Señora llena de gracia

Padre Jesús Martínez García

 

Dice san Lucas que «el nombre de la Virgen era María» (Lc 1,27). «El nombre hebreo de María se traduce por Domina en latín; el Ángel le da, por tanto, el título de Señora» (San Pedro Crisólogo, Sermón sobre la Anunciación de la B. Virgen María).

Cuando alguien en la tierra tiene nobleza, decimos que es un señor o una señora. También lo decimos de alguien que es honrado, leal, atento con los demás, etc., es decir, cuando tiene virtudes. Decimos que es un auténtico señor, debido a su categoría. Pues bien, con toda propiedad decimos que la Santísima Virgen es Señora, pues su categoría es la mayor que ha podido alcanzar una criatura: ser la Madre del Señor, que es Dios; además -y precisamente por eso- Dios la llenó de virtudes y dones sin cuento: «En tanto grado la amó (Dios) por encima de todas las criaturas que en sólo ella se complació con señaladísima benevolencia. Por lo cual, tan maravillosamente la colmó de la abundancia de todos los celestiales carismas, sacada del tesoro de la divinidad, muy por encima de todos los ángeles y santos, que ella, libre siempre absolutamente de toda mancha de pecado y toda hermosa y perfecta, manifestase tal plenitud de inocencia y santidad que no se concibe en modo alguno mayor después de Dios y nadie puede imaginar fuera de Dios» (Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, 8-XII-1854).

Dios pensó en Quien iba a ser su Madre y la adornó con toda clase de virtudes tanto humanas como sobrenaturales: belleza, bondad, alegría, amabilidad...; llena de fe, esperanza y caridad. Cuando creó el mundo, Dios podía haber hecho otro más perfecto que el que existe, pero al crear a la que iba a ser su Madre no podía hacerla mejor de lo que la hizo. María es la criatura más perfecta que ha salido de las manos de Dios. Llena de gracia sobrenatural, como la saludó san Gabriel, llena de santidad, en unión estrechísima con Dios desde el mismo instante de su concepción. Su santidad fue, y es, mayor que la suma de la que puedan tener todos los santos al final de sus vidas. Más que ella sólo Dios. Se encuentra relacionada de un modo singular con el misterio de la Santísima Trinidad: Madre de Dios, Hija predilecta de Dios y Esposa de Dios. En ella se reflejan las perfecciones divinas. Es como un valiosísimo diamante con muchísimas facetas, de las cuales salen variadísimos destellos de virtudes al reflejar la luz de Quien es la Luz, el Sol de Justicia, Dios.

María fue exaltada sobremanera en atención a Jesús, en atención a la misión que tenía que cumplir: ser la Madre de Aquel que había de redimirnos. «Una Virgen concebirá y parirá un Hijo, al que llamarán por nombre Emmanuel» (Is 7,14). Por ser Madre de Dios recibió todos los demás dones, porque convenía tal Madre a tal Hijo.

Pero la misión de María no terminó en esta tierra cuando se fue al Cielo en cuerpo y alma, sino que su misión continúa aquí por los siglos, no sólo llevando los hombres a su Hijo (su maternidad espiritual que ejerce desde el Cielo), sino también siendo testimonio perenne de que Dios se ha hecho Hombre. Por eso también convenía que estuviera llena de gracia y virtudes, para que pudiera atraer nuestra mirada, y dirigiéndonos a Ella, nos dirijamos a Jesús. Por eso la Iglesia la llama Torre de David. Ella, al haber sido exaltada con privilegios excepcionales, es una defensa fuerte, colocada en situación alta y eminente que testifica y recuerda a todos que el Verbo de Dios se ha hecho hombre, de la estirpe de David.

Si para conocer una ciencia necesitamos saber qué dicen los expertos que tienen autoridad en esa ciencia, para saber quién y cómo es María, hemos de acudir -como en toda la Teología- a lo que nos dice el Magisterio de la Iglesia, que toma sus datos de la Sagrada Escritura y de la Sagrada Tradición.

Y en primer lugar hay que saber que hay cuatro verdades definidas (dogmas de fe) sobre María: Su Maternidad divina, su Inmaculada concepción, que es siempre Virgen y que fue Asunta al Cielo en cuerpo y alma. Además, la verdad sobre la Virgen María incluye otras prerrogativas mencionadas por los Romanos Pontífices, estudiadas por los teólogos y expresadas en la Liturgia y devoción de los fieles cristianos: es Madre de la Iglesia, Corredentora con Cristo, Medianera de todas las gracias, Reina de los Ángeles y del mundo...; tantas y tantas cualidades y dones como quedan reflejadas en la Letanía lauretana y en tantas oraciones.

La Virgen María Jesús Martínez García
Ed. Rialp. Madrid, 1992 

Fuente: jesusmartinezgarcia.org