Lourdes: camino hacia la humildad.

 

Lourdes Flaviá Forcada

 

 

-El año pasado se celebró el 150 aniversario de las apariciones de la Virgen María a Bernadette Soubirous. Aunque ya pasó ese año jubilar orientado a celebrar y profundizar el mensaje que la Inmaculada Concepción le transmitió a Bernadette, no está de más seguir reflexionando sobre él. A todos los peregrinos (se calcula que unos 8 millones) que durante ese año llegaron a Lourdes, se les invitó a realizar el “Camino del Jubileo”, desarrollado en cuatro etapas que iban desde el bautismo hasta la eucaristía, recorriendo lugares especialmente significativos en la vida de Bernadette: la iglesia parroquial, en el centro de la ciudad donde se conserva la pila bautismal en la que Bernadette fue bautizada el 9 de enero de 1844; la humilde vivienda (una antigua prisión municipal) donde la familia Soubirous vivió en 1858; la Gruta de Lourdes, tercera etapa del «Camino del Jubileo», es el lugar del diálogo directo entre la Virgen y Bernadette; la cuarta y última etapa es la capilla del hospicio (actualmente un hospital) donde Bernadette hizo su Primera Comunión, el 3 de junio de 1858, semanas antes de la última aparición.
Monseñor Jacques Perrier, obispo de Lourdes, señaló que «Bernadette es una cristiana, antes que una vidente». Y precisamente por esto, y por lo que Lourdes significa especialmente para los enfermos, es por lo que me atrevo a sugerir que en este itinerario o camino espiritual habría que incorporar también el sacramento de la unción de los enfermos. Sacramento que ya no se espera a administrar, como se hacía antes, en los momentos previos a la muerte (por eso se llamaba “extremaunción”), sino que ahora se administra en cualquier otro momento o fase de la enfermedad en que el enfermo y su familia o cercanos y el sacerdote así lo consideren oportuno. Este sacramento lo que nos recuerda es que no somos

eternos. Nos recuerda que somos seres contingentes y finitos, que un día nacemos y que nos enfermamos, envejecemos y morimos. La unción de los enfermos nos lleva a la humildad, a aceptar que, a pesar del límite humano, vale la pena existir, a valorar la realidad en lo que es, a no darle la espalda, a abrazar esa realidad por dura que a veces se nos presente. La humildad, como decía Santa Teresa, es andar en verdad. Y nuestra “verdad”, la del ser humano, es que no somos necesarios, que un día empezamos a ser y que otro día dejaremos de existir. Esto, cuando se asume con paz y con gozo, es signo de humildad y de saberse ubicar donde corresponde. No somos dioses, sino seres limitados.

¿Y qué tiene que ver esto con lo de que Bernadette es “antes una cristiana que una vidente”? Pues porque precisamente la humildad, antídoto de la soberbia, es lo que nos permite entrar en el Reino de Dios. Sin humildad, no podemos pretender acceder al ámbito del Reino. Podemos, quizás, conformarnos con quedarnos en su umbral o en el jardín que lo antecede, pero con soberbia, el cristiano no podrá traspasar ese umbral y, por tanto, tampoco ascender las distintas etapas hacia la unión con Dios Padre. Seremos “cristianos” a medias, pero no cristianos decididos a vivir la plenitud del amor trinitario.

Otra cosa, también relativa a la humildad. La Virgen María siempre se aparece a los más humildes, a los pastores, a los niños, a los que les gusta andar por esos parajes de la soledad y el silencio, a los que no se las dan de sabios,… por algo en el Magnificat, María exclamó: «Ha derribado del trono a los

poderosos, ha ensalzado a los humildes». La soberbia de creernos más de lo que somos, o de querer ser como “Dios”, es decir, no estar contentos con nuestra condición, es una muralla que no nos permite ver lo evidente. Los que son “como niños”, los que no tienen miradas prejuiciadas, esos “verán a Dios”. Quizás nos conviene ir a Lourdes, no tanto buscando remedio a nuestras enfermedades del cuerpo, sino para esas otras enfermedades que nos golpean en la hondonada de nuestro ser y que no nos permiten ser felices en lo que somos.

Fuente: claraesperanza.trimilenio.net