El tiempo del
Adviento se acerca a grandes pasos, tiempo litúrgico que ve
emerger con fuerza a Maria: Ella está en el centro del
Adviento, Ellas es la que ha llevado a cumplimiento la
espera de los pueblos y, finalmente, el Mesías, el Gran
Esperado llega, gracias al Heme aquí de la Madre.
El Adviento se convierte así en un tiempo privilegiado para
redescubrir el inmenso misterio de la divina maternidad de
la Virgen y su papel de mamá en la vida de todo redimido que
no puede sino nacer espiritualmente del mismo regazo del que
nació Jesús: el regazo Inmaculado de Maria. Para entrar en
el estupendo clima del Adviento y gustar toda la gracia
típica de este período, se nos invita a recorrer el camino
que conduce al Corazón de la Madre de Aquel que esperado
viene y ya una vez que ha venido se queda para siempre con
nosotros: el Emmanuel.
Con Maria vamos a Nazaret y de Nazaret a Belén. Es un camino
adoquinado con mucha sencillez y humildad, con una
particular atención a las cosas pequeñas, dónde nada se da
por descontado sino que cada cosa, es ocasión de
agradecimiento en este camino. ¡Sí, este itinerario tiene el
nombre de "pequeñez" y nadie lo encuentra si no abandona las
sendas tortuosas de la autosuficiencia. No se puede entrar
en el Corazón de Maria, en su misterio de gracia, si no se
entra decididamente por este camino, con decisión de hacerse
realmente, pequeños!
"Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es
el Reino de los Cielos" (Mt 5, 3). La pobreza de espíritu,
proclamada por las bienaventuranzas, que conduce
necesariamente al Reino de los Cielos, es la pequeñez.
Vivir el Adviento junto a Maria significa, pues convertirse
a lo que el mundo desprecia y juzga debilidad: precisamente
la pequeñez. Jesús en el Evangelio habla claro: "en verdad
os digo: si no os convertís y no os hacéis como niños, no
entraréis en el Reino de los Cielos" (Mt 18, 3).
Un conocido canto de la piedad popular de nuestras
parroquias repite exactamente esta frase del Evangelio; pero
al "no entraréis" añade "nunca", y es impresionante oírlo
cuando resuena en las iglesias: "si no os hacéis como niños
no entraréis nunca"! Esta frase del Evangelio nos recuerda
la ternura de una Madre, que nos enseña a hacernos pequeños,
a no aspirar a cosas demasiado grandes, sino a preferir
siempre la humildad del corazón, que se hace humildad en el
trato, en la palabra, en la mirada, en el modo de ponerse
ante Dios y el prójimo. Esta humildad se convierte en
atención a los detalles, es la visión de las situaciones que
nos hace divisar, a nuestro alrededor, al que sufre y
necesita ayuda; es la pequeñez evangélica que precisamente
porque no puede permanecer pasiva está encendida por la
caridad.
La Virgen del Adviento nos ayuda a convertirnos en
verdaderos hijos de la espera, que esperan todo de Él y no
se desaniman de ser pequeños, antes bien se hacen audaces y
se lanzan a la aventura de la amistad y de la colaboración
con Jesús como exhortó el Papa Benedicto XVI, al final de la
homilía de la Inmaculada Concepción de Maria, el pasado año:
"María está ante nosotros como signo de consuelo, de aliento
y de esperanza. Se dirige a nosotros, diciendo: "Ten la
valentía de osar con Dios. Prueba. No tengas miedo de él.
Ten la valentía de arriesgar con la fe. Ten la valentía de
arriesgar con la bondad. Ten la valentía de arriesgar con el
corazón puro. Comprométete con Dios; y entonces verás que
precisamente así tu vida se ensancha y se ilumina, y no
resulta aburrida, sino llena de infinitas sorpresas, porque
la bondad infinita de Dios no se agota jamás".
Fuente:
fides.org