María, maestra de vida espiritual: en la escucha, la oración y el ofrecimiento 

Padre Benito Spoletini, ssp

 

Saludo:

Saludamos a María, nuestra madre, modelo escucha, de oración. Y de ofrecimiento, y le suplicamos nos alcance sus mismas actitudes en nuestra relación con el Padre Dios.


Lectura

"María dijo: celebra todo mi ser la grandeza del Señor, y mi espíritu se alegra en el Dios que me salva. Porque ha querido mirar la condición humilde de su esclava, en adelante todos los hombres dirán que soy feliz" (Lc 1, 46-48).

Reflexionamos sobre algunos aspectos de la vida espiritual del cristiano que en María y en la Iglesia tienen una fuente perenne de inspiración: la escucha de la Palabra, el diálogo oracional y la capacidad de ofrecimiento. María se revela en esto como una verdadera "maestra de vida espiritual" y, por lo tanto, capaz de transmitirnos la actitud verdadera en nuestra relaciones con Dios. En el texto que nos acompaña el Papa Pablo VI, en una densa síntesis, nos presenta a María como la Virgen oyente, la Virgen orante, la Virgen oferente y nos traza así nuestro camino espiritual hacia Cristo como lo transitó María.

"Ante el Padre Dios que dirige al hombre su palabra, María es la Virgen oyente que acoge con fe la palabra de Dios: fe, que para Ella fue premisa y camino hacia la maternidad divina, porque, como intuyó san Agustín: "La bienaventurada Virgen María concibió creyendo al (Jesús) que dio a luz creyendo": en efecto, cuando recibió del ángel la respuesta a su duda "Ella, llena de fe, y concibiendo a Cristo en su mente antes que en su seno", dijo: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra".

Esa fe fue para Ella causa de bienaventuranza y seguridad en el cumplimiento de la palabra del Señor. Esa fe, con la que Ella, protagonista y testigo singular de la Encarnación, volvía sobre los acontecimientos de la infancia de Cristo, confrontándolos entre sí en lo hondo de su corazón.

María es, asimismo, la Virgen orante. Así aparece Ella en la visita a la Madre del Precursor, donde abre su espíritu de expresiones de glorificación a Dios, de humildad, de fe, de esperanza. Eso es el Magnificat, la oración por excelencia de María, el canto de los tiempos mesiánicos, en el que confluye la exaltación del antiguo y del nuevo Israel... y en el cual resonó, anticipada proféticamente, la voz de la Iglesia: Saltando de gozo, María proclamaba proféticamente en nombre de la Iglesia: Mi alma engrandece al Señor. En efecto, el cántico de la Virgen, al difundirse, se ha convertido en oración de la Iglesia en todos los tiempos.

Virgen orante aparece María en Caná, donde, manifestando al Hijo con delicada súplica una necesidad temporal, obtiene además un efecto de la gracia: que Jesús, realizando el primero de sus "signos", confirme a sus discípulos en la fe en él.

También el último trazo biográfico de María nos la describe en oración: los apóstoles "perseveraban unánimes en la oración, juntamente con las mujeres y con María, Madre de Jesús, y con sus hermanos": presencia orante de María en la Iglesia naciente y en la Iglesia de todo tiempo, porque Ella, asunta al cielo, no ha abandonado su misión de intercesión y salvación.

Finalmente, María es la Virgen oferente. En el episodio de la Presentación de Jesús en el Templo, la Iglesia, guiada por el Espíritu, ha vislumbrado, más allá del cumplimiento de las leyes relativas a la oblación del primogénito y de la purificación de la Madre, un misterio de salvación relativo a la historia salvífica... Ha visto proclamada la universalidad de la salvación, porque Simeón, saludando en el Niño la luz que ilumina las gentes y la gloria de Israel, reconocía en él al Mesías, al Salvador de todos...

Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la redención alcanza su culminación en el Calvario, donde Cristo "a sí mismo se ofreció sin mancha a Dios" (Heb 9, 14) y donde María estuvo junto a la cruz (Mc 18, 20) (MC 17, 18, 20).

Nos preguntamos

– ¿Cómo son nuestras relaciones con Dios? ¿Leemos su Palabra? ¿Oramos? ¿Sabemos ofrecer nuestras acciones, éxitos, sufrimientos, fracasos; en fin, si aceptamos la cruz cuando nos llega?

– ¿Cómo se refleja esto en nuestra vida?

Nos proponemos

Mirar a María como modelo de escucha, de diálogo con Dios, de entrega en lo cotidiano, en el sufrimiento.

Fuente: san-pablo.com.ar