconciliados. 

Encomendemos a Santa María, «Estrella de la Primera y de la Nueva Evangelización»[18], Lucero de Esperanza para el Tercer Milenio, los frutos de nuestra misión apostólica.

CITAS PARA MEDITAR

Anunciación-Encarnación: Lc 1,26-38. 
Visitación: Lc 1,39-45. 
Nacimiento del Niño y presentación a los reyes y pastores: Mt 2,1-23; Lc 2,1-20. 
Presentación del Niño en el Templo: Lc 2,21-40. 
Pérdida y hallazgo de Jesús: Lc 2,41-50. 
Las bodas de Caná: Jn 2,1-12. 
María al pie de la Cruz: Jn 19,25-27. 
Pentecostés: Hch 1,12-14; 2,1-13. 
María es la Mujer reflexiva que conservaba todas las cosas y las meditaba en su Corazón Inmaculado: Lc 2,19.51. 
María es la Mujer bienaventurada que escucha la Palabra de Dios y la pone por obra: Lc 11,27-28; Mt 7,21-27. 
En la Madre vemos la urgencia de quien se descubre impulsado a anunciar el Evangelio: 1Cor 9,16. 
PREGUNTAS PARA EL DIÁLOGO

¿Por qué Santa María es para nosotros modelo de apostolado? 
"Por Cristo a María y por María más plenamente al Señor Jesús". ¿Cómo estoy viviendo el "proceso de amorización"? 
¿Qué enseñanzas concretas para el apostolado nos da Santa María? ¿Estoy viviendo estas enseñanzas? ¿Qué voy hacer? 
¿Cómo María puede ayudarnos en nuestra misión apostólica? 
¿Estoy participando activa y responsablemente en la misión apostólica? ¿Qué puedo hacer para mejorar aún más esta participación? 



--------------------------------------------------------------------------------

[1] Ver Lc 1,26-38.

[2] Luis Fernando Figari, Santa María, portadora de la Buena Nueva, en AA.VV., María, Estrella de la Nueva Evangelización, Vida y Espiritualidad, Lima 2003, p. 103.

[3] S.S. Juan Pablo II, Catequesis, 21/03/2001, 2.

[4] Ver Jn 19,25-27.

[5] Luis Fernando Figari, ob. cit., p. 106.

[6] Ver Lc 1,26-38.

[7] Ver Lc 1,39-45.

[8] Ver S.S. Juan Pablo II, Catequesis, 21/03/2001, 1.

[9] Luis Fernando Figari, ob. cit, p. 114.

[10] 1Cor 9,16.

[11] Luis Fernando Figari, ob. cit., p. 124.

[12] Allí mismo, p. 120.

[13] Lug. cit.

[14] Ver Jn 2,1-12.

[15] Ver Jn 19,25-27.

[16] Ver Hch 1,12-14; 2,1-13.

[17] S.S. Juan Pablo II, Catequesis, 28/05/1997, 4.

[18] S.S. Juan Pablo II, Discurso inaugural, Santo Domingo, 12/10/1992, 31.


Fuente:
caminohaciadios.com