La Virgen del Adviento

Padre Luciano Alimandi

 

El tiempo del Adviento se acerca a grandes pasos, tiempo litúrgico que ve emerger con fuerza a Maria: Ella está en el centro del Adviento, Ellas es la que ha llevado a cumplimiento la espera de los pueblos y, finalmente, el Mesías, el Gran Esperado llega, gracias al Heme aquí de la Madre.
El Adviento se convierte así en un tiempo privilegiado para redescubrir el inmenso misterio de la divina maternidad de la Virgen y su papel de mamá en la vida de todo redimido que no puede sino nacer espiritualmente del mismo regazo del que nació Jesús: el regazo Inmaculado de Maria. Para entrar en el estupendo clima del Adviento y gustar toda la gracia típica de este período, se nos invita a recorrer el camino que conduce al Corazón de la Madre de Aquel que esperado viene y ya una vez que ha venido se queda para siempre con nosotros: el Emmanuel.
Con Maria vamos a Nazaret y de Nazaret a Belén. Es un camino adoquinado con mucha sencillez y humildad, con una particular atención a las cosas pequeñas, dónde nada se da por descontado sino que cada cosa, es ocasión de agradecimiento en este camino. ¡Sí, este itinerario tiene el nombre de "pequeñez" y nadie lo encuentra si no abandona las sendas tortuosas de la autosuficiencia. No se puede entrar en el Corazón de Maria, en su misterio de gracia, si no se entra decididamente por este camino, con decisión de hacerse realmente, pequeños!
"Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos" (Mt 5, 3). La pobreza de espíritu, proclamada por las bienaventuranzas, que conduce necesariamente al Reino de los Cielos, es la pequeñez.
Vivir el Adviento junto a Maria significa, pues convertirse a lo que el mundo desprecia y juzga debilidad: precisamente la pequeñez. Jesús en el Evangelio habla claro: "en verdad os digo: si no os convertís y no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos" (Mt 18, 3).
Un conocido canto de la piedad popular de nuestras parroquias repite exactamente esta frase del Evangelio; pero al "no entraréis" añade "nunca", y es impresionante oírlo cuando resuena en las iglesias: "si no os hacéis como niños no entraréis nunca"! Esta frase del Evangelio nos recuerda la ternura de una Madre, que nos enseña a hacernos pequeños, a no aspirar a cosas demasiado grandes, sino a preferir siempre la humildad del corazón, que se hace humildad en el trato, en la palabra, en la mirada, en el modo de ponerse ante Dios y el prójimo. Esta humildad se convierte en atención a los detalles, es la visión de las situaciones que nos hace divisar, a nuestro alrededor, al que sufre y necesita ayuda; es la pequeñez evangélica que precisamente porque no puede permanecer pasiva está encendida por la caridad.
La Virgen del Adviento nos ayuda a convertirnos en verdaderos hijos de la espera, que esperan todo de Él y no se desaniman de ser pequeños, antes bien se hacen audaces y se lanzan a la aventura de la amistad y de la colaboración con Jesús como exhortó el Papa Benedicto XVI, al final de la homilía de la Inmaculada Concepción de Maria, el pasado año: "María está ante nosotros como signo de consuelo, de aliento y de esperanza. Se dirige a nosotros, diciendo: "Ten la valentía de osar con Dios. Prueba. No tengas miedo de él. Ten la valentía de arriesgar con la fe. Ten la valentía de arriesgar con la bondad. Ten la valentía de arriesgar con el corazón puro. Comprométete con Dios; y entonces verás que precisamente así tu vida se ensancha y se ilumina, y no resulta aburrida, sino llena de infinitas sorpresas, porque la bondad infinita de Dios no se agota jamás".

Fuente:  fides.org