Hacia el pleno cumplimiento del mensaje dado por la Virgen en Fátima

Pbro. Juan José Arteaga

 

¿En qué parte de la historia de la salvación nos encontramos? Si al mensaje de Fátima se le otorgó tanto relieve e importancia durante el Gran Jubileo por parte de la Santa Sede, ¿en qué momento el mensaje de Fátima debe alcanzar su pleno cumplimiento? Porque, ciertamente, la Santísima Virgen prometió solemnemente que: «al final mi Corazón Inmaculado triunfará».

Un triunfo supone una victoria total y definitiva sobre el enemigo. El derecho público de Roma otorgaba los honores del «triunfo» al general romano que ensanchaba las tierras del imperio, cuando había derrotado a los enemigos de la nación y había reportado grandes beneficios a la causa común, a la res-publica. Si el pueblo y el Senado le otorgaban «triunfo», el general era subido a un carro «triunfal» detrás del cual iban atados y desnudos los enemigos, vencidos y humillados. Resonaban las trompetas y clarines del ejercito que desfilaba entre los cantos y vítores de la multitud que les aclamaba. Al lado del vencedor iba la esposa, que era participe de la gloria de su esposo.

Los cristianos aplicaron los honores del triunfo a la «Parusía» del Señor, cuando el Señor, vencedor absoluto en el Calvario, retorne glorioso al final de los tiempos. Cristo y su Madre y la Iglesia, su Esposa, recibirán los «honores del triunfo». Ciertamente Cristo es el único Salvador y Redentor, pero Él otorgó a su Madre él título de corredentora y, lo que más incomoda al orgullo de Satanás, es que la Mujer le aplaste la cabeza con su pie.

El papa Pablo VI, en su exhortación apostólica Signum magnum, dada el 13 de mayo de 1967, con ocasión de su visita como peregrino a Fátima para festejar el 50 aniversario de las apariciones, empezó así: «Apareció en el cielo una señal grande (Signum magnum): Una Mujer envuelta en el sol, con la luna bajo sus pies y sobre su cabeza una corona de doce estrellas» (Ap 12,1). 

¿Qué ha querido decir Pablo VI con estas palabras? Ha querido afirmar que estamos viviendo en esos tiempos profetizados en el capítulo 12 del Apocalipsis; que el milagro del sol él lo asociaba con este texto del Apocalipsis. La más bella, pura e inmaculada hija de David, hija de Abraham dio a luz un hijo sin romperla ni mancharla. Pero el hijo fue arrebatado a Dios y a su trono cumplida su misión redentora, y entonces la mujer, es decir, tanto la Sinagoga como la Iglesia, sin distinción del Antiguo y el Nuevo Testamento, quedan en la tierra, en el desierto del mundo, bajo la protección de Dios, durante 1260 días. Los 1260 días equivalen a media semana y tanto como había durado el ministerio profético desde Abraham hasta la venida del Mesías. La otra media semana hasta completar el número 7, número de la plenitud de la obra redentora, se completará con la venida gloriosa del Señor.

En el desierto la Iglesia será alimentada como lo fue la sinagoga, con el pan del Evangelio y el maná de la Eucaristía. Ambas, juntas, forman una semana entera, símbolo del tiempo que han de durar las luchas de la Iglesia en el mundo.

Estamos, pues, viviendo tiempos apocalípticos, tiempos de tribulación, pero también de esperanza. En esta misma línea del papa Pablo VI se mueve también Juan Pablo II. En su carta al obispo de Fátima, del 12 de mayo de 1997, en ocasión del 80 aniversario de las apariciones, el Papa dice que «este mensaje, dirigido a la humanidad entera por la Virgen, continua resonando en nuestros oídos con toda la fuerza profética». Por tanto, el Papa afirma que es un mensaje profético.

Es necesario, dice el Papa, que resurja con fuerza la certeza de que «Alguien tiene en sus manos el destino de este mundo que pasa; de que Alguien tiene las llaves de la muerte y de los infiernos; de que Alguien es el Alfa y la Omega de la historia del hombre».

Y como Dios es Amor, nos mandó a principios del siglo XX a la Madre del Amor Hermoso, a la Mujer del Apocalipsis que se va a enfrentar con el Dragón Rojo, para asegurarnos que Ella, por voluntad y designio de Dios Uno y Trino, tras los dolores del parto, de una gran tribulación, nos alcanzará el triunfo de su Corazón Inmaculado. Pero el corazón de una madre no triunfa si no ve triunfar al Corazón adorable de su Divino Hijo.

Fuente: elobservadorenlinea.com