|
Rosario de pésame
Pbro. Francisco Escobar
Mireles
INTRODUCCION:
Virgen Santísima, Madre de Dios y madre nuestra, María. En este viernes
santo estamos aquí para acompañante en tu dolor. Te damos el pésame por
la muerte de tu Hijo. Era tu Hijo único, tu único apoyo; te has quedado
sola. Estamos contigo, María.
Un día lo aceptaste en tus entrañas y lo llevaste nueve meses; hoy lo
aceptas muerto y lo llevas al sepulcro. En Belén lo acariciaste niño, y su
ternura te embelesaba; hoy lo acaricias muerto, hinchado por los golpes,
sucio por el sudor, el polvo, la sangre y los escupitajos, y con el hedor de
sangre en descomposición. Un día, en la pobreza del sepulcro, lo
envolviste en pañales y lo acostaste en un pesebre para la adoración de
los ángeles y los pastores; hoy lo envuelves en la síndone y las vendas y
lo llevas a la fría loza del sepulcro prestado custodiado por soldados ante
el terror de sus amigos. ¡Qué contraste!
No murió de muerte natural, a larga edad, como era la promesa para los
justos; sino que te lo mataron, en una vergonzosa ejecución de esclavo o
criminal político, que no tenía nada que lo hiciera aparecer como héroe o
como mártir. Ese vulgar asesinato había sido proyectado desde hacía
tiempo, precisamente por las autoridades religiosas y políticas. Será de
esos crímenes que nunca se esclarezcan, porque se hacen para acallar tanta
corrupción. Tu Hijo nunca quiso ceder, y acabó crucificado, cuando apenas
comenzaba a redondear su proyecto de evangelización mundial para el
establecimiento del Reino de Dios.
Madre, no pudiste cerrarle los ojos, ni limpiarle el sudor de la agonía, ni
darle de beber un trago de agua, ni decirle al oído la última oración.
Entre los gritos e insultos de la plebe morbosa, hambrienta de sangre, te
llamaron "la madre del condenado". Con dificultades y entre
controversias, estuviste cerca de la Cruz, frente a frente, en diálogo. Cuánto
sufrías, Madre tierna e inocente. Aunque toda tu vida estuviste preparada,
esperando la espada de dolor que traspasaría tu alma, eso no menguaba tu
dolor moral. Pero sufrías con gran esperanza, valerosamente, pues estabas
de pie, uniendo tu dolor a su dolor redentor en favor del mundo. Estuviste
de pie, postura sacerdotal, del hombre libre, que se ha levantado de la
postración.
Te quedaste sola, María. Ya eras viuda, y ahora pierdes a tu único Hijo,
para sentir el dolor del Padre celestial. Jesús era tu único apoyo. Un día
también habías devuelto a Dios al esposo que te había dado. En tu casita
de Nazaret, ya hace tiempo que vivías sola; pero de vez en cuando llegaba
tu Hijo Jesús, para que lavaras su ropa, orar juntos, platicar de las cosas
que otros no comprendían, preparar el futuro. Por culpa de Jesús, habías
tenido rupturas con tu familia, pues no aceptaban el curso que tomaba su
misión. Ahora ya no tienes a nadie. Ahora entregas también a Jesús al
Dios de los vivientes, y su cuerpo al polvo del cual salimos, en castigo del
pecado.
Madre: estás completamente sola, abandonada, pobre, mujer de carne y hueso,
enmedio un pueblo subdesarrollado y dependiente, sometido por un imperio que
margina a quienes no son competitivos y productivos, que juega con la
dignidad de las personas, sacrificándolas en aras del consumismo o de los
caprichos de los magnates. Entras a formar parte del contingente de los
miles de gentes que pasan desapercibidos, excluidos de los procesos de
cambio y desarrollo.
Madre: ni modo, es imposible callarlo: somos los asesinos. Nosotros matamos
a tu Hijo. En nuestras manos chorrea su Sangre caliente. Nuestro pecado lo
clavó a la Cruz descuartizado.
Era muy molesto para nosotros. No echaba en cara nuestras incongruencias.
Nos pedía perdonar, reconciliarnos, ser castos, respetar el honor y los
bienes ajenos, vivir como hermanos, defender la verdad, desterrar los
sentimientos negativos, poner a Dios por encima de nuestros negocios.
Apelaba a nuestra conciencia, en lugar de seguir la opinión pública o las
pasiones.
No podíamos tolerarlo. Sería capaz de derrumbar todo el mundo que habíamos
construido. Parecía querer amargar nuestra felicidad a toda costa. Porque
nos hemos convencido que sólo pecando se puede ser feliz. Y era preciso
deshacernos de El. Taparle la boca para que no hable; desaparecerlo para que
no nos siga cuestionando; ridiculizarlo, para que siga poniendo en crisis
nuestros valores y tradiciones.
Nuestros pecados lo llevaron a la Cruz. El que no ama, es un asesino. Han
pasado los años y los siglos; sabemos que es el Salvador que murió por
nosotros, pero no nos tentamos el corazón para seguir pecando. Y con el
pecado, volvemos a crucificar al Señor de la gloria. Somos los asesinos,
Madre. Los homicidas que buscan refugio, y lo intentan junto a tí, la madre
del ajusticiado.
Sabemos que tú nos recibes, pues eres nuestra Madre. Jesús te confió esa
nueva misión en la Cruz. En realidad no estás sola, pues somos tus hijos y
estamos contigo. No importa que seamos unos monstruos de maldad, tú nos
aceptaste como tus hijos, y nos cuidarás como lo hiciste con Jesús. No nos
odias, porque tu corazón se purificó en el crisol del dolor, y sólo sabe
amar como tu jesús, y perdonar como El.
Por eso venimos a hundirnos en tu regazo. Somos nosotros los que nos hemos
quedado solos. Somos nosotros los que sufrimos sin esperanza. Somos nosotros
los que sentimos que nos queman las treinta monedas en las manos y estamos
al borde de la desesperación. Somos nosotros los que nos sentimos
perseguidos por el fantasma de tu Hijo y los remordimientos de nuestros
pecados. Somos nosotros los que necesitamos consuelo y compañía, porque el
mal nos hunde en el aislamiento y la más cruel soledad. Evitando ser
heridos por la Palabra de Dios, nos expusimos a los misiles del pecado, y
que denigrante esclavitud nos han impuesto.
Madre: ten misericordia de estos asesinos. No nos entregues a la justicia,
pues tu Hijo ha ofrecido la satisfacción suficiente por nosotros. No
supliques castigo ni escarmiento para nosotros, sino conversión. Como tú,
queremos seguir las huellas de tu Hijo. Y acompañarte en tu vivencia de la
calle de la amargura y del calvario, para soportar nuestras pequeñas pero
pesadas cruces.
Madre de amplio regazo que abarca a toda la humanidad, Virgen Santísima,
Madre de Dios y madre nuestra, María. En este viernes santo estamos aquí
para acompañante en tu dolor. Te damos el pésame por la muerte de tu Hijo.
Y no queremos que sigas llorando por tus hijos perdidos, muertos sin ilusión
ni esperanza.
Que no llores junto al accidentado por imprudencia; junto al muerto por
sobredosis; junto al suicida que creyó escapar de sus problemas; junto a la
muchacha fácil que se desligó de sus padres para hacerse juguete de
cualquier tirano aprovechado; junto al sidoso que frustró su juventud;
junto al apático que despedició sus capacidades; junto al hijo engendrado
que nunca nació; junto al ratero que pasa en prisión sus mejores años;
junto al que sufre porque le falta techo, escuela y amor. Son tus hijos
nuevos, María.
Perdiste un Hijo muy bueno, adquiriste unos hijos que te causan preocupación.
Pero los quieres como tu hijo único, como tu único apoyo; y los acompañas
en su via dolorosa. Te has quedado sola, pero no queremos que te sigas
quedando sola. Estamos contigo, María. Te acompañamos en tu pesar. Te
acompañamos en tus cuidados. Cuenta con nosotros.
PRIMER MISTERIO: MARIA
LLORA POR AMOR
Del
libro de las Lamentaciones (1,8-12):
Mucho ha pecado Jerusalén, por eso ha quedado impura. Todos los que la
honraban la desprecian, porque han visto su desnudez; y ella misma gime
vuelta de espaldas. Su inmundicia se pega a su ropa, no pensó ella en este
fin. Su caída ha sorprendido, no hay quien la consuele. Mira, Señor, mi
miseria, que el enemigo se crece. Echó mano el enemigo a todos sus tesoros;
ha visto ella a los paganos penetrar en su santuario, aquellos de quienes
ordenaste: no entrarán en tu asamblea. Su pueblo entero gime y anda en
busca de pan; cambian sus tesoros por comida, por ver de recobrar la vida.
Mira, oh Dios, y contempla qué envilecida estoy. Ustedes, los que pasan por
el camino, miren, fíjense bien si hay dolor parecido al dolor que me
atormenta, con el que el Señor me castigó el día de su ardiente cólera.
Palabra de Dios.
Jeremías lloraba el esplendor caído: el templo, las murallas y palacios,
quedó arrasado y saqueado. Tú, Madre, lloras el derrumbamiento del plan de
salvación, por el cual tu Hijo murió en la Cruz. Lo lloras con amor de
virgen y de madre. Porque tú eres madre virgen, y tu amor es de virgen
madre. Es más, tu amor es de padre y madre.
Tú tienes amor de virgen, "solícita de las cosas del Señor" (1
Corintios 7,32), que sirve con corazón indiviso. Como dice el Salmo:
"Si te tengo a tí en el cielo ¿qué me importa la tierra?"
(72,25). Tú amas con amor de madre, como aquella madre del Libro de los
Macabeos que animaba a sus hijos a dar la vida por la causa del Señor
superando el dolor de las torturas. Ahora que ha llegado la Hora, como la
madre de Tobías, tú también exclamas: "Mi hijo ha muerto" (Tobías
10,4). O como Resfa, mujer de Saúl, cuando sus dos hijos fueron
crucificados y expuestos al público como escarmiento, ella permanecía al
pie, sobre cilicio, día y noche, para estar espantando las fieras (2 Reyes
21,10). O como Rebeca, que dice a Jacob en su bendición: "Sobre mí
recaiga tu maldición" (Génesis 27,13).
Madre, tú ahora estás llorando, llena de amor, por la ruina de nuestra
población. Se ha apoderado de nuestras nuevas generaciones el consumismo,
erotismo y secularismo. Se siente un gran vacío de Dios. Aumenta el clima
de tensiones, violencia. Las ambiciones nos dividen y oponen. Se intenta
llenar el vacío con una cultura de la muerte: droga, prostitución,
delincuencia, adivinación, magia, pleitos. Cuántas sectas prometen en vano
llenar ese vacío. Sale de la clandestinidad el lesbianismo, los incestos,
el madresolterismo.
Tú eres mujer, pero nosotros muchas veces no apoyamos a las mujeres, ni la
promovemos, ni las respetamos. El uso indiscriminado e irresponsable de
anticonceptivos, la nueva versión de machismo, la irresponsabilidad hogareña
de los varones, los juegos eróticos entre novios, la pornografía asociada
a la publicidad y al internet, la promoción del lesbianismo y la prostitución
disimulada, los mensajes libertinos de las telenovelas, la tolerancia social
de ciertos centros de diversión, la poca preocupación por la formación de
valores en los hijos, son signos de esa falta de aprecio a la mujer. Si
queremos evitar más llanto, hagamos algo.
Y nosotros, Madre, no tenemos ganas de llorar. No nos duele ni nuestra
situación de ruina, ni tu dolor. Como tú, quisiéramos ser un espejo en el
cual se dibuje la Pasión. Quisiéramos ser en verdad una clonación de tu
Hijo, que nos amó hasta el extremo, no para condenarnos sino para
salvarnos. Quisiéramos escuchar la voz del Espíritu Santo que nos dice:
"Con todo corazón honra a tu padre, y no olvides los dolores de tu
madre" (Sirácide 7,27).
SEGUNDO
MISTERIO: MARIA LLORA LLENA DE ESPERANZA
Del
Evangelio de San Juan (12,24-28):
Jesús dijo: "En verdad, en verdad les digo que si el grano de trigo no
cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto.
El que ama su vida la pierde; y el que desprecia su vida en este mundo, la
conservará para la vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo
esté, ahí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le
honrará. Ahora que mi alma está turbada voy a decir: Padre, líbrame de
esta hora? Precisamente para eso he llegado a esta hora: Padre, glorifica tu
Nombre". Palabra del Señor.
Murió el Señor. La muerte siempre ganó, como a todos. Está yerto, sin
vida. Lo mataron en una ejecución injusta, por odio, por envidia, por
nuestros pecados. Desapareció de este mundo, y de nuestra vista. Se
acabaron los proyectos del Reino nuevo, de la Buena Noticia, de la
fraternidad universal. Y tú lloras su desaparición. Como dice la
Escritura: "Llora sobre el difunto, porque faltó la luz de su
vida" (Sirácide 30,4).
Jesús desapareció para el mundo. "Feneció como flor del campo, que
el tiempo la roza y ya no existe" (Isaías 40,6-7). Se acabaron sus
amistades, sus afectos, sus favores. Jesús desapareció para los pobres,
los marginados, los olvidados, los enfermos. Como Job, Jesús podía decir:
"Era yo os ojos del ciego, y del cojo los pies; era padre de los
pobres, la causa del desconocido examinaba" (Job 29,15-16). Jesús
desapareció para tí y para los apóstoles, dejando un vacío que nada
puede llenar.
Madre, pero Jesús desapareció para dar mucho fruto. Su obra de salvación
perdura a través de los siglos y por todas las regiones del mundo. Nosotros
somos su obra. Con razón dijo: "Si tuvieran fe, harían las obras que
yo hago, y las haría todavía mayores".
Pero lo cierto es que Cristo, tu Hijo, desapareció. El mundo está lleno de
idolatrías y falsas imágenes de Dios. Hemos contaminado el ambiente,
agotado los recursos naturales, destruido el mundo. No vivimos como
hermanos, sino que provocamos rupturas, heridas, distanciamiento; nuestras
relaciones humanas están invadidas del cáncer de la corrupción y el egoísmo.
Hemos acallado nuestra conciencia para que no nos inquiete. A muchos no les
importa vivir en pecado. Hemos expulsado de entre los vivos a tu Hijo, a
quien tú lloras desconsolada.
Madre, nosotros queremos llorar contigo lágrimas de amor y esperanza también
para nuestro mundo. "Si el grano de tierra muere, producirá mucho
fruto". De este modo, queremos llenar el vacío que dejó tu Hijo.
Nosotros queremos ser una prolongación de tu presencia para los
profesionistas que se dicen agnósticos, para los universitarios que se
quedan en sus dudas de fe, para los drogadictos que no se deciden a pedir
ayuda, para las familias que han callado por mucho tiempo una situación que
las hundía, para los enfermos mentales y los inválidos. Y, llenos de
esperanza, contigo, decimos a Jesús: Allá nos veremos, hasta luego.
TERCER
MISTERIO: MARIA NOS ADVIERTE PARA QUE CAMBIEMOS
Del
libro de los Proverbios (3,1-12):
Hijo mío, no olvides mi instrucción, guarda en tu memoria mis mandatos,
pues te proporcionarán bienestar, y muchos días y años de vida. Que no te
abandonen el amor y la lealtad, átalas a tu cuello, grábalas en la
tablilla de tu corazón; así obtendrás estima y aceptación ante Dios y
ante los hombres. Confía en el Señor de todo corazón y no te fíes de tu
inteligencia; reconócelo en todos tus caminos y El enderezará tus sendas.
No presumas de sabio, teme a tu Dios, y evita todo mal; será salud para tu
carne y alivio para tus huesos. Honra al Señor con tus riquezas, con las
primicias de todas tus ganancias: tus graneros se colmarán de grano y tus
lagares rebosarán de mosto. No desprecies, hijo mío, la instrucción del
Señor, que no te enfade su reprensión, porque Yahveh reprende a los que
ama, como un padre a su hijo amado. Palabra de Dios.
Madre: cuánto sufrimiento te trae la Muerte de tu Jesús. Como dice el
profeta: "Desde la planta del pie hasta la cabeza no encuentro en mí
nada sano" (Isaías 1,6). El quiso salir al encuentro de esa ejecución,
para cargar y quitar el pecado del mundo, como sacrificio de expiación. La
justicia está restablecida.
Las heridas en el cuerpo de Jesús eran lesiones en tu corazón de madre
tierna. Has sido una madre tan cariñosa, tan afectuosa. Cuando limpiabas la
sangre de su cuerpo yerto, sin duda que resonaban en tus oídos sus
palabras: "Mujer, ahí tienes a tu hijo" (Juan 19,26-27). En la
Cruz recibiste al traidor a cambio de Jesús; al siervo a cambio del señor;
al discípulo a cambio del maestro; al pecador a cambio del justo.
Pero el Señor todo lo hace concurrir en favor de los que creen. Los males
son correcciones de Dios, advertencias para cambiar, castigos parciales para
enderezar el rumbo. Cuando un padre de familia corrige a un hijo que anda
mal, a la madre también le duele el castigo y sufre, pero apoya a su
marido, porque sabe que es en beneficio del hijo. Si el hijo quiere
consolarla y no darle más aflicción, trata de corregirse.
Madre, vivimos enmedio de la crisis, que nos afecta por todos lados: crisis
económica, social, política, religiosa. Somos un pueblo humillado y
rendido. Sufrimos una serie de calamidades. Crecen las adicciones entre
adolescentes y mujeres; aumenta el desempleo, las familias resienten el
machismo de los varones y un falso feminismo de mujeres liberales; encarecen
las cosas y nos agobian tanto la apatía como el remordimiento; muchos
consideran como normal las relaciones sexuales antes o fuera del matrimonio,
y como anormal el casarse bien; aumenta el número de menores delincuentes.
La crisis económica se manifiesta en tantos negocios que van a la quiebra;
la codicia de tantas personas que emprenden negocios sucios para intentar
superarse; en el aumento de pobres y competencias sucias; en el deterioro de
la calidad de vida y la propiciación de enfermedades nuevas; en la corrupción
y el consumismo.
La crisis social se expresa en nuestra falta de organización; la oposición
entre clases sociales, barrios, familias; los accidentes; la falta de
solidaridad entre los vecinos; la falta de participación para la solución
de problemas comunes.
La crisis política se manifiesta en el ambiente de decepción frente a los
partidos, frente al cambio, frente a las estrategias de formación cívica y
participación; en el fanatismo en los partidos; en nuestra impotencia por
cambiar un sistema corrupto en que vivimos; en nuestra falta de participación.
Y los signos de la crisis religiosa es nuestra frialdad ante la nueva
evangelización y acciones de la Iglesia; el alejamiento de la práctica
religiosa por parte de los varones, profesionistas y jóvenes; la campaña
de descalificación de la Iglesia y poca confianza en sus personas e
instituciones.
Pero todo ésto constituye un aviso para nosotros. No son desgracias, sino
lecciones, para que aprendamos de la vida, como tú lo hiciste. Como un
padre instruye y corrige a su hijo para que mejore, así Dios ha querido
hacerlo con nosotros. Tú, Madre, en ningún momento consideraste la muerte
de tu Jesús como una maldición, sino como una advertencia: "Si ésto
pasa con el leño verde ¿qué pasará con el seco?".
Son un aviso de instrucción, para que no olvidemos los bienes del cielo y
los asuntos que se refieren a nuestra salvación eterna. Dice el
Deuteronomio: "Come Jacob, se sacia, engorda, respinga, te has puesto
grueso, rollizo, turgente, rechaza a Dios su hacedor, desprecia a la Roca,
su salvación" (32,15).
Es un aviso de corrección: a pecados públicos, corrección pública.
"Si quedan sin corrección, que a todos toca, es señal de que no son
hijos, sino bastardos... Cierto que ninguna corrección es a su tiempo
agradable, sino penosa, pero luego produce fruto apacible de justicia a los
ejercitados en ella. Por eso, robustezcan las manos caídas y las rodillas
vacilantes, y enderecen para sus pies los caminos torcidos, para que el cojo
no se descoyunte sino que más bien se cure" (Hebreos 12,8.11-13). Así
tendremos una mejor convivencia.
También es un aviso de misericordia. Como el Señor dijo: "Vuélvete a
mí, tu Redentor" (Isaías 44,22); "invócame en la tribulación,
te escucharé y me glorificarás" (Salmo 49,15). Nosotros estamos aquí
por lo que justamente hicimos (Lucas 23,41), pero tú, Madre, nada debes.
Sufres ahora por tus hijos.
Si queremos consolarte, Madre, en este largo viernes santo de la historia,
debemos obedecer lo que dice la Palabra de Dios: "Desechando la
mentira, digan la verdad, pues somos miembros unos de otros. Si se enojan,
no pequen; que no se meta el sol sin que se hayan contentado, no den ocasión
al diablo. El que robaba ya no robe, sino trabaje con sus manos, haciendo
algo útil, para socorrer al necesitado y hacer el bien a quienes los
escuchen. No entristezcan al Espíritu Santo con el cual fueron marcados
para el día de la Redención. Toda amargura, ira, cólera, gritos, malas
palabras, y cualquier clase de maldad, desaparezca de entre ustedes. Sean
amables, compasivos, y perdónense unos a otros como Dios los perdonó en
Cristo" (Efesios 4,25-32).
Madre: nos humillamos bajo la poderosa mano de Dios (1 Pedro 5,6), y
gritamos llenos de confianza, como Pedro: "¡Sálvanos, Señor, que
perecemos!".
CUARTO
MISTERIO: MARIA, REINA DE LOS MARTIRES
Del
Evangelio de San Juan (15,13-21):
Jesús dijo: "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus
amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. No los llamo
siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su patrón; a ustedes los
llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que he oído a mi Padre.
No me eligieron ustedes a mí, sino que yo los elegí a ustedes, y los
destiné para que vayan y den fruto y su fruto permanezca, de modo que todo
lo que pidan al Padre se los conceda. Si el mundo los odia, sepan que
primero me odió a mí. Si ustedes fueran del mundo, el mundo amaría lo
suyo, pero el mundo los odia porque yo los elegí para sacarlos del mundo.
El siervo no es más que su patrón. Si a mí me persiguieron, también a
ustedes los perseguirán; si han guardado mis palabras, también guardarán
las de ustedes". Palabra del Señor.
Madre: cuántos motivos tienes para llorar de pena con tu Hijo muerto en los
brazos. Lloras como Agar, cuando fue despedida por Abraham, en Bersebá,
ante la amenaza de que su hijo Ismael muriera de sed (Génesis 21,6). Como
lloró Jacob, cuando le presentaron la túnica ensangrentada de su hijo José
(Génesis 37,33). Como lloró David cuando le comunicaron la noticia de la
muerte de su hijo Absalón el rebelde (2 Reyes 19,4).
Madre, en la Cristíada, cuántas escenas de fervor hasta el martirio se
vieron en nuestras tierras, como en las persecuciones del imperio romano en
la heroica Iglesia antigua. Enmedio de los tormentos, injusticias y escenas
de dolor y maldad, cuánto testimonio se dio del nombre de tu Hijo. La
sangre de mártires es semilla de cristianos. No sólo Don Juan el del mesón,
ni los santos canonizados y los que están en proceso de beatificación.
Reconocemos el martirio de tantos que trabajaron a escondidas, que se
sintieron sin apoyo, que fueron traicionados, que eran mal vistos, que
fueron perseguidos, que pasaron por verdaderas crisis de fe. Los mártires
son los héroes del cristianismo.
Con todo, Madre, tú los superas a todos. Eres reina de los mártires,
haciendo una nueva versión del martirio. Es más cruel y temido el martirio
de las burlas, la incomprensión, la oposición, la soledad y la traición,
que la misma muerte violenta. Sufrir sin quejas, reconociendo la gloria de
Dios, amando y perdonando a los verdugos, sólo puede hacerse por una gracia
de tu Hijo. Con entereza, sin lenitivos, sin escaparse.
Tus sufrimientos, Madre, fueron más agudos, pues eres una madre sensible,
tierna, inocente, que quiere que todos sean felices. "Una espada de
dolor traspasará tu alma", te anunció Simeón. Sufres al ver a tu
Hijo, que es personalmente Dios, sufriendo, por la maldad de la humanidad
llevada hasta el extremo. Y tu sufrimiento no fue sólo cosa de tres horas,
sino de toda la vida. "Conservabas todas estas cosas y las meditabas en
tu corazón".
Como tú, Madre, nosotros queremos permanecer junto a la Cruz, de pie,
valientemente, sin culpar a nadie, sin desesperación ni victimismos, sin
desmayar ni querer huir. Mientras los apóstoles corrieron y los demás
callaron de miedo, tú estabas al pie de la Cruz, fija en tu puesto, de
centinela de la nueva aurora. Como dice el profeta: "Mi corazón se
endureció como roca". Que no titubeemos; que hagamos de la virtud un
deber y no una carga. Si Dios está con nosotros ¿quién estará contra
nosotros?
Nosotros te acompañamos, María, aceptando nuestro martirio. Queremos tener
tu mismo valor, para estar de pie frente a la Cruz. Queremos, como tu Jesús,
salir al encuentro de la Cruz, y abrazarla para la salvación de nuestros
hermanos. Queremos, como tú, esperar contra toda esperanza. Tenemos motivos
para saber que tu jesús resucita entre nosotros: crece la conciencia en los
problemas y nuestra corresponsabilidad; los intentos de compartir lo que
tenemos y podemos; el diálogo entre generaciones y clases sociales; el
respeto entre tendencias ideológicas y políticas; la conversión de
pecadores instalados en su mal; el servicio al pobre y sin apoyo. "En
sus llagas hemos sido curados". Que contigo, seamos los nuevos mártires
de Cristo, en virtud de nuestra Confirmación sacramental.
QUINTO
MISTERIO: EL MISTERIO DEL DOLOR
Del
Evangelio de San Juan (19,16-19):
Entonces Pilato les entregó a Jesús para que lo crucificaran. Tomaron,
pues, a Jesús, y El, cargando con la cruz, salió hacia el lugar llamado
calvario, que en hebreo se dice Gólgota, y ahí le crucificaron, y con El a
otros dos, uno a cada lado, y Jesús enmedio. Pilato puso también esta
inscripción sobre la cruz: "Jesús de Nazaret el rey de los judíos".
Palabra del Señor.
Madre, cuánto sufres al pie de la Cruz. Pero tu dolor no es sino un pálido
reflejo del dolor de Dios. En efecto, cuánto dolor siente el Padre
celestial al entregar a su Hijo único, el amado. Como Abraham cuando iba a
sacrificar a Isaac, el hijo de la promesa, cuando van subiendo al monte con
la leña para el sacrificio, con angustia y zozobra. Con un corazón de
madre, sufres el Sacrificio del Calvario, del Hijo único, el Hijo amado del
Padre.
Madre, tú sufriste mucho en la calle de la amargura. Recuerda ese encuentro
con tu Jesús. ¿Qué oíste? rumores de su aprensión, condenas, burlas,
acusaciones, críticas, compadecimientos. El sacerdote Elí cayó infartado
cuando oyó que el arca de la alianza había sido capturada. Matatías
igualmente cuando oyó que el templo había sido profanado. Ya imaginamos
cuando tú supiste que Dios hecho hombre se había derrumbado. ¿Qué viste?
A tu Hijo desfigurado y fracasado; las desgracias de Jesús, el odio del
pueblo, la crueldad de los verdugos. Y pensaste sin duda en que todos habían
sufrido una equivocación, como cuando el espíritu de confusión se apoderó
de todos los profetas de Israel. ¿Y qué pensaste? Que tu Hijo lo había
aceptado, a eso había venido, el amor no regatea esfuerzos.
Acaricias las llagas de tu Hijo, causadas por los azotes, las espinas, las
caídas, los clavos, la cruz, la lanzada. "¿Qué son esas heridas de
tus manos? Me las hicieron en casa de mis amigos" (Zacarías 13,16). Y
guardas como recuerdo los instrumentos de crueldad y odio que se tornan en
signos de amor hasta el extremo: la corona de espinas, los clavos, la
esponja, el estipes, la lanza, el madero.
Madre, ahora, en la calle de la amargura por donde nosotros, tus hijos,
caminamos ¿qué es lo que oyes? ¿qué ves? ¿qué piensas ahora? Porque
nosotros sufrimos por dinero, puestos, amistades, cosas, atenciones, no por
la causa de tu Hijo. No sabemos acompañar el dolor de Dios en la cruz de
los demás, como tú lo haces con nosotros.
Hoy lloras ante nuevas muertes de tus hijos: abortos, sida y enfermedades de
transmisión sexual, epidemias que se creían desterradas, torturas
sofisticadas, suicidios, eutanasia, violaciones, agresiones, psicosis varias
y hasta locura. Sobre todo la muerte del pecado mortal en que se han
sepultado varios de tus hijos voluntariamente.
Hoy quieres limpiar las nuevas llagas de miseria, hambre, enfermedad,
frustración, venganzas, vicios, resentimientos, vidas amargadas, explotación
de unos por otros, destrozo del ambiente. Hoy los instrumentos de muerto no
solamente son armas de alto poder, misiles, o fuertes organizaciones de
crimen, promovidas por los medios de comunicación, sino también sobornos,
presiones, leyes injustas, patadas, agresiones en masa, navajas, manos empuñadas,
pastillas, venenos, gas. Desgraciadamente, nunca se convertirán en signos
de amor, porque llevan en su seno el sello imborrable del pecado.
No queremos ofrecerte demostraciones inútiles, sino que te demostraremos
nuestra compañía cargando la cruz diaria. Sin cobardía, sin respetos
humanos, como verdaderos apóstoles. Con decisión, como lo hiciste tú: no
de lejos. Jesús dijo: "El Reino de Dios sufre violencia y los
violentos lo conquistarán". Queremos sufrir en compañía. Estamos
contigo, María.
CONCLUSION
Del Evangelio de San Juan (16,20-22):
Jesús dijo: "En verdad, en verdad les digo que llorarán y se
entristecerán, y el mundo se alegrará de sus lamentos. Estarán tristes,
pero su tristeza se convertirá en gozo. La mujer, cuando va a dar a luz,
sufre porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya
no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el
mundo. También ustedes están tristes ahora, pero volveré a verlos y se
alegrará su corazón, con una alegría inmensa que nadie podrá
quitarles". Palabra del Señor.
Madre. Te hemos acompañado en este rosario de pésame, y después te acompañaremos
en tu camino de recuerdos por la via dolorosa. No queremos dejarte sola en
esta noche de espera, larga y cruel. Se traspuso el sol en el poniente, y
también a la esperanza se le ocultan las estrellas. Humanamente no hay
respuesta.
Jesús nos dijo que no hay mayor amor que dar la vida, y que el que ama ha
pasado ya de la muerte a la vida. Tú estás segura de que tu Hijo resucitará.
Sabes que tu dolor es un dolor de parto. Que la vida no termina con la
muerte terrena; que la muerte es el inicio de la vida definitiva.
Pero, Madre, nosotros muchas veces vivimos como si la vida deba terminarse
con la muerte. Como si estuviéramos destinados a permanecer para siempre en
esta tierra, atados a los bienes terrenos, esclavizados por nuestras
pasiones, adictos a nuestros actos. No tememos caer en el vicio ni en el
infierno. No nos importa que se pisotee la inocencia de las nuevas
generaciones. Necesitamos tus lágrimas, María. Que comprendamos que tú
lloras por lo que verdaderamente vale la pena llorar.
Madre: que no busquemos entre los muertos a Cristo, que es la vida. Que
nuestra fe no sea sólo un archivo de recuerdos que se empolva. Que nos
animemos a dar el paso hoy. Y en nuestra vida de amor, de servicio y de
solidaridad fraterna, encontrarás a tu Hijo resucitado.
Fuente: apostoloteca.or
|
|