Letanías

 

Padre Felipe Santos Campaña SDB

 

 

Se entiende por “Letanías” una fórmula de oración compuesta por una serie de invocaciones dirigidas a la Virgen María o Santos, para implorar su intercesión junto a Dios. La Iglesia ha adoptado varias de estas fórmulas de oraciones; pero no tenemos que ocuparnos aquí nada más que de las Letanías de la Santísima Virgen.

Se han compuesto, en el curso de los siglos, numerosas Letanías en honor de María. Los manuscritos de los siglos XIV y XV contienen varias fórmulas que difieren completamente de la que recitamos hoy.

Era natural que gustase enumerar los títulos gloriosos de María, para tocar su corazón y obtener las gracias que se pidieran por su intercesión.
Los santos de los primeros siglos dieron ejemplo de esta realidad. Que se lean los sermones de san Modesto sobre la muerte de la Santísima Virgen, de san Damasceno sobre la Anunciación y la Navidad, de san Epifanio sobre las alabanzas de la Virgen, de san Cirilo de Alejandría en el Concilio de Éfeso, de san Germán de Constantinopla sobre la Asunción de María, y se reconocerá que la Iglesia, al autorizar el uso de las Letanías, no ha hecho- en estos últimos siglos-, nada más que regularizar lo que la piedad inspiraba a los fieles de la Iglesia primitiva.

Las Letanías en honor de diversos Santos, al multiplicarse de forma desmedida, el Papa Clemente VIII reconoció que se habían introducido abusos en estas fórmulas de oraciones, cuya autoridad era simplemente de quien las había compuesto. Las suprimió todas en 1601, defendiendo sólo las que ya se había publicado, excepto las del Misal y del Breviario romano y las que se siguen cantando en Loreto en honor de la Virgen María.

Las Letanías de la Virgen y las de los Santos, más antiguas todavía, son pues las únicas que admite la Iglesia, aprueba y adopta en su liturgia. Pablo V, al querer favorecerlas de una manera especial y recomendarlas a la devoción de los fieles, concedió, en 1606, 60 días de indulgencias a todos los que, el sábado, asistan al canto de las Letanías en la iglesia de los Hermanos Predicadores (dominicos), y cada vez que asistan allí.

Era justo que suprimiendo las Letanías particulares compuestas en honor de diversos Santos, la Iglesia hiciera una excepción en favor de la Madre de Dios y revistiese su aprobación con la fórmula de oraciones en la cual se enumeran las grandezas, las excelencias y las misericordias de la augusta Virgen.

María es en efecto digna de todos nuestros homenajes. En su calidad de Madre de Dios, es incomparablemente más cercana que todos los Santos, y ella tiene derecho a elogios, títulos e invocaciones que testimonian su grandeza.

Madre de nuestro Señor Jesucristo, tiene derecho particular a su amor y, si se puede hablar así, a su obediencia. Es, junto a él, la todopoderosa suplicante y podemos esperar de ella todo si somos fieles en rendirle los homenajes y el amor a los que tiene derecho. Además, la contemplación y la meditación atenta de las virtudes y excelencias de la Madre de Dios sirven admirablemente para conocer a Jesucristo y sus divinas perfecciones. Alabar a María, es pues aprender a glorificar mejor al Señor.

San Gregorio de Nisa, cuya erudición singular en las cosas divinas hizo que se llamara el teólogo, al hablar de las glorias de san Atanasio decía: “Al alabar a Atanasio, alabaré su virtud; al alabar la virtud alabaré a Dios de quien proviene toda virtud”. Con mucha más razón, al alabar a la Virgen alabamos al mismo Dios. Los padres son la gloria de los hijos, dice Salomón; alabar a la Virgen, proclamar los títulos que la elevan por encima de toda criatura y la acercan a Dios en la medida que pude serlo un ser finito, no es ningún error presentarle el homenaje que viene de su Hijo. Por eso, de igual modo que celebramos la grandeza de Jesucristo y su admirable solicitud por nuestra salvación, así también lo aclamamos con diversos títulos y diversos nombres diciendo que es tanto nuestro jefe como nuestro preceptor, nuestro pastor, nuestro padre, nuestro abogado, nuestro amigo, nuestro hermano, nuestro salvador, nuestro redentor, de igual modo llamamos a la Bienaventurada Virgen María templo, casa, esposa e hija de Dios, arca del Testamento, puerta del cielo, estrella del mar, rosa, paraíso para que lo que no expresamos en una palabra, metáfora, lo digamos y expresemos de alguna manera.

Este es el motivo por el que cantamos las Letanías de la Virgen María en la que multiplicamos los epítetos y los títulos de honor para explicar mediante ellos el modo excelente que no podemos expresar con nuestras palabras, ni concebir en nuestra mente. Llegamos así a conocer algo de su sublimidad.

Estos epítetos y títulos que aplicamos a María, tomados aparte o considerados en su conjunto, no igualan sus grandezas pues sólo Dios conoce toda su extensión. Si los acumulamos, es para expresar la dignidad de la Virgen María y proponerla a nuestra admiración..

Otra razón de las Letanías es el amor especial de la Iglesia por la Virgen divina. Cuando se ama mucho, se habla a menudo del objeto amado, lo encontramos para alabarlo con nuevas y expresiones magníficas.
David amaba a Jonatán, y exclama: Jonatán, hermano mío, el más bello de los príncipes, el más amable de las criaturas amables (2 Reyes 1,24). Así la Esposa del Cantar de los Cantares da al Esposo los nombres de amigo, hermoso, amado, amable, y el Esposo da a la Esposa los de fuente, paloma, amiga, inmaculada, bella, amable y radiante como Jerusalén.

Así san Pablo escribiendo a los cristianos los llama hermanos, hijos amados, alegría y corona. Igualmente, la Iglesia adorna de epítetos, títulos y nombres variados a la Virgen María Madre de Dios con el fin de testimoniarle su amor. No ofrecer a la Madre de su Señor y Redentor, a su patrona y a su abogada particular un culto superior al que da a los demás Santos, sería por parte de la Iglesia una ingratitud. Colmada a cada instante de nuevos favores, ella debe, con todos los medios posibles, atestiguar su reconocimiento a María.

La Bienaventurada Virgen María es, para todos, una patrona y una abogada especial. Todos recurren a ella desde todas partes. “ María, dice san Bernardo, es como el centro de todo, como el arca de Dios, como la causa de todas las cosas si el tema o asunto de todos los siglo en los que se fijan las miradas de todos los que viven en el cielo y los que están en los infiernos, los que nos han precedido y nosotros que venimos tras ellos y los que vendrán después de nosotros, hijos de nuestros hijos y los descendientes de nuestros nietos.
Los que están en el Cielo la contemplan para ser reparados y los que viven en los infiernos, es decir en el Purgatorio, fijan sus ojos en ella. Los que la han precedido la consideran para encontrarse profetas fieles y los que la siguen para ser glorificados”.

¿No podía la Iglesia consagra Letanías especiales a la invocación de la muy poderosa y misericordiosa patrona, que abarca a todos los pueblos y a todos los cristianos con una protección llena de solicitud?
Se invoca, en las Letanías de los Santos, a los protectores considerados como los más poderosos junto a Dios, y no hay bienaventurado en el cielo que no esté dispuesto a socorrer a los que lo imploran; pero la protección de María es más eficaz que las demás, porque está más cerca de Dios, porque ella es la fuente del amor, la primera en dignidad y en méritos, y bajo todos los puntos de vista, las más digna de ser amada.

La enumeración de los títulos gloriosos dados a María en las Letanías es maravillosamente propio para aumentar y sostener la devoción. Efectivamente, mientras que recordamos su santidad, su dignidad de Madre de Dios, su pureza, su castidad, su belleza, su clemencia, su fidelidad, su beatitud, su liberalidad, su inefable poder para darnos lo que necesitamos, sentimos que nace en nosotros un respeto más profundo y un conocimiento más ardiente por esta augusta Virgen. Cuando recordamos que es Madre de Dios, madre purísima, madre castísima, madre amable, virgen poderosa, virgen clemente, virgen fiel, la virgen más feliz que todos los bienaventurados, ¿cómo podríamos no encendernos de amor por ella y sentir la alegría más viva, en el pensamiento de los bienes con que ha sido colmada?

De este amor nace un gran deseo de promover su culto y su gloria. Felicitamos a María Madre de Dios y nuestra por su majestad, dignidad, gloria, riqueza... e intentamos propagar la devoción a ella, defenderla y conservarla.
Las Letanías de la Bienaventurada Virgen María, aprobadas por la Santa Iglesia, se recitan y se cantan por todas partes en donde el culto de María ha penetrado, es decir, en cualquier sitio en los cuales hay cristianos fieles. Sin embargo llevan un nombre particular; se les llama Letanías de Loreto. Se eligieron entre las otras, aprobadas y ratificadas por un decreto del Papa Clemente VIII, propuestas y recomendadas para catarse en las iglesias y aceptadas por consentimiento unánime. Parece que esta preferencia le ha sido dada por dos razones: primero a causa del lugar en el que se cantaron primitivamente; en segundo lugar, porque están compuestas admirablemente.

El lugar en el que se cantaron estas Letanías por primera vez es la casa muy santa en la que el Verbo se hizo carne; recibió desde entonces el nombre de Loreto, del país al que se trasportó milagrosamente por los Ángeles. No hay lugar más respetable entre todos los que el sol alumbra. Debe considerarse como formando parte del Cielo más bien que de la tierra. Esta pequeña casa abrigaba la majestad infinita de Cristo y los resplandecientes virtudes de la Virgen y José. Era la morada de la Trinidad en la tierra, y la Letanías de Loreto son como un eco de los cantos de los Ángeles que celebran las grandezas y las bondades de María.

Las Letanías de Loreto son un resumen corto pero admirablemente bien hecho de las alabanzas de la Madre de Dios.
Las alabanzas que dirigimos a la Bienaventurada Virgen María tienen tres objetivos principales: la grandeza de su nombre, la grandeza de sus virtudes, la grandeza de su dignidad.
En las Letanías de la Virgen, se proclama y se alaba ante todo a la Santidad de María. En segundo lugar, se recuerda su misión y su título de Madre de Dios, sus virtudes, sus nobles cualidades y sus bondades para con nosotros. Se hace de dos maneras: mediante las palabras propia y empleando imágenes y metáforas.
Mediante las palabras propias: la misión y la dignidad de María, sus cualidades y sus virtudes se expresan en estos términos: Santa Madre de Dios, Santa Virgen de las vírgenes, Madre de Cristo, Madre de la divina gracia, Madre purísima, Madre castísima, Madre siempre Virgen, Madre sin mancha, Madre amable, Madre admirable, Madre del creador, Madre del Salvador, Virgen prudentísima, Virgen venerable, Virgen digna de alabanza, Virgen poderosa, Virgen clemente, Virgen fiel.

Los títulos simbólicos por los que se celebran sus alabanzas son éstas: Espejo de Justicia, Trono de la Sabiduría, Causa de nuestra alegría, Vaso lleno de los dones del Espíritu Santo, Vaso de honor, Vaso insigne de la verdadera devoción, Rosa mística, Torre de David, Torre de marfil, Casa de oro, Arca de alianza, Puerta del Cielo, Estrella de la mañana.

Los favores de María se recuerdan así: Salud de los enfermos, Refugio de los pecadores, Consoladora de los afligidos, Socorro de los cristianos.

En tercer lugar, la grandeza de la Bienaventurada Virgen se celebra mediante los títulos de Reina de los Ángeles, Reina de los Patriarcas, Reina de los profetas, Reina de los Apóstoles, Reina de los mártires, Reina de los confesores, Reina de las vírgenes, Reina de los santos. A estos títulos tan gloriosos el gran y santo Pío IX añadió el de Reina concebida sin pecado, y su ilustre sucesor, no menos grande que él y no menos entregado a la gloria de la Madre de Dios, León XIII ordenó añadir “Reina del santo Rosario”.

Estas son las Letanías de Loreto, las únicas de la Santísima Virgen reconocidas por la Iglesia, ingenioso resumen de las grandezas y glorias de la Reina de los Cielos.

Subrayemos todavía que antes de dirigirnos a la Bienaventurada Virgen María, suplicamos a Nuestro Señor Jesucristo, por tres veces, que tenga piedad de nosotros. Nos dirigimos luego la misma súplica a cada una de las Personas de la Trinidad; a continuación nos dirigimos a la augusta Virgen, nuestra abogada y nuestra patrona, pidiéndole que interceda por nosotros.

Cuando hemos concluido de enumerar los títulos de María y obtenido su poderosa intercesión junto a su Hijo divino, nos volvemos a Jesucristo, le recordamos, por tres veces, que es Cordero de Dios cuya sangre divina ha pagado el rescate por nuestros pecados, y le rogamos que nos ayude a los que estamos bajo la protección de su Madre divina y que tenga piedad de nosotros y escuche nuestras humildes súplicas.

¿Cómo podríamos no ser escuchados cuando nos presentamos ante Dios, apoyados por la poderosa intercesión de María, cuyos títulos gloriosos hemos enumerado y son una garantía irrefutable? Pero no hay que olvidar que nos puede suceder que tengamos errores en nuestras oraciones. “No sabéis lo que pedís” (Mateo 2,22) decía nuestro Señor a sus Apóstoles. No nos extrañemos pues si nuestras plegarias más puras y fervorosas no tienen el efecto que esperamos. Oremos, pero pongamos todo en la bondad y en la sabiduría de Jesús y de María.

Fuente: autorescatolicos.org