Otras devociones

Padre Angel Peña O.A.R.

 

Son incontables las maneras con las que fieles católicos han manifestado su amor a María a través de los siglos. En primer lugar, han puesto a María diferentes nombres según los distintos lugares. A veces, estos nombres se refieren al lugar de las apariciones como en Fátima; o a lo que representa la imagen del lugar como la Virgen de la mano o de la manzana... Lo cierto es que los nombres de María son incontables como incontables son las muestras de amor de sus hijos. Como diría san Luis María Grignion de Montfort: Toda la tierra está llena de su gloria, especialmente, entre los cristianos que la han escogido por tutela y patrona de varias naciones, provincias, diócesis y ciudades. ¡Cuántas catedrales no se hallan consagradas a Dios bajo su devoción! ¡No hay iglesia sin un altar en su honor, ni comarca ni región donde no se dé culto a alguna de sus imágenes milagrosas, donde se cura toda suerte de enfermedades y se obtiene toda clase de bienes! ¡Cuántas cofradías y Congregaciones en su honor! ¡Cuántos Institutos religiosos colocados bajo su nombre y protección! ¡Todos publican sus alabanzas y proclaman sus misericordias![1].  

Y, en cada iglesia, se hacen triduos o novenas en su honor. Sobre todo en los días especiales de su fiesta patronal o en las fiestas eclesiales importantes como la Inmaculada Concepción, la Natividad de María o la Asunción...  

El mes de mayo es el mes especial consagrado a María y, en muchos lugares, hacen homenajes especiales en honor a María. Recuerdo, cuando era niño, que en la escuela el maestro dirigía durante este mes de mayo las Flores de María, cantando alguna canción y rezando algunas oraciones. Actualmente, en la parroquia donde resido en Lima, todos los días del mes de mayo tenemos el rosario de la aurora, al amanecer, por las calles de la parroquia. Y así en cada lugar y de acuerdo al entusiasmo de los fieles, se tienen especiales actos de honor a María en este mes.  

El mes de octubre es el mes del rosario y se recomienda muy especialmente el rezo del rosario, sobre todo, en familia. En muchas parroquias, se reza todos los días antes de la misa de la tarde. Y en algunas, durante este mes de octubre, se reza todos los días el rosario en algunos parques públicos para incentivar a los fieles, que no acostumbran ir mucho a la iglesia.

Todo lo que hagamos por María es poco. Y ella no lo olvidará. Como buena madre lo tendrá presente en el momento de nuestra muerte y sentirá gran alegría de poder decir a su hijo Jesús: Éste es mi hijo querido, que rezaba el rosario o las tres avemarías, llevaba mi medalla o el escapulario, o me ofrecía flores con amor. Recuerdo que, en mi parroquia de Arequipa, algunas prostitutas iban a la iglesia y se quedaban rezando en la última banca, como si tuvieran temor de acercarse mucho al altar para que no las conocieran. Y le daban al sacristán, de vez en cuando, ramos de flores para la Virgen o, a veces, algún velo especial para la imagen.  

El día de la fiesta de nuestra patrona la Virgen de Chapi, el 1 de mayo, la sacábamos en procesión. Algunos con su fe sencilla, se colocaban debajo del manto de la Virgen como una señal sensible de querer su protección y bendición. Otros encendían velas en su honor u ofrecían flores, misas... Otros colocaban a sus hijos pequeñitos ante la Virgen para ofrecérselos.  

¡Qué bello es el gesto de las madres, que, al nacer sus hijos, van ante una imagen de María para  consagrárselos y ponerlos bajo su protección! Así he visto hacerlo a mi hermana Inés y así he visto hacerlo a muchas madres en el Perú ¡Que Dios las bendiga, pues estos detalles no pasan desapercibidos para María!  

¡Cuántas personas habrán sido salvadas por María por este detalle de haber sido consagradas de niños o por haber hecho alguna vez, personalmente, su consagración a María! Incluso por rezar la oración Acordaos de san Bernardo o por una sola avemaría o por una flor, o una canción.  

- Se cuenta en la vida de san Francisco de Sales (1567-1620) que, siendo joven estudiante en París, sufrió graves tentaciones de desesperación. Le parecía que se iba a condenar. Pero un día se fue a una iglesia y, al arrodillarse ante una imagen de la Virgen, vio allí escrita la oración Acordaos de san Bernardo. La rezó con devoción y desapareció la tentación para siempre. Por eso, siendo sacerdote y obispo, por todas partes, repartía y hacía rezar esta hermosa oración.  

- En la vida del santo cura de Ars, san Juan María Bautista Vianney, se dice que, en una ocasión, inspirado por Dios, se dirigió a una viuda, que entraba por primera vez en la iglesia parroquial y le dijo:  

-          Señora, su plegaria ha sido oída. Su esposo se ha salvado.  

Y como aquella señora no dijera nada, le siguió diciendo:  

-          Recuerda que, un mes antes de morir, su esposo cogió del jardín de su casa la rosa más bella y le dijo: Llévala al altar de la Virgen. María no lo olvidó y le consiguió de su Hijo Jesús el arrepentimiento final y la salvación[2].

- Mi amigo, el padre José Cuperstein, párroco en una parroquia de Lima, me contaba cómo cuando era todavía de religión judía, fue la noche del 24 de setiembre de 1982 a cenar con sus padres al restaurante Agua Viva, dirigido por laicas consagradas. A la entrada, le impactó una linda imagen de María y, por un impulso interior, le pidió que ayudara a su padre enfermo. Al final de la cena, las hermanas cantaban el Ave María y eso le emocionó mucho. A raíz de la fecha, todos los meses mandaba un ramo de flores para la Virgen.  

Y María lo recompensó más de lo que podía haber imaginado. Al poco tiempo, sintió deseo de hacerse católico y, más tarde, el deseo de ser sacerdote. A pesar de algunas dificultades, pues había sido casado y tiene dos hijos, pudo recibir la ordenación sacerdotal el 7 de octubre de 1993. Todo comenzó por un ramo de flores, ofrecido con amor todos los meses a María. Actualmente, el padre José es un enamorado de María, pues su conversión se la debe a ella.  

- Durante la guerra civil española (1936-1939), en el barco Cabo Quilates, anclado en el puerto de Bilbao, se encontraba preso el sacerdote José María Lumbreras. Un jefe, a quien llamaban Muela, era su verdugo y martirizador. Con golpes y amenazas lo obligaba a levantar el puño y a cantar la Internacional. El sacerdote sufría y callaba hasta que fue asesinado el 25 de setiembre de 1936.  

Cuando las fuerzas del general Franco tomaron Bilbao, Muela huyó a Santander y allí lo apresaron. Lo llevaron a Bilbao y lo condenaron a muerte por todos sus crímenes. Alguien preguntó, si quería un sacerdote antes de morir. El sacerdote fue a visitarlo a la celda. Aquel hombre estaba pensativo; pero, al entrar el sacerdote, le dijo que quería confesarse y asistió a la misa y comulgó con mucha devoción, después de pedir perdón a todos a quienes había ofendido y torturado a lo largo de su vida.  

Cuando llevaron al Muela ante el pelotón de fusilamiento, no se desesperó como hacían otros. Pidió cinco minutos de vida.  

-          ¿Para qué los quiere?

-          Para cantar a la Virgen antes de morir.  

Se los concedieron. Muela, el terrible Muela, levantó su voz y de sus labios brotó la canción La Dolorosa, que más de una vez había cantado a la Virgen. Tal vez era la única canción religiosa que sabía, pero resonó en el patio de la cárcel como una hermosa oración de despedida. El amor a la Virgen le había salvado de la desesperación. Y al rumor de aquella canción, la Virgen vendría a su encuentro para llevarse al hijo pródigo, que volvía a casa[3].  

- El gran escritor francés Charles Peguy decía: La Virgen me ha salvado de la desesperación... Durante 18 meses no podía recitar el padrenuestro. No podía decir: Hágase tu voluntad. No podía, no podía rezarlo, porque no podía aceptar de verdad su voluntad sobre mí a causa de mi enfermedad. Fue terrible. Yo no podía decir de verdad y con sinceridad: Hágase tu voluntad... Entonces, recé a María. El avemaría es el último recurso, porque no hay nadie que no pueda rezarla[4].  

¡Cuánto puede hacer una simple avemaría o unas flores ofrecidas con amor! Veamos un caso real de la primera guerra mundial.  

En el mes de mayo de 1918, un soldado alemán estaba en el frente francés y una tarde se dirigió a una fuente para tomar agua. Era mediodía y había algunos cadáveres de soldados muertos junto a la fuente. Junto a la fuente había una imagen de la Virgen María y él se puso de rodillas a rezar. Lo que no sabía es que había quince soldados franceses apuntándole a pocos metros, pero no quisieron dispararle, al ver que estaba rezando como buen católico a la Virgen María. Después de rezar, como creía estar solo, se metió a la piscina de la fuente para darse un baño. Al salir, sintió miedo, sin saber por qué; se colocó el uniforme, cortó unas flores y se las colocó a la imagen de la Virgen para pedirle su protección y, después, se alejó a toda prisa hasta llegar a sus trincheras.  

Al regresar, sus compañeros le dijeron que había tenido suerte, pues se había equivocado de fuente y que en aquella fuente había franceses que ya habían matado a varios compañeros. Entonces, se dio cuenta del milagro de María. Los franceses estaban allí y no le habían querido disparar al verle tan devoto, rezando a María.  

Después de la guerra pudo encontrar a un sargento francés que le contó lo sucedido:  

En los arbustos, que rodeaban la fuente, estábamos ocultos dos sargentos y quince soldados franceses. Nuestro centinela lo vio venir a usted y llevó el dedo al gatillo. Pero le ordené silencio por si no venía solo. Un soldado seguía todos sus movimientos con una ametralladora. Usted casi nos ve, cuando estaba cortando flores para la Virgen. Pero esperamos a ver lo que hacía. Cuando se arrodilló a rezar, el soldado de la ametralladora la dejó a un lado. Se le agrandaron las pupilas al ver a un alemán, rezando tranquilamente a la Virgen en el campo de batalla. Luego, usted se marchó mientras seguimos apuntándole. Cuando usted desapareció, salimos a ver a la Virgen. Yo tomé una flor y la guardé en mi cartera. Aquí está, la he conservado siempre, porque no sólo la Virgen salvó su vida, sino también la nuestra. Apenas usted había desaparecido, cuando cuatro proyectiles pesados cayeron sobre los arbustos, donde unos segundos antes habíamos estado ocultos, pero ahora estábamos junto a la imagen. Sólo perdimos el equipo[5].  

- El padre Pío de Pietrelcina amaba mucho a María. El 19 de setiembre de 1968, cuatro días antes de su muerte, le regalaron un bellísimo ramo de rosas. El padre Pío extrajo la más bella y se la entregó a un amigo espiritual, que estaba en ese momento con él y que ese mismo día debía regresar a Nápoles, y le dijo que depositara esa rosa ante el altar de la Virgen del Rosario de Pompeya. El padre Gerardo de Flumeri dice que aquella rosa, en vez de marchitarse, estuvo fresca y olorosa sobre el altar hasta el día de la muerte del padre Pío; al morir, la rosa también se cerró, volviendo a su primitivo estado de capullo[6].  

- San Marcelino de Champagnat, fundador de los hermanos maristas, tuvo que ir en febrero de 1823 a visitar a un moribundo a una montaña en pleno invierno. Al regresar, se perdieron de camino, porque todo estaba cubierto de nieve y era de noche. Entonces, Marcelino le dijo a su compañero:

-          Estamos perdidos, pidamos a la Virgen María que venga en nuestra ayuda; pues, de otro modo, vamos a perecer congelados en medio de la nieve.  

Después de rezar, el compañero cayó desmayado de frío y de cansancio, Marcelino lo tomó en brazos durante unos pocos metros. Entonces, vio una luz que se movía y empezó a gritar. Era un campesino que vivía cerca y lo ayudó a llevar a su compañero a su casita. El campesino dijo:  

-          Yo nunca salgo de noche fuera de mi casa. Pero esta noche sentí una inspiración, como una voz dentro del alma, que me urgía a dar una vuelta con la lámpara encendida, alrededor de la casa, y apenas estuve fuera, cuando escuché los gritos del padre que pedía auxilio.  

Si no hubiera sido por su ayuda, aquella noche habrían perecido los dos congelados por el frío. Pero María había escuchado sus súplicas y los había salvado.  

- Hay una leyenda medieval que habla de un titiritero que, deseando amar más a Dios, se hizo monje en un monasterio. Pero él se sentía triste, porque no sabía leer y no podía rezar como los demás monjes en aquellos grandes libros. Sin embargo, cada día inventaba algo para honrar a la Virgen. Un día esperó a que todos los frailes fueran a dormir y, cuando se quedó solo en la capilla del convento, se puso a ofrecer a Jesús y a la Virgen una sesión de sus habilidades de titiritero, dando volteretas y haciendo otros malabares. Dice la leyenda que el Superior, al oír ruido, salió a ver qué pasaba y ya le iba a llamar seriamente la atención, cuando se dio cuenta de que Jesús y María estaban sonriéndole con amor desde sus imágenes del altar. Por eso, amemos a Jesús con María; amemos a María para amar más a Jesús. Con Jesús y María nuestra vida será más segura y feliz.  

Otras devociones importantes son peregrinaciones a santuarios famosos marianos, donde se siente de modo especial la maternal protección de María. El hecho de hacer un largo camino, aunque sea con medios modernos, ya es un esfuerzo que Ella sabe valorar; mucho más si se hace un largo camino a pie para ofrecerle ese sacrificio. En los grandes santuarios marianos se dan incontables conversiones y milagros. Nunca me olvidaré de mi visita a Lourdes, a Fátima o al santuario de El Pilar. Allí es donde más cerca he sentido la presencia de Dios, especialmente en la misa. Porque, como diría san Josemaría Escribá de Balaguer: Para mí, la primera devoción mariana es la santa misa. Cada día, al bajar Cristo a mis manos, se renueva su presencia real entre nosotros con su cuerpo, sangre, alma y divinidad: El mismo cuerpo y la misma sangre que tomó de María... Por eso, el trato con Jesús en la misa me trae necesariamente al trato con Maria su madre, que está siempre presente en la misa. Quien encuentra a Jesús, encuentra también a la Virgen sin mancilla[7].  

El fundador del Opus Dei amaba entrañablemente a María y, cada vez que pasaba junto a una imagen de María, la saludaba y le sonreía con cariño. Un día fue a rezar a la basílica de la Virgen de Guadalupe en México. A su lado, había una señora rezando sin saber quién era él, pero se admiró del gran amor que manifestaba a la Virgen. Y esta señora les decía a todos: No hacía más que mirarla y sonreírle.  

Cuando él estaba para morir, entró en su habitación, miró con inmenso cariño la imagen de la Virgen de Guadalupe y murió, como siempre había vivido, mirando y sonriendo a María.  

¡Qué hermoso sería, si nosotros también miramos a María con cariño en cada una de las imágenes que encontramos a nuestro paso! ¡Ojalá que nuestra mirada sea un saludo cariñoso y vaya acompañada de una sonrisa como el hijo que se alegra de encontrarse con su madre! ¡Y ojalá que, en el último momento de nuestra vida, también miremos a María para que, de su mano, Ella nos presente a Jesús!


[1] Tratado de la verdadera devoción de la Santísima Virgen Nº 9.

[2] Eugui Julio, Anécdotas y virtudes, Ed. Rialp, Madrid, 1987, p. 461.

[3] Elía Marcos José Alfredo, Educar en valores, p. 309.

[4] De una carta escrita por Peguy en 1909 a Joseph Lotte.

[5] Elía Marcos José Alfredo, o.c., pp. 284-285.

[6] Napoletano Francesco, o.c., pp. 251-252.

[7] De La Virgen en el libro de Aragón, Zaragoza, 1976.