La
rosa fue en la antigüedad el símbolo del misterio, y para los primeros
cristianos, una metáfora del martirio (Cipriano) y del paraíso
(Catacumbas de san Calixto).
Las
imágenes que presentan a María como “Rosa mística” recurren al
libro del Sirácida o Eclesiástico: “Creced como rosa que brota junto
a la corriente de agua” (Sir 39,13); “Como palmera me he levantado
en Engadí, como plantel de rosas en Jericó” (Sir 24,14); “Como
flor del rosal en primavera” (Sir 50,8). Este libro se escribe en el
190-180 a. C. En su contexto originario, las tres citas se refieren
originariamente a los discípulos del sabio, a la Sabiduría
personificada, y a Simón ben Yohanan, sumo sacerdote. La tradición
cristiana las aplicó a la pureza y la maternidad de María. Para Sédulo
Celio (ca. 430), María es la “rosa sin espinas”. Para Ambrosio y
Agustín (s. IV-V), es el “retoño” de esa raíz
que es el pueblo judío, de la que ha brotado el “vástago”
que es Cristo (cf. Is 11,1). El misterio de María es el de su
maternidad virginal, uno de los secretos ocultos al “príncipe de este
mundo”, realizados en el “silencio de Dios”, como dice Ignacio de
Antioquía.
Fuente: 4buenasnoticias.com