En busca del oración continua

Padre Emilio Cárdenas S.M. 


El Evangelio en sí mismo ni manda ni aconseja rezar el rosario, entre otras cosas porque en aquella época ni siquiera existía. Sin embargo, Jesús nos explicó que era necesario rezar constantemente y no cansarse nunca de hacerlo (Lc 18,1). Y esta indicación y mandamiento de Jesús es bastante importante. Las enseñanzas de los apóstoles lo repiten. ¡La oración constante, continua! Sólo que ¿cómo hacer para rezar constantemente y sin descanso?
Y esto no sólo es nuestro problema de hoy. Ya en los primeros siglos de la historia de la Iglesia se planteó esta pregunta candente. Los primeros eremitas del desierto egipcio, allá por el s. IV lo intentaron. Tenemos valiosos testimonios de sus múltiples ensayos y esfuerzos. Para ellos la cuestión más importante era cómo permanecer en ininterrumpido recuerdo y memoria de Dios, sin pausa alguna a lo largo del día.
San Atanasio escribió la vida de San Antonio Ermitaño. Para Atanasio, Antonio el Eremita era un verdadero héroe de la oración continua. Decía de él que estaba convencido que es preciso rezar permanentemente, todo el tiempo y sin descanso alguno. Este legendario campeón de la oración leía con gran atención la Sagrada Escritura y pretendía a lo largo del día ir conservándola con gran esfuerzo en su memoria, sin dejar nada en el olvido, para no despreciar la mínima de las migajas del Pan de la Palabra. La memoria era para él como su biblioteca personal, donde todo lo guardaba para que nada se le escapara ni se perdiera.
Fue a visitar a un lugar más apartado aún del desierto a su amigo Pablo para hablar con él acerca de la oración. Algunos Padres del desierto pretendían aprender incluso la Biblia entera de memoria. Sólo que ésta resultaba ser una empresa demasiado ardua, por no decir
completamente imposible. Toda la Escritura con sus salmos e himnos, relatos y genealogías... ¡demasiado!
Por eso lo intentaron de otra forma más práctica. Se trataba de encontrar brevísimas fórmulas que resumieran en sí mismas el mensaje entero de la Escritura, del Evangelio. Las repetían trescientas, quinientas, mil veces al día. El número tenía para ellos su importancia simbólica.

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