María
desde su Inmaculada Concepción fue "llena de gracia" Dios
otorgó a su Madre el don gratuito de la santidad esencial con miras a
su cooperación ala obra redentora como Madre del Verbo Eterno, y en
previsión de los méritos de Cristo.
Pero María no se quedó sólo con esto, trabajó incansablemente por
acrecentar esa santidad inicial y corresponder a la misión personal que
el Padre le había encomendado.
Así,
en una entrega rebosante y creciente, con alma grande y generosidad, María
se convierte en la Madre de la Divina Gracia Asunta ya a los cielos,
continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna.
Nosotros nacimos en pecado y por el bautismo fuimos regenerados,
muriendo al pecado y naciendo a la vida de la gracia.
Hemos de vivir "vida mariana" como un signo de nuestra
respuesta al llamado universal a la santidad.
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