María, mujer eucarística 

(Novena de la Inmaculada en el año de la eucaristía)

 

Día segundo

Visitación. La eucaristía, refugio e impulso.

 

ESQUEMA DE LA HOMILÍA

1. María fue el primer sagrario. Un sagrario viviente. Su visita a Isabel propició un gran milagro.
2. Isabel nos la pone como ejemplo de fe. Nuestra fe debe llevarnos a llevar a Cristo por los caminos del mundo.
3. Cristo eucaristizado nos impulsa a salir a la calle con él para hacer milagros en la sociedad.

DESARROLLO

1. María fue el primer sagrario. Un sagrario viviente. Su visita a Isabel propició un gran milagro.

“(36) ahí tienes a Isabel, tu pariente, que en su ancianidad ha concebido también un hijo, y la que era llamada estéril, hoy cuenta ya el sexto mes. ... (39) Por aquellos días, María se levantó, y marchó deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá; (40) y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. (41) Y en cuanto oyó Isabel el saludo de María, el niño saltó de gozo en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; ... (45) y bienaventurada tú que has creído, porque se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor” (Lc 1, 36.39-41.45).

María, apenas la dejó sola el ángel, se dirigió a casa de Isabel para ayudarla. La Virgen nazarena lleva consigo al Hijo de Dios, que es apenas un hombre de pocos milímetros en su vientre. ¡Qué humildad la del Verbo!, que quiso seguir todos los estadios de desarrollo de los hombres cuando tomó nuestra naturaleza. ¡Qué caridad la de María su madre!, que no se quedó ensimismada en su embarazo, sino que salió enseguida a ayudar a la que más lo necesitaba. 

“Cuando, en la Visitación, lleva en su seno el Verbo hecho carne, se convierte de algún modo en « tabernáculo » –el primer « tabernáculo » de la historia– donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel, como « irradiando » su luz a través de los ojos y la voz de María” (Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, n. 55). El viaje de Nazaret a Ain Karim fue, podemos decir, la primera procesión eucarística. Una procesión que pasó oculta a casi todos los que acompañaron a María en la caravana, para casi todos los que la vieron pasar junto a sus casas, aldeas o ciudades. Pero que fue advertida por el futuro Juan Bautista, que llevaba seis meses en el seno de su madre y allí fue justificado antes de nacer; y allí ejerció por vez primera su tarea de precursor para avisarle a su madre Isabel de la presencia del Redentor en el seno de su parienta María. 


2. Isabel nos la pone como ejemplo de fe. Nuestra fe debe llevarnos a llevar a Cristo por los caminos del mundo.

También Isabel quedó llena del Espíritu Santo y le dijo: “bienaventurada tú que has creído, porque se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor” (Lucas 1, 45). Feliz tú, que has creído que lo que hay en tu seno es el Hijo de Dios.

Juan Pablo II ha comentado estas palabras con cierto detenimiento en la Encíclica Redemptoris Mater (cfr. 12, 13, 14, 17, 19, 26, 37) para subrayar que la fe de María en Dios que le habló a través del Ángel es lo que sustentó todas sus demás virtudes. Mediante ese acto de fe “María ha anticipado también en el misterio de la Encarnación la fe eucarística de la Iglesia” (Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, n. 55). 

La fe de la Iglesia en la presencia real de Jesucristo en las Sagradas Especies empuja a cada cristiano y a la Iglesia entera a procurar llevar al Cristo presente en el sagrario a la sociedad en la que vive. La historia de Clara de Asís me parece paradigmática al respecto. En 1240 (o en 1234?) unas tropas sarracenas pagadas por el emperador Federico II, que pretendía imponer su autoridad en Asís, asaltaron el convento de San Damián en las afueras de la ciudad. Clara, la abadesa, «manda, pese a estar enferma, que la conduzcan a la puerta y la coloquen frente a los enemigos, llevando ante sí la caja de plata donde se guardaba con suma devoción el Cuerpo del santo de los santos... Y de inmediato los enemigos se escaparon deprisa por los muros que habían escalado» (Leyenda 22). Al año siguiente, un nuevo suceso bélico vino a turbar la paz de San Damián: Asís era asediado por Vital de Aversa, al frente de las tropas imperiales; y la ciudad se vio liberada del asedio por la oración de Clara y sus hermanas ante el Santísimo expuesto.

Josemaría Escrivá, en el siglo pasado, comparó alguna vez el sagrario con los reactores nucleares. Ambos están encerrados y escondidos, pero irradian una energía poderosa que llega hasta límites bastante lejanos. Las comparaciones son eso, comparaciones, y tienen sus límites; Jesucristo irradia desde el sagrario una energía espiritual que llega mucho más lejos que el mas potente de los reactores nucleares del mundo pueda hacerlo, pues alcanza los confines del orbe y los límites del tiempo. Pero quiere contar con nosotros, con nuestra fe en la eficacia transformadora de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, para que lo portemos por todo el mundo, como María lo llevó a la casa de Isabel.


3. Unidos a Cristo sacramentado, como María, Él será para nosotros refugio e impulso.

Pienso que durante aquellos nueve meses el Niño que llevaba en su seno fue para María refugio e impulso. Refugio para vencer la tentación de ceder ante las dificultades: ¿cómo explicaré al mundo lo que me ha sucedido?, ¿qué pensará José? Impulso para afrontar tareas de servicio material y espiritual a los demás, aunque fueran incómodas como el viaje a la casa de Isabel.

El Niño fue refugio e impulso porque María tuvo durante ese tiempo una unión muy particular con Jesús, la que tienen todas las madres con su hijo durante los meses que dura la gestación. Esa unión le propició una muy especial presencia del Verbo en su vida. Procuremos nosotros crear conductos espirituales que nos unan a los sagrarios, para tener también esa conciencia de la presencia de Cristo eucaristizado en los sagrarios. Es lo que buscan esas devociones populares que nos llevan a tener localizado el sagrario más próximo y dirigirnos de vez en cuando a él con la mente; que nos lleva a ir descubriendo nuevos sagrarios en nuestras rutas por las calles o por las carreteras... y tantos otros enlaces (‘links’ les llaman los informáticos) que nos lleven espiritualmente al Cristo presente en la Eucaristía cuando nos encontremos inmersos en nuestros diarios trajines.

El sagrario será así para nosotros un embalse amplio que nos suministra generosamente agua para que beba nuestra alma y para que se empapen las campiñas en los que trabajamos. De esta manera, el sagrario será para nosotros refugio e impulso de nuestra vida. Refugio donde nos encontramos con Jesús que nos libra del mal. Impulso que nos empuja a llevar a ese Jesús a todos los hombres. Y otra vez refugio donde retornaremos a cobijarnos con nuestros semejantes junto a nuestro Hermano Mayor. 

Refugio muy oportuno, porque quien tiene su mente junto a Jesús en el sagrario no será dejado de su mano ante las diversas tentaciones. Impulso que nos empujará a no conformarnos con ser un cristiano tibio de mínimos. Impulso que nos lanzará a desarrollar un vibrante apostolado, para anunciar con gozo el mensaje de Jesús a los que nos rodean. Impulso que nos llevará a no ser indiferentes a la suerte de nuestros semejantes, a ser motores de amor y vida, de gozo y paz en la sociedad en la que nos ha tocado vivir.

María Inmaculada, tú creíste lo que se te dijo de parte de Dios. Fuiste así anticipo de la fe eucarística de la Iglesia. Tu fe te hizo hacer de puente entre tu Hijo Jesús e Isabel y Juan. Fortalece nuestra fe en la presencia eucarística de Jesús para que la eucaristía sea para cada uno de nosotros refugio e impulso de nuestra vida. De esta manera, llenos de Cristo, con la fuerza del Espíritu Santo y el aliento de María, sabremos llevar Jesús a nuestros semejantes y sabremos acompañar a cada uno de nuestros hermanos los hombres hacia Jesús.


TEXTOS PARA MEDITAR

“(36) ahí tienes a Isabel, tu pariente, que en su ancianidad ha concebido también un hijo, y la que era llamada estéril, hoy cuenta ya el sexto mes,... (39) Por aquellos días, María se levantó, y marchó deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá; (40) y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. (41) Y en cuanto oyó Isabel el saludo de María, el niño saltó de gozo en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo;... (45) y bienaventurada tú que has creído, porque se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor” (Lc 1, 36.39-41.45).


“« Feliz la que ha creído » (Lc 1, 45): María ha anticipado también en el misterio de la Encarnación la fe eucarística de la Iglesia. Cuando, en la Visitación, lleva en su seno el Verbo hecho carne, se convierte de algún modo en « tabernáculo » –el primer « tabernáculo » de la historia– donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel, como « irradiando » su luz a través de los ojos y la voz de María. Y la mirada embelesada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística?” (Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, n. 55).