Juan Diego y la Doncella

Ignacio García-Noblejas, Santa-Olalla


El 12 de diciembre es la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe. Su origen se remonta
a las apariciones -entre el sábado 9 y el martes 12 de diciembre de 1531- de la Virgen
al indio Juan Diego, uno de los primeros nativos convertidos al cristianismo en 1525
Por la leyenda sabemos que al caminar Juan Diego junto a un cerro llamado Tepeyac oyó unos cantos y poco después una voz que le llamaba por su nombre; grande sería su sorpresa cuando descubrió a una Doncella reluciente quien le dijo que era la Virgen María y Ella le pide que le construyeran allí un templo para manifestar a su Hijo, y consolar y alegrar a todos los que a Ella se acercasen. Presuroso acude Juan Diego a ver a Fray Juan de Zumárraga, primer obispo de Méjico, contándole lo ocurrido y parece que el obispo mostró incredulidad. De vuelta, la Doncella se le aparece por segunda vez insistiéndole en la petición inicial. 
El domingo 10 nuevamente se presenta Juan Diego al obispo, quien le solicita una prueba antes de llevar a cabo la construcción de la capilla, y al regresar a su casa se produce la tercera aparición de la Virgen pidiéndole Ella que al día siguiente regrese para ofrecerle la prueba solicitada por Fray Juan de Zumárraga. Desoye Juan Diego la petición de volver a ver a la Doncella y al llegar al pueblo donde vivía, Tupletac, encuentra muy enfermo a su tío Juan Bernardino y éste le pide que se apresure en buscar a un sacerdote para que le ayude y le prepare para la muerte.

En la madrugada del martes día 12 y cuando Juan Diego camina en busca de un sacerdote pasa junto al cerro de Tepeyac bordeándolo, creyendo así que la Virgen no le podría ver. Ella le sale al encuentro preguntándole el motivo de su no asistencia en días pasados como habían convenido. El indio, mitad entristecido y mitad avergonzado, le narra a la Señora la gravedad de la situación de su tío Juan Bernardino y Ella le tranquiliza diciéndole que en ese momento su tío quedaba totalmente sano, animándole a la vez para que subiera al cerro antes de proseguir su camino para coger las rosas de Castilla que allí hubiera. 

Obedece Juan Diego, incrédulo ante la imposibilidad de encontrar rosas en un cerro, lleno de piedras y, además, en pleno diciembre, pero nuevamente le aguarda la sorpresa y el milagro de ver una extensa alfombra de rosas que cubren el cerro: corta las rosas, quedan éstas guardadas en el ayate ó túnica de Juan Diego, quien gozoso se las muestra a la Virgen y marcha presuroso a ver al obispo; esparce, al llegar, las rosas ante Fray Juan de Zumárraga apareciéndose la Virgen María cuya figura queda sobre el ayate, y el obispo, arrodillándose ante la Imagen, la lleva a su oratorio desatando el ayate del cuerpo del nativo. Pocos días pudo estar la Imagen en el oratorio, pues la noticia corre de boca en boca con rapidez extendiéndose por toda la nación; comienzan las peregrinaciones, que desde entonces se suceden ininterrumpidamente hasta nuestros días, para ver la Imagen que fue instalada en la iglesia Mayor debido al ingente número de personas que desde un primer momento acuden al lugar.

Mientras tanto, indios y españoles levantan en apenas dos semanas una sencilla ermita en el cerro de Tepeyac. Concluye la narración afirmando Juan Bernardino que, a la misma hora en que la Virgen le hablaba a su sobrino, una Doncella se le apareció coincidiendo la descripción de su figura con la de la Señora aparecida en el cerro, que a su vez coincide con la Imagen grabada en la túnica de Juan Diego.

Hasta aquí la narración que, con más o menos detalles, hemos oído contar y hemos leído. A mi juicio, además de los hechos en sí mismos -bellísimos y poéticos- sin duda destacan una serie de enseñanzas: a Juan Diego se le aparece por vez primera la Virgen en 1531 cuando caminaba en solitario desde el pueblo donde residía, Tulpletac, hasta Tlatiloco, otro pueblo donde recibía catequesis después de su conversión que había tenido lugar seis años antes, en 1525. Destaca una vez más la trascendencia del personaje Juan Diego, totalmente anónimo hasta entonces, ejemplo de sencillez y humildad donde los haya, que enlaza con los textos evangélicos: Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla... Bienaventurados los mansos, humildes, porque poseeréis en herencia la tierra. El Señor derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes... 
Fue beatificado Juan Diego por el Santo Padre Juan Pablo II el 6 de Mayo de 1990.

Importante también es la perseverancia de la Virgen que, a pesar de las dudas y las incredulidades de los hombres, permanece a nuestro lado mostrándonos y demostrándonos una total confianza y apoyo sin límites. Debe ser para nosotros permanente refugio.

No menos relevante es el hecho, a raíz de la aparición de la Virgen de Guadalupe, de la indudable influencia que tuvo en la conversión de todo un pueblo -el mejicano- conmovido y maravillado por expresarse la Señora en la lengua nativa de los indios, el náhualt, y además el factor de unión que siempre, desde 1531 y a lo largo de la Historia, ha supuesto la Virgen de Guadalupe, pues desde un primer momento indios y españoles se dirigen a Ella en común oración, y siempre ha sido un nexo de unión entre nuestros hermanos mejicanos; y este vínculo ha traspasado fronteras hasta el punto que no sólo la devoción se extiende por todo el continente americano (recientemente el Santo Padre ha proclamado que el día 12 de diciembre se celebre en todo el Continente la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, Madre y Evangelizadora de América), sino que son muchas las personas que en los rincones más distantes del planeta tienen -tenemos- depositado nuestro corazón en Guadalupe.

Unámonos en este día en torno a Nuestra Señora de Guadalupe, y resuene en todas las naciones el eco de La Guadalupana, canción popular en Méjico que, como ocurre con el espíritu de Guadalupe, ha traspasado fronteras:

Desde el Cielo una hermosa mañana la Guadalupana bajó al Tepeyac.
Su llegada llenó de alegría
de luz y armonía todo el Anáhuac.
Junto al monte pasaba Juan Diego,
y acercóse luego al oir cantar.
A Juan Diego la Virgen le dijo:
Éste cerro elijo para hacer mi altar.
Desde entonces para los hispanos
ser guadalupano es algo especial.

Fuente: Arquidiócesis de Madrid, España