Hacia el humanismo guadalupano

Padre Prisciliano Hernández Chávez, CORC.


Madre que conoces nuestros andares y pesares, enséñanos a amar (P. Joaquín Gallo, S.I.).

El ser humano está en crisis. Su crisis es crisis de sentido. Ha perdido su capacidad de vivir, acorde a su propio misterio. El hombre, más que problema, es misterio, según Gabriel Marcel.

Con Viktor Emile Frankl, aceptamos que no nos enfrentamos con una frustración sexual de tiempos de Freud, ni se está más ante el complejo de inferioridad de tiempos de Adler, sino ante la neurosis del vacío existencial: quién soy, para qué estoy aquí, hacia dónde voy. Se padece una neurosis de carácter noógeno, es decir de conciencia, de colisión de valores. Mejor, de catástrofe antropológica, como la denominó recientemente Mons. Tompko en España y nos lo ofreció a reflexión Mons. Mario de Gasperín en su artículo de Comunión Querétaro (No. 406).

Los cambios en la humanidad han sido dramáticos y trágicos como lo experimentaron en su momento los mexicas aquel agosto de 1531. Un pueblo que, con el viejo sol-época, inicia su agonía. Dejadnos morir, ya no queremos vivir, será el lamento suscrito en el Nican Umpehua , y el clamor dramático de los vencidos.

Nace la gran esperanza

Diez años después de tomada México-Tenochtitlán, cuando el escudo y la flecha fueron depuestos, es decir, cuando dejó de existir la cosmovisión, la misión y, por tanto, el pueblo mexica, la gran señal de Dios hace su aparición en la colina del Tepeyac: la Santísima Virgen, Santa María de Guadalupe, como sol de una nueva era-amanecer huel oc yahyultizinco. Nace la gran esperanza para los mexicas y los hijos de estas tierras en orden a involucrarse en el proyecto de Dios.

Edificar un templo o la casita sagrada no lo entienden los mexicas simple y llanamente como una ermitilla de adobe, ni lo debemos de reducir hoy al santuario estupendo como lo es la actual basílica de Guadalupe. Así empezó ciertamente la nación mexica 208 años antes de 1531, como aparece dibujada en el Códice Mendocino. La «X» inscrita en el rectángulo nos habla del caminar del sol en 365 días; de aquí su misión es concebida en proporciones de universalidad que implican un modo de ser, un modo de estar en el mundo, un estilo de actuar; los escudos y las flechas en la parte inferior al águila-sol triunfante, en el vértice de la misma X, nos recuerdan que se aliaron con el sol como sus guerreros, para que siguiera naciendo triunfador. 

En la inculturación del Evangelio encarnado en las categorías mexicas realizada por Santa María de Guadalupe, la Madre del Dios por quien se vive, se nos señala el camino a seguir. Las flores y los cantos que vienen del cielo y aparecen en la tierra árida y triste de un pueblo que había perdido su identidad, su razón de ser y su misión, son la prueba inculturada. Las manos de la Virgen, en postura orante para la mentalidad cristiana occidental, constituyen el corazón del mensaje: son signo de la casa que pide; manos que, aunadas a las manos del ángel, nos ofrecen un difrasismo-icónico: postura de calli-casa y postura de mécatl-mecate-medida, es decir, Calmécac. Desde el acontecimiento del Tepeyac, con Santa María de Guadalupe, con sus palabras tiernas y delicadas, con su imagen, hemos de aprender nuestro nuevo calendario- quehacer de los días, de los meses y de los años. El ángel o el cargador del tiempo, que señala el fin de un tiempo y el principio de otro tiempo, para edificar la casa o la nación-universo, para ser todos por Santa María y por nuestra cooperación Cencalli, enteramente de casa, no es sólo la imagen de san Juan Diego, sino la imagen protológica de aquellos que con Santa María se convierten en sol de una nueva época: son los teomamas o portadores de la imagen, son los sabios o tlalmatinime, dueños de la tinta roja y de la tinta negra, poseedores de la sabiduría del cielo y de la tierra, como teas encendidas para encender el saber a lo divino.

Ya no se verá al sol como la clave y la norma de comportamiento mexica. Ahora es el acontecimiento del Tepeyac, Santa Mará de Guadalupe, su imagen sacrosanta, sus palabras, sus gestos, su sol, su paideia o su estilo educativo, los que pueden configurar la identidad del hombre nuevo. El estilo y el proyecto de Guadalupe comportan un modo de ser y una misión.

Ante la antropología del desastre, Santa María de Guadalupe es la cuna de un humanismo, hoy ignorado o que está aún por realizarse. Tener rostro y corazón desde Santa María de Guadalupe significa ser personas y ser educados por Ella en orden al compromiso. 

Las ciencias, la tecnología, la economía, las diversiones, la política, la familia, etc., tienen su vértice benefactor en la persona. Si la razón hoy está enferma y abundan los nihilismos callejeros, el sol que se eleva —Cuauhtlehuáni- Guadalupe— nos ilumina para poner en el centro a la persona. 

Proyecto de nación: sólo Guadalupe

El Consejo Permanente de la Conferencia del Episcopado Mexicano en meses pasados señalaba que no existe proyecto de nación, y así es. Hoy los políticos nos hablan de proyectos alternativos de nación. Proyectos que nacieron muertos por reduccionistas y excluyentes.

Retomar el acontecimiento guadalupano hoy puede ponernos en el rumbo del plan de Dios sobre nuestro pueblo. Desde la cosmovisión guadalupana se pueden crear nuevas formas de presencia en la política, en el arte, en la literatura y en otras concreciones expresivas de modo que se pueda ofrecer el fundamento último de sentido existencial. Si cerramos el corazón a Guadalupe nos espera el infierno, que ya está a la puerta, del egoísmo, del crimen y de los lucradores de la miseria humana.

Fuente: elobservadorenlinea.com