El Santo Rosario

José Sánchez González, Obispo de Sigüenza-Guadalajara, España


Queridos diocesanos:

El mes de octubre está tradicionalmente vinculado a la devoción del rezo del Santo Rosario: individualmente, en nuestros templos y en familia. Es una devoción popular, fácil de practicar, aun para los más sencillos y muy arraigada en nuestros pueblos y en nuestras familias, aunque en las personas más jóvenes ha decaído.

Sin embargo, hoy encuentra, sobre todo en la familia, serias dificultades, a causa de la dispersión de sus miembros por el trabajo u otras ocupaciones y la presencia, a veces invasora y permanente, de la televisión. A muchos les resulta difícil encontrar el tiempo adecuado para rezar juntos en familia el Rosario. Siempre falta alguno o siempre hay uno u otro que tiene algo más necesario y urgente que hacer, ver u oír.

Con el ser el rezo del Rosario un ejercicio tan fácil, es, al mismo tiempo, una oración de gran profundidad, dentro de su sencillez, porque es eminentemente evangélica. El Papa Juan Pablo II lo define como un compendio de todo el Evangelio. Las dos oraciones que más se repiten, el Padrenuestro y el Avemaría son textos de los Evangelios. Los misterios del Señor y de la Virgen María, que contemplamos son los momentos cumbre de Cristo y de su Madre expresamente proclamados en la Sagrada Escritura o con fundamento suficiente en ella. El mismo estilo de oración está impregnado por el modo de orar de Cristo, como se nos narra con frecuencia en los Evangelios, y de su Madre María, como aparece en el Magnificat.

El Santo Rosario tiene la virtud de armonizar perfectamente la oración de contemplación con la oración vocal, la pluralidad de contenidos y peticiones con la oración pidiendo lo fundamental; las diversas formas de oración según sus objetivos, como son: alabanza, adoración, acción de gracias, ofrenda, súplica, petición de perdón, compromiso de vida... Combina armónicamente la variedad con la repetición; pone en juego el entendimiento para pensar y meditar, la capacidad de contemplación, el corazón y los sentimientos, la expresión oral y corporal...

El Rosario se puede rezar individualmente, en grupo, en familia, en comunidad; en la calle, en el campo, en casa, en el templo y en cualquier lugar. Incluso tenemos la facilidad de llevar la cuenta con los dedos para las diez Avemarías de cada misterio, si no disponemos de un rosario.

Aunque, como en toda oración, existen la posibilidad de la distracción y de la rutina y el riesgo de que no comprometa en la vida, sin embargo, bien hecha y respondiendo a sus exigencias, nos lleva a identificamos y a comprometemos con Cristo, al que contemplamos, al que nos dirigimos y al que queremos seguir, y con la Virgen María, con la que oramos y a la que invocamos.

El 16 de octubre de 2002, el Santo Padre Juan Pablo II, con motivo del Año del Rosario, que proclamó, publicó una preciosa Carta Apostólica titulada El Rosario de la Virgen María. Como novedad, recordamos que introdujo una cuarta serie de Misterios, los llamados «Misterios de luz» o «luminosos». Además de la rica doctrina sobre el Rosario y su valor y utilidad, el Papa nos recomienda encarecidamente su rezo, en sus diversas formas y según las tradiciones y costumbres de cada lugar.

Quiero terminar insistiendo en un ruego y recomendación del Papa. Nos pide en su Carta Apostólica sobre el Santo Rosario que lo recemos pidiendo muy especialmente por la paz y por la familia. Son dos intenciones que siempre han estado presentes en esta oración. Tienen, además, una especial invocación en las Letanías. Se refieren a dos realidades importantísimas y necesarias, la paz y la familia, que siguen siendo hoy dos anhelos universales, nunca plenamente logrados: la vida en paz y en familia.

Os saluda y bendice vuestro Obispo

+ José Sánchez González
Obispo de Sigüenza-Guadalajara