Entrevista con el cardenal Antonio María Rouco Varela, en Fátima

 

Un mensaje muy actual
El cardenal Rouco Varela, arzobispo de Madrid y Presidente de la Conferencia Episcopal Española, estuvo, naturalmente, al lado de Juan Pablo II en Fátima. Allí hablé con él: Señor Cardenal, esta peregrinación de Juan Pablo II a Fátima tiene un valor tanto personal para el Papa como para toda la Iglesia. ¿Nos podría ayudar a profundizar más en este doble significado de esta visita? 
La relación personal del Santo Padre con Fátima es por todos conocida; es muy honda y profunda, ha penetrado en la experiencia de su vida. Marca también su ministerio apostólico de sucesor de Pedro la experiencia del atentado del 13 de mayo de 1981. Antes ya había visitado Fátima, pero el hecho de haber sido herido gravísimamente el día de la Virgen de Fátima y de haberse recuperado de las gravísimas heridas y luego de las secuelas derivadas de ellas en tan corto tiempo, ha marcado su relación con Fátima de un modo muy particular. Habría que añadir también que la dimensión mariana de la espiritualidad personal del Santo Padre es extraordinariamente relevante. Su lema de pontificado Totus tuus (Todo tuyo) recuerda a uno de los más grandes devotos, teólogos y maestros de vida espiritual, en la historia reciente de la Iglesia, en relación con el papel de la Virgen en la vida cristiana, san Luis María Grignon de Montfort.

¿Qué reclamo supone el mensaje de Fátima para la Europa de hoy? 
Ha transcurrido casi un siglo desde la primera aparición de la Virgen el 13 de mayo de 1917, un año clave en la historia del siglo XX, porque en octubre de ese mismo año se desencadena la revolución bolchevique en Rusia que da paso a la era comunista, a la era de la Unión Soviética; en plena primera guerra mundial que terminaría un año después. A pesar de que los datos de este momento histórico en Europa no revisten ni mucho menos la gravedad militar, social y económica, la incertidumbre política de aquel momento, sin embargo, la tónica dominante de la cultura europea de entonces tiene que ver con la tónica dominante de la cultura europea de hoy. Da la impresión de que las grandes cuestiones abiertas, a principios de siglo siguen abiertas, a pesar de todas las experiencias de este siglo como el comunismo, el nacionalsocialismo, el deseganche europeo de su cultura original, etc., esas grandes cuestiones relacionadas con el hombre, con el destino del hombre, con la forma de concebir la sociedad. A un planteamiento liberal, positivista, se respondía o bien por vías también negadoras de la trascendencia, totalitarias, aunque buscando ideales de justicia social, etc., o con la llamada de atención sobre la presencia de Cristo resucitado en la Historia. Yo creo que el mensaje de Fátima era una respuesta, humildemente pronunciada y formulada, sencillamente oída por unos niños, de lo que el Señor, a través de su Madre, decía a Europa, sobre todo a Europa. Lo que les decía era que sólo había respuesta para esos problemas a través de un camino hondo de conversión de los pecados del hombre y de los cristianos, y de una vuelta a la experiencia del amor de Cristo expresado a través del Avemaría. Era el camino, era la respuesta. Su mensaje, por lo tanto, no ha perdido actualidad, pues seguimos no queriendo entrar a fondo en la respuesta. No queremos vivir la experiencia de la conversión al Señor resucitado, no queremos vivir la Palabra. Todo esto hace de Fátima un mensaje actual.

La devoción a la Virgen caracteriza al pueblo portugués, como al español. ¿Cuál es el factor esencial en esta devoción?

Yo creo que es la sencillez y la humildad de corazón del pueblo, de la gente, de los menos dotados en bienes de este mundo, ciertamente no de los de la naturaleza, ya que son inteligentes, buenos y con muchas cualidades humanas. Es como intuir que el camino evangélico del niño confiado —eran niños a aquellos a los que habló la Virgen—, el camino de la infancia evangélica, de la sencillez de Fátima, es el único acertado. Creo que es uno de los aspectos que explica la devoción tan popular y extendida en España y en Portugal. Sobre todo, aquí en Fátima, es extraordinariamente viva, pero también en España y en otras partes del mundo. Venir aquí es encontrar de nuevo la fórmula evangélica de llegar a Cristo, de llegar a la conversión a Él: su Madre, los niños, sencillamente, humildemente, sin grandes despliegues; basta con coger el rosario, desgranarlo y dejar que el alma se explaye, se deje introducir en el camino de la conversión, y llegar así, a través del corazón, de las manos de la Virgen, a su Hijo.

¿Tiene usted personalmente un vínculo con Fátima?

Tengo el de los niños y el de los jóvenes seminaristas en toda Europa de los años 40, y de los de después de la guerra, de los años 50, que nacimos a la fe, desde los primeros de nuestra vida, muy en estrecha conexión con Fátima. Recuerdo cuando era un monaguillo de 8 ó 9 años, la visita de la Virgen de Fátima, las palomas que revoloteaban en torno a ella; cómo esperábamos que la Virgen hiciese algún milagro, y creo que hizo muchos. En la historia espiritual de cada uno de los que hemos crecido en la segunda mitad del siglo XX, lo hemos hecho en una devoción a la Virgen muy marcadamente a través de Fátima, y también de Lourdes. El rosario es una oración mariana por excelencia, es como una síntesis de los grandes hechos de la historia de Cristo de la mano de la Virgen, cuenta a cuenta, misterio a misterio, decena a decena.

B. R. M.

Fuente: Arquidiócesis de Madrir