Sobre la Imagen Guadalupana...
Lo que no hemos visto y los indígenas sí vieron

Padre  Juan Javier Padilla Cervantes

 

En la Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, existe algo que nosotros hemos mirado muchas veces y no hemos visto, y que los indígenas sí vieron, admiraron y entendieron, explicó el Padre Rafael Salazar al Presbiterio de Guadalajara, reunido con motivo de la X Jornada de Estudio-Convivencia Sacerdotal, al comentar el número 5 de la tercera parte del Texto Base, documento necesario para la preparación y celebración del 48&Mac251; Congreso Eucarístico Internacional. ¿Qué es lo que los indígenas vieron y admiraron?

El lugar y los colores

La aparición de Nuestra Señora de Guadalupe, que se realizó en la colina sagrada del Tepeyac, –uno de los cuatro puestos principales para el sacrificio en la América Central precolombina y sede del Santuario de Tonantzin– significa para los indígenas, que la Virgen india es madre de los dioses. Los colores del vestido de María: el rosa pálido de la túnica, es el de la sangre del sacrificio, el de Huitzilopochtli, dios que da y que preserva la vida, el color del oriente y el sol victorioso; el color dominante verdeazul del manto, es el color real de los dioses indios.

Las estrellas, la faja y el templo

Las estrellas del manto son símbolos del comienzo de una nueva era; la faja negra que ciñe el talle de la Virgen es el signo de la maternidad; María lleva en su seno a su hijo divino y se lo ofrece a los nuevos pueblos; la falta de máscara (los dioses indígenas llevaban máscara) significa que la Señora no es una diosa, a pesar de ser superior al sol y a la luna, las grandes divinidades del lugar; la petición de un templo tiene el profundo significado del comienzo de un nuevo sistema de vida.

Las rosas y el rostro

El puñado de rosas, que florecieron milagrosamente en un sitio desierto y en invierno, se ofrece como signo de autenticidad al obispo e indica la felicidad divina, en plena comunión con el Dador de la vida. El color del rostro –de tono grisáceo–, su actitud y forma de vestir no son europeos, sino profundamente en consonancia con los usos del lugar. Su rostro indica el mestizaje, unión de dos razas, encuentro de dos mundos –escribe también el Ing. Mauricio Porraz–. Su figura –a pesar de no ser la de una mujer europea– no es tampoco la de una «indígena». Parece ser más bien la idealización de la «nueva» mujer que tiene que surgir en el Continente Americano. Se trata de la «Amable y Santa Mestiza» que el pueblo siente tan cercana a sus raíces más profundas.

Nahuí Ollín: (Flor de cuatro pétalos)

Una flor de cuatro pétalos, Nahuí Ollín, se alcanza a visualizar en el vientre de la Imagen. Ésta representa, para los aztecas, la Morada de Dios, Centro del Universo, Ombligo de la Historia, Plenitud del Tiempo y del Espacio, Origen de la Vida. Esta misma flor se encuentra en el centro de la Piedra del Sol o Calendario Azteca.

Signo de cercanía 

En el acontecimiento Guadalupano vemos un signo: que Dios, en María, hace sentir al pueblo su cercanía para hacerlo comunidad. Se trata de un signo maternal, ya que, como Madre, no sólo está para mostrar el cariño de Dios, sino también para realizar una misión unificadora. Desde los orígenes y en su advocación de Guadalupe, María constituyó el gran signo de rostro maternal y misericordioso de la cercanía del Padre y del Hijo, con quien Ella nos invita entrar en comunión. 

La misión de María

María es la voz que impulsó la unión entre los pueblos y los hombres. Por medio de María, Dios se hizo hombre, entró a formar parte del pueblo, constituyó el centro de la historia. Ella es el punto de enlace del Cielo con la Tierra; sin María, el Evangelio se desencarna, desfigura y transforma en ideología, en racionalismo espiritualista. 

María Madre

El pueblo latinoamericano, que nunca acepta una Iglesia que no sea familia, reconoce en la Iglesia «la familia» que tiene por madre a la Madre de Dios; se trata de una presencia femenina que crea el ambiente familiar, la voluntad de acogida, el amor y el respeto por la vida; es presencia sacramental con los rasgos maternales de Dios; es una realidad tan hondamente humana y santa, que suscita en los creyentes plegarias de ternura, dolor y esperanza.

Finalmente decimos que María de Guadalupe nos deja su imagen, que es señal permanente de la alianza de Dios con su pueblo, en la que el indígena puede leer (y ahora nosotros) cada uno de sus detalles. Una Catequesis viviente que nos lleva a Jesús (principalmente en la Eucaristía y en el prójimo) y que el indígena entendió, pues estaba encarnada en su cultura.


Fuente: Semanario, Arquidiocesis de Guadalajara, México