Orar ante Iconos: El Icono de la Madre de Dios

 

Padre Alberto María, fmp.

 

 

 
 

A pesar de las diferencias


Evidentemente, no somos todos iguales -gracias a Dios-, somos bastante dispares. 
Esa es nuestra riqueza. 
Pero si las piezas no se ensamblan unas con otras armónicamente, el motor no puede funcionar. 
Si nuestras diferencias no se ensamblan unas con otras armónicamente, no podremos funcionar como comunidad eclesial según la voluntad de Dios. 
Y no el que más alza la voz tiene más razón. 
A veces, quizás el que está más callado puede ser que tenga más razón.
Recuerdo el caso del monje Gabriel. 
Aquel monje ignorado de Iviron, que por ser un monje que pasaba desapercibido en la comunidad, fue el que la Madre de Dios escogió para que sacara su icono del mar (cfr. «Un icono, una presencia. El icono de María Puerta del cielo». Fraterni-dad Monástica de la Paz).
Y es que la semejanza con el Siervo de Yahveh es la que nos da la más pura identidad y la más pura semejanza con Jesús. 
Pero a nosotros, con facilidad, no nos gusta que los demás nos gobiernen, ni que nadie nos llame la atención o nos haga una indicación. 
De lo que está bien, nos encanta que nos hablen, porque halaga nuestra vanidad y el demonio se sirve también de eso para que pongamos nuestra mirada en nosotros mismos. 
Cuentan, a este respecto, de san Antonio el Grande que, un día, alguien le dijo «Padre, eres el hombre más santo del lugar...». A lo que el Santo respondió «¡Lo mismo me acaba de decir Satanás!». 
Pero a nosotros nos halaga que nos digan «¡Qué bien has hecho esto! Hay que ver qué bien has terminado esto; o, con qué gusto; o, qué bien hablas; o, si no fuera por tí... 
Pero ¡ ay de aquél que se atreva a decirme «eso creo que no está bien, pienso que estás teniendo una actitud errónea, pienso que eso no es lo que Dios quiere...». 
En el peor de los casos se responde un poco airadamente, en el mejor de los casos con una evasiva. 
Pero por dentro, el corazón y la mente mascullan «¿Qué derecho tiene ese hermano a decirme...?».