Una vertiente de vida nueva

Callan Slipper

 

Un ministro de la Iglesia anglicana de Inglaterra comenta la última carta apostólica del Papa sobre la difundida oración mariana. Una práctica que conduce a Jesús y, por consiguiente, hay que volver a descubrir.

¿Un rosario ecuménico? Ya sólo al decirlo suena un poco extraño. Pero, atendiendo a la invitación de Juan Pablo II de dedicar un año al rosario, se me ocurre que efectivamente puede resultar de notable ayuda a la unidad de los cristianos. Y esto por dos motivos, que me parece ver con claridad, y que quisiera señalar en cuanto miembro de la Iglesia de Inglaterra, es decir, de una tradición religiosa que se precia de ser al mismo tiempo católica y reformada.
El primero es que, como dice justamente el Papa en la primera frase de introducción a su carta Rosarium Virginis Mariae, el rosario se enmarca en el camino espiritual de un cristianismo que quiere «"gritar" Cristo al mundo como Señor y Salvador». Ahora bien, este poner el énfasis en Jesús, el hombre-Dios que nos salva, que está en el centro de la experiencia espiritual de las iglesias que nacieron, o fueron purificadas (como se consideran los anglicanos) por la Reforma protestante, es lo que se subraya en todas las páginas de la carta y, en particular, en los nuevos misterios de la luz, todos centrados en la vida pública del Salvador.
Lo cual demuestra algo muy importante: el rosario nos lleva a Jesús. Esto es lo que resulta de los mismos misterios, que nos hacen contemplar las maravillas realizadas por Dios en Cristo. Pero es también el resultado de algo sorprendente e interesante para alguien de tradición protestante: en efecto, por una parte el rosario es una oración que notoriamente llega a Dios a través de María, una oración hecha junto con María, que orienta la mirada meditativa al lugar y al papel de María en la vida de su Hijo (y se sabe que la devoción a la Virgen es vista, por muchos cristianos de la Reforma, como un obstáculo a la relación con Jesús); sin embargo, por otra parte en esta oración hecha "con", "en" y "a través" de María, se ve cómo en realidad María nos lleva a Jesús.
Esta es mi experiencia. Meditando sobre María, admirándola como modelo del cristiano vivo, me veo ayudado a vivir el cristianismo. Quizás podría tomar prestadas las palabras del nuevo arzobispo de Canterbury cuando, en su último libro, afirma que María «es también el primer creyente explícito en Jesús: de su seno brota el río de la vida. Y cuando nosotros hacemos eco en nosotros a su ‘sí’, la frescura de Dios en Jesús brota también del centro de nuestro ser» (1).
Si hago como María, me encuentro pleno de la vida nueva, de la vida evangélica.
Pero, ¿quién es esta María que puedo imitar? En la Escritura vemos a María hacer la voluntad de Dios, cuando dice su "sí" al ángel; la vemos también vivir la palabra de Dios, porque está toda "embebida" de Palabra, lo subraya el comentario inesperado de Jesús al referirse a su Madre: «Felices más bien los que escuchan la palabra de Dios y la practican» (Lc 11, 28).
Personalmente, he aprendido a ver a María a través de la Escritura, y me enseña cómo seguir a Jesús.
Pero hay más, porque esta persona tiene un carácter muy fuerte. Se destaca también en las pocas palabras que la Biblia dice de ella. Por eso en María admiro a la que se hace pequeña, sierva, como hace Jesús (particularmente cuando muere crucificado); y como Jesús, que triunfa en su anonadarse, María en su humildad se convierte en la que «todos llamarán feliz» (Lc 1, 48), porque Dios la mira y la hace Madre de su Hijo. Ella es lo finito que contiene a lo infinito; lo temporal que contiene a lo eterno; la criatura que contiene al creador.
Sin embargo, en todo esto no me siento inspirado sólo por sentimientos de tipo devocional; encuentro indicada la posible vida de unión con Dios, con un hacerse nada, un silencio, una apertura total hacia lo divino que me vuelve abierto a ser plasmado por la palabra de Dios y por su voluntad. María me indica que debo ir hacia Dios y me muestra cómo hacerlo. Una vida, pues, más que una devoción.
Al mismo tiempo, en cierto sentido, también es verdad lo contrario: no sólo María me lleva a Jesús, sino que también Jesús me lleva a María. Porque la vida evangélica que Jesús me da, y María me enseña, transforma paulatinamente mi modo de ser, de vivir, mi actitudes más profundas. Si vivo el amor como Jesús quiere, encuentro un silencio interior, una apertura hacia el otro, una escucha de Dios que habla en mi interior. Es así que, a pesar de que sea sólo como una sombra junto al sol, me descubro viviendo de acuerdo al modelo de María. Se podría decir que, viviendo la vida del Evangelio, poco a poco Jesús va esculpiendo a María en nosotros. Y entonces, cuando en cierto sentido repito a María en mí, me encuentro de nuevo y aún más volcado en Jesús. Cuando se ama evangélicamente al modo de María, no sólo uno se vuelve en sentido espiritual y real Madre de Dios en nosotros; sino que, cuando nos encontramos con otros que viven del mismo modo, se llega a ser Madre de Dios entre nosotros. Por el amor evangélico, se verifica la promesa de Jesús: «donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos» (Mt 18, 20). El rosario, al subrayar y sostener una relación con María, nos lleva a vivir más la vida de Jesús.
En este sentido María no es para nada una barrera al evangelio, como muchos cristianos de tradición reformada temen.
Además, aquí encontramos el segundo motivo para un rosario ecuménico. En pocas palabras, es como un modo de orar que nos hace "nadar" en la vida del Evangelio. Cada misterio tiene la mirada puesta en Jesús, en quien él es, en su obra, incluso en los misterios gloriosos que parecen orientarse sólo al Espíritu Santo o a María. Por eso, orar con María, con todos los efectos antes mencionados, hace brotar la vida de Jesús. Por lo tanto, el rosario no es una forma aburrida, formalista y anticuada de devoción; es una vertiente de vida nueva, evangélica.
Dado que todos los cristianos quisieran tener en sí la vida que Jesús nos da, considero que un rosario comprendido de esta manera puede tener su atractivo más allá de las fronteras dentro de las cuales ha sido apreciado hasta ahora

1) Ponder These Things, Preying with Icons of the Virgin, Rowan Williams, Canterbury Press, Norwich 2002, p. 62s.

Fuente: Ciudadnueva.org.ar