El Magnificat - Alabanza y lección 

Luis Fernando Figari

 

El Cántico de María es una prolongación de su reflexión de la Anunciación -Encarnación, y es también un eco de los acontecimientos y palabras de las que acaba ser testigo.

Renè Voillaume dice que “ La Virgen María poseyó un conocimiento excepcionalmente profundo y amplio por lo que atañe a los pasajes del Antiguo Testamento que anunciaban al Cristo o Mesías”, debido a “la plenitud única de la gracia divina, y la perfecta docilidad de su alma iluminada por el Espíritu Santo”. María al ir descubriendo su misión entona un himno de alabanza al Señor, pero lo hace desde el fondo de su corazón iluminado por la fe, desde la historia expectante de su Pueblo.

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Ante la realidad del “resto” de Israel, de los “anawim”, los pobres del Señor que, en medio de sus privaciones y dolores, de su mansedumbre y humildad, esperan la realización de las promesas, María proclama gozosa la alabanza al Señor: “Proclama mi alma la grandeza el Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque se ha fijado en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada”. Alabanza, alegría y profecía. Todo el cántico es una alabanza a Dios y un eco de la virtud religiosa de María. Aunque desde un fondo personal, no se puede dejar de notar la repercusión social, eclesial, diríamos, del mensaje. En María canta todo el pueblo de Israel, no el sociológico o racial, sino el Pueblo de la Fe, “el resto”, los anawim, los que en medio de las tribulaciones del mundo tienen su corazón abierto al Señor y su confianza puesta en su Divino Plan.

Voz de Israel

No se puede dejar de notar que los pensamientos que fluyen del corazón de la Santa Madre recapitulando la historia de expectación del Pueblo Peregrino de la Fe son un adelanto de las bienaventuranzas que desde el Monte proclamará el Señor: Bienaventurados los pobres de espíritu los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los injuriados y difamados por causa del Señor (Ver Mt 5,1-12). ¡Qué hermosa y completa descripción de los “anawim”, de la porción del pueblo fiel al Plan de Dios!

María es la voz del “resto fiel”, ella es la bisagra entre los dos Testamentos, ella es protagonista y testigo por excelencia de los frutos que surgen de la libre cooperación de la creatura con el Plan Divino. María canta las alabanzas al Señor como Hija de Sión, en nombre de todo el Pueblo de Dios, “Acogió a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia –como había prometido a nuestros padres-a favor de Abraham y de su linaje por los siglos”. Se trata del inicio de una nueva era para el linaje de la fe, para los descendientes de Abraham por el hijo de la fe: Isaac; para el pueblo teológico que convocado a la Nueva Alianza. El linaje de Abraham es el linaje de la fe ¡Cuánta enseñanza se descubre ahí!.

A la luz del Magnificat resalta lo que siguiendo a la “Lumen Gentium” enseñan los Obispos en Puebla: “Mientras peregrinamos, María será la Madre educadora de la fe”. María reza, alaba a Dios y al hacerlo cumple con su misión de educarnos, de prepararnos para el encuentro con Jesús, de disponernos para ese encuentro. Ella, quien lleva en su seno la Palabra Viva, en sintonía plena con su realidad profunda, difunde la perspectiva evangélica. María está plenamente inmersa en la dinámica evangelizadora. Por ello, y porque Cristo así lo quiere, “Ella tiene que ser cada vez más la pedagoga del Evangelio en América Latina” (Puebla 290).