Madre Nuestra

Padre Jesús Martínez García

 

«Esta Maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia. Después de la Asunción a los cielos, no abandonó esta función de salvación, sino que por su intercesión múltiple continúa obteniéndonos los dones de la salud eterna. Con su caridad maternal cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y que se debaten entre peligros y angustias, hasta que sean llevados a la patria feliz. Por eso, la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora» (Concilio Vaticano II, Lumen gentium).

Existe una relación íntima de orden sobrenatural entre cada cristiano y María, que no es metafórica sino real. Quizá el ejemplo de la madre que ha fallecido puede ayudar a entender esto: desde el cielo sigue preocupándose de su hijo que sigue en la tierra, porque es su madre. Pues si la Santísima Virgen es una persona viva,.que vive en la intimidad de Dios, y que está muy interesada por el bien espiritual de cada uno, seguro que dice cosas buenas de nosotros a la Trinidad beatísima y no deja de actuar en beneficio nuestro.

María, junto a la cruz, viendo morir a su Hijo, sufría lo indecible, aunque sabía por qué moría Jesús: por nuestra salvación. También a ella le costó mucho nuestra redención, y desde entonces -aunque ahora en el Cielo no sufre-, puede hacer suyas aquellas palabras de san Pablo: «Hijitos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto hasta ver a Cristo formado en vosotros» (Ga 4,19), tal es su interés por cada uno de los hombres, y en especial, por cada uno de los cristianos.

María se preocupa de nosotros, pero espera que acudamos a Ella. Se cuenta un sucedido que ocurrió en una representación de la Pasión que se hizo en la ciudad de Oberammergau. Ocurrió el hecho durante la escena del remordimiento y desesperación de Judas. Miles de personas asistían al espectáculo, que se desarrollaba al aire libre. Judas sentía amargamente su traición, pero el sumo sacerdote se burlaba de él. Entonces al traidor empieza a considerar la posibilidad del suicidio. Se lamenta: «¿Adónde podré ir? ¡Todo está perdido!» El auditorio observa en sobrecogido silencio la marcha de Judas, que se aleja desesperado. De pronto, se oye la vocecilla de una niña: «Mamá, ¿por qué no va a ver a la Virgen?» (cfr. F. H. Drinkwater, Historietas catequísticas). Era de sentido común haberlo hecho, pero Judas estaba ofuscado y no lo hizo. La Virgen se habría preocupado de él y le hubiera ayudado y confortado como confortó a los demás Apóstoles en los días sucesivos, como confortó -según narra la tradición- al Apóstol Santiago en Zaragoza. Porque a María, como a todas las madres, le importamos cada uno.

Hemos de agradecer a Dios que nos haya dado una Madre para la vida espiritual. Coinciden los pediatras en que, normalmente, los niños que no han tenido el cariño de una madre, su mirada amorosa, el calor de un hogar, los cuidados y reproches de una madre, se les nota, les pasa algo: porque no han sido queridos. Dios ha querido que contemos con esos cuidados, y hemos de agradecérselo a El, y también a María, porque indudablemente todos los pasos que damos en nuestra vida espiritual son bajo la mirada amorosa y por la intercesión poderosa de nuestra Madre.

En la vida natural los hijos cuando son pequeños no suelen darse cuenta de lo que sus padres hacen por ellos. Sólo cuando pasa el tiempo y adquieren madurez, valoran los sacrificios y atenciones que les han dispensado. En la vida sobrenatural sucede algo semejante. Cuando se descubre que la Santísima Virgen es Madre nuestra, se adquiere madurez espiritual. Entonces uno no se limita a rezar sus oraciones maquinalmente, quizá como hacía de niño, sino que le tiene verdadera devoción.

Hablemos de la Fe
10. La Virgen María Jesús Martínez García
Ed. Rialp. Madrid, 1992 

Fuente: jesusmartinezgarcia.org