Virgen de Lourdes

 

Padre Angel Peña. O.A.R.

 

 

La Virgen María se aparece en 1858 a Bernardita Subirous, en Lourdes (Francia). Le habla en patois, su dialecto, y la trata de vos. Veamos lo que ella misma nos cuenta en una carta dirigida al Padre Gondrad en 1861: “Un día había ido yo, con dos niñas más, a orillas del río Gave, a coger leña, cuando oí un ruido. Miré hacia el prado, pero vi que los árboles no se movían lo más mínimo. Entonces, levanté la cabeza, miré la cueva y vi a una Señora toda de blanco. Llevaba una túnica blanca y un ceñidor azul, y sobre cada uno de sus pies tenía una rosa de un color entre blanco y amarillo, del mismo color que su rosario.

Al verla, me froté los ojos, creyendo que me engañaba; metí las manos en el bolsillo, donde encontré el rosario. Quise también persignarme, pero no pude llevar la mano a la frente, sino que se me cayó sin fuerzas. Pero, al persignarse aquella Señora, yo también lo intenté y, aunque la mano me temblaba, pude hacerlo por fin. Al mismo tiempo, empecé a rezar el rosario, mientras la Señora iba pasando también las cuentas de su rosario, aunque sin mover los labios. Cuando terminé el rosario, la visión se desvaneció al momento.

Allí volví el domingo, movida por una fuerza interior... Aquella Señora no me habló hasta la tercera vez y me preguntó si quería ir a verla durante quince días. Yo le respondí que sí. Ella añadió que tenía que decirles a los sacerdotes que procuren que se le edifique una capilla en aquel mismo lugar; luego me mandó que bebiese de la fuente. Como no veía ninguna fuente, me dirigía al río Gave, pero Ella me indicó que no se refería a él y con el dedo me señaló la fuente. Me acerqué a ella y no encontré más que un poco de agua fangosa. Acerqué la mano, pero no pude recoger ni una gota. Entonces, comencé a rascar y finalmente pude recoger un poco de agua, la arrojé tres veces y a la cuarta ya pude beber. La visión desapareció.

Volví allí durante quince días y la Señora se me apareció cada día fuera de un lunes y un viernes, insistiendo en que tenía que decir a los sacerdotes que se le había de edificar allí una capilla, que tenía que rogar por la conversión de los pecadores y que rezara el rosario todos los días. Varias veces le pregunté quién era, pero Ella se limitaba a sonreír dulcemente. Finalmente, poniendo los brazos en alto y levantando los ojos al cielo, me dijo: YO SOY LA INMACULADA CONCEPCION”.

María confirmaba así el dogma de la Inmaculada Concepción, definido por el Papa Pío IX en 1854. Las apariciones a Bernardita fueron dieciocho, entre el 11 de febrero y el 16 de julio de 1858. La Virgen llevaba un cinturón azul que le caía hasta un poco más abajo de las rodillas. Llevaba un rosario, que colgaba de su brazo derecho. La cadena del rosario era amarilla, las cuentas blancas y gruesas. La Virgen le sonrió en repetidas ocasiones. En la sexta aparición le sonrió, pero poco después lloró amargamente, diciéndole: “Ruega a Dios por los pecadores”. En la octava aparición repitió: “Penitencia, Penitencia, Penitencia”. En la última aparición del 16 de julio de 1858, le sonrió con la más linda de sus sonrisas. Y en aquel mismo lugar de su sonrisa, dos años antes de morir Bernardita, el 16 de julio de 1876, se inauguraba en Lourdes el convento de las religiosas carmelitas de clausura, que recibe el nombre de “El Carmelo de la sonrisa”.

Bernardita se sintió tan feliz con el amor y la sonrisa de nuestra Madre que escribió: “La Virgen es bella, tan bella que quien la vea una sola vez querrá morir para volver a verla, tan bella que, cuando se la ha visto, ya no hay corazón que pueda amar cosa alguna de la tierra”. Después, se hizo religiosa y su cuerpo se conserva incorrupto en Nevers (Francia).

Actualmente, Lourdes es uno de los santuarios marianos más visitados del mundo. Todos los años cientos de miles de peregrinos van a postrarse a los pies de la Virgen y muchos enfermos son curados. Hay una comisión internacional de médicos de todas las creencias, que examina los posibles milagros y hasta ahora ha admitido 65 casos como científicamente inexplicables. En la famosa piscina donde todos los días se meten los enfermos a implorar su curación, y que se parece a la piscina, llamada Betesda del Evangelio de Juan 5, en esa piscina han ocurrido cientos de milagros y siguen sucediendo. Incluso el poder de Dios se manifiesta de modo milagroso al no permitir que los enfermos se contagien mutuamente sus enfermedades al entrar a la piscina, que contiene millones de microbios de toda clase de enfermedades.

En el año 1972 se registraron en los archivos médicos 5.432 curaciones. Estas curaciones ocurrieron desde el primer día en que apareció la fuente sagrada. El 28 de febrero de aquel año 1858, una campesina acude con sus dos menores hijos, estando a punto de dar a luz el tercero. Tenía la mano derecha paralizada, con los dedos retorcidos, a causa de una caída. Llega hasta la fuente e introduce la mano en el agua y, repentinamente, queda sana. Corre hasta su casa para dar la buena noticia y allí, sin ayuda de nadie y “casi sin dolores”, da a luz a su tercer hijo, que llegará a ser sacerdote. Fue la primera curación milagrosa que el obispo incluirá en sus investigaciones para declarar, como “obra de Dios”, los sucesos de Lourdes. El mismo doctor Dozous, que durante las apariciones observaba a Bernardita en éxtasis, tuvo que reconocer algunos milagros, por ejemplo, ver que la llama de un gran cirio ardía en sus manos, lamiéndole los dedos sin quemarla. Por eso, él también dijo: “Ahora creo”.

Uno de los grandes convertidos de Lourdes es Alexis Carrel (1873-1944) premio Nóbel de Medicina. En su libro “Un viaje a Lourdes” cuenta cómo fue a Lourdes como curioso y ante sus ojos ocurrió el milagro de la curación de una mujer que estaba moribunda. Carrel escribió: “Eran las tres de la tarde, cuando María Ferrand dijo: Estoy curada. Se le dio una taza de leche. El dolor y la tumefacción habían desaparecido. Era realmente una cosa imposible, era algo inesperado, acababa de realizarse un milagro ante mis propios ojos”.

Aquella misma noche se la pasó en la basílica, pidiendo fe y le decía a María: “Madre mía, Vos habéis querido responder a mis dudas con un milagro deslumbrante. Yo no lo sé ver y todavía dudo. Pero mi deseo más grande y la meta de todas mis aspiraciones es creer”. Así, poco a poco, llegó a la conversión y a una vida de auténtica fe. Escribió un libro sobre la necesidad de la oración y otro “Meditaciones”, donde dice: “Perdóname, Dios mío, todas las faltas de mi vida. Me entrego totalmente a Vos con la pena infinita de haber pasado como un ciego sin fe a través de mi vida. Os ofrezco todo lo que me queda, sacrifico voluntariamente mi vida como una plegaria y os pido que me guiéis por el verdadero camino, el camino de los sencillos, de los que aman y rezan”. ¡Realmente, María es una Madre maravillosa! ¡Cuántas conversiones, curaciones y bendiciones se reciben en este gran santuario de María!

Personalmente, he visitado Lourdes y puedo asegurar que es uno de los lugares donde uno encuentra a Dios. Asistir a la procesión de las “antorchas”, en una tarde de verano, entre miles y miles de católicos de diferentes países, y rezar el rosario y cantar en distintas lenguas, es una experiencia inolvidable que nos afianza en nuestra fe y en el amor a Jesús y a María.