Consagración a María 

 

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María, Madre tierna, cuántas veces fui ingrato, infiel, incongruente y sordo a tus incesantes llamados. 

Cuántas veces olvidé mi bautismo, renegué de mi confirmación y rechacé los sacramentos, siendo indiferente a todo. María, a veces estoy tan confundido que no sé ni cómo me llamo. 

María, tú que pusiste a tu Hijo el hermoso nombre de Jesús, “Dios salva”; tú que lo quisiste con el más puro amor; tú que lo serviste, protegiste, educaste, instruiste y guiaste; tú que conoces mi nombre y el de todos los jóvenes de la tierra, quereme con ese mismo amor, que tanto necesito. 

Por medio de ti, quiero en este día recibir a tu Hijo Jesús en mi corazón, que es lo que más me importa. 

María, yo te consagro toda mi vida, mi corazón, mi alma, mi cuerpo, y cada instante de mi juventud. Te encomiendo también a todas las personas que encontré en esta semana. 

Ayúdame a querer a mi familia, a mis amigos, a mis compañeros, a todos mis hermanos y hermanas. Ayúdame a huir del mal, de los celos, del egoísmo, de la impureza y a rechazar las tentaciones de la violencia y de la droga. Devuélveme mi dignidad. Te pido que me protejas, Mamá. 

Y yo te prometo rezar, vivir la Eucaristía, confesarme y marchar por el camino del amor y la pureza, con todos los jóvenes, centinelas de la mañana, que rezan a esta hora, por los que creen, por los que no creen y por los que no creen más. 

Virgen María, cuida a nuestro Santo Padre, a los obispos, a los sacerdotes y a los religiosos. 

Conserva a tu Iglesia viva, joven y unida. 

Gracias por querernos tanto. Amén.