Peregrinación apostólica al Santuario mariano de Lourdes

 

SS Juan Pablo II

 

Audiencia General, 11 de agosto de 2004 

Amadísimos hermanos y hermanas: 

1. El sábado y el domingo próximos realizaré una peregrinación apostólica al santuario mariano de Lourdes. En ese lugar bendito tendré la alegría de celebrar la solemnidad de la Asunción de María santísima al cielo. 

El motivo de la peregrinación es el 150° aniversario de la definición dogmática de la Inmaculada Concepción de María, proclamada por el beato Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854. Cuatro años después, la Virgen se apareció a santa Bernardita, en la gruta de Massabielle, presentándose precisamente como "la Inmaculada Concepción". Por tanto, considero un don especial de la Providencia la posibilidad de volver a Lourdes bajo el signo de esta luminosa verdad de fe. 

En un único acto de alabanza a Dios y a la Virgen, abrazaré los dos grandes misterios marianos: la Inmaculada Concepción y la Asunción al cielo en cuerpo y alma. En efecto, esos dos misterios constituyen el inicio y la conclusión de la vida terrena de María, unidos en el eterno presente de Dios, que la llamó a participar de modo singularísimo en el acontecimiento salvífico de la Redención llevada a cabo por nuestro Señor Jesucristo. 

2. Los momentos públicos de la peregrinación serán tres: la tarde del sábado, el rezo del santo rosario; al anochecer, la tradicional procesión de antorchas; y, por último, el domingo por la mañana, la solemne celebración eucarística. Además, al llegar al santuario y antes de volver a Roma, acudiré a rezar en silencio ante la Gruta. En todas las circunstancias llevaré en mi corazón la acción de gracias y las súplicas de toda la Iglesia y, podría decir, del mundo entero, que sólo en Dios puede encontrar la paz y la salvación. 

En efecto, ¿cuál es el mensaje que el Señor quiso dirigir a la humanidad mediante la Virgen de Lourdes? En síntesis, se puede resumir en una célebre expresión de la sagrada Escritura: Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva (cf. Ez 33, 11). Dirigiéndose a la joven Bernardita, la Virgen María quiso recordar este mensaje evangélico fundamental: la oración y la penitencia son el camino por el que la victoria de Cristo puede consolidarse en cada persona y en la sociedad. 

3. Pero para cambiar de conducta, es preciso escuchar la voz de la conciencia, en la que Dios ha puesto el sentido del bien y del mal. El hombre moderno, por desgracia, a veces muestra que ha perdido el sentido del pecado. Es necesario implorar para él un despertar interior, que le permita volver a descubrir plenamente la santidad de la ley de Dios y los deberes morales que de ella derivan. 

Con estas intenciones en mi espíritu, me dispongo a partir hacia el santuario de la Virgen María en Lourdes. Pido a todos que me acompañen espiritualmente, a fin de que la peregrinación del Sucesor de Pedro produzca abundantes frutos para todo el pueblo de Dios.