El Padrenuestro entra en el Rosario

Emilio Cárdenas S.M. 


El Con frecuencia se ha comparado el rosario a la construcción de una gran catedral medieval levantada a lo largo de varios siglos, recibiendo múltiples influencias y llegando al final a un todo sumamente armonioso. Quizá las raíces de este gran árbol del rosario podemos buscarlas en los monjes irlandeses e ingleses que evangelizaron Europa Central ya antes del año 1000. Ellos practicaban la oración de «salterios» de ciento cincuenta fórmulas de repetición. Solían con frecuencia dividir estos largos salterios en tres coronas o rosarios de cincuenta fórmulas, entre las cuales destacaba el padrenuestro.
Por otra parte el avemaría, en su forma primitiva se estaba haciendo también muy popular en esa época y con frecuencia era incorporada a las fórmulas de oración que todo cristiano debía aprender según los «catecismos» entonces al uso. Esto hizo que también comenzara la costumbre de repetir el avemaría. La aportación de los misioneros irlandeses cobró luego un especial impulso en los países alemanes cercanos al Rin y en toda Europa, sobre todo entre los cistercienses, que usaban de repetir, el padrenuestro, lo cual transmitieron a otros monjes así como a los frailes de las nuevas órdenes.
A su vez los monjes cartujos de los siglos catorce y quince impulsaron de una forma muy particular esta devoción. Son ellos los que solían rezar las ciento cincuenta avemarías del salterio de la Virgen. Pero era en efecto una oración bastante larga y podía uno fácilmente perderse en ella. Como para contar las avemarías se usaba un pequeño rosario de decena, que se llamaba «paternóster», a un santo y sabio cartujo del siglo XIV, Enrique de Kalcar, se le ocurrió la buena idea de dividir las ciento cincuenta avemarías en grupos de diez, con lo que aparecían quince decenas que facilitaban la recitación. El mismo Enrique de Kalcar introdujo al comienzo de cada decena la recitación del padrenuestro. Con ello se enriquecía la oración completa del salterio de la Virgen, poniéndola bajo la protección y tutela frecuente de la oración del Señor.
Y justamente aquí el padrenuestro encontró su verdadero puesto en el rosario. Se abre el rosario mismo a partir del padrenuestro, que inaugura toda la oración. Toma en tu mano un rosario. ¿Ves cómo al principio (o al final, según se mire) tiene una cruz? Hay después de la cruz unas cuantas cuentas introductorias a la recitación. La primera es más gruesa. Es la que corresponde al padrenuestro inicial. Luego, al principio de cada misterio hay otra cuenta algo más gruesa que las otras, algo separada de las correspondientes decenas. Estas cuentas aisladas y gruesas corresponden a la recitación del padrenuestro.
En efecto, el padrenuestro es la principal y primera de todas las oraciones. Es la oración que Jesús nos enseñó y la que él mismo rezó, por ejemplo en el huerto de Getsemaní, cuando se dirigió al Padre en la noche en que se entregó por nosotros. Es una oración magnífica, con una estructura interior y una armonía maravillosa. En realidad el padrenuestro nos muestra en vivo cómo late el corazón de Cristo. Nos revela lo que Jesús llevaba en su alma. Hay tres palabras que resumen muy bien lo que Jesús llevaba en su corazón: «Tu nombre, tu reino, tu voluntad». Así late el corazón de Jesús y ésa es su gran pasión, por encima de toda otra.
Las avemarías que siguen al Padre nuestro en el rosario sólo son pálidos complementos meditativos de este gran triple tema y lema de Cristo Jesús. El mismo mensaje angélico habla del Nombre de Jesús, que es un espejo del misterioso nombre de Dios. María a su vez, al responder a Gabriel: «Hágase en mí según tu palabra», hace el más hermoso comentario en vivo del «hágase tu voluntad» del padrenuestro. Por eso mismo, los cristianos enseguida comprendieron que el avemaría es un bellísimo reflejo del padrenuestro, y que ambas oraciones se engarzan estupendamente la una en la otra.
El avemaría fue construyéndose sobre los planos del padrenuestro, por lo que también tiene dos partes. El padrenuestro tiene dos momentos distintos, en un maravilloso ritmo y cadencia. Mientras que el triple lema de la primera parte parece depender del dulcísimo «Abba», Padre, del principio, y está orientado a Dios, la segunda parte del padrenuestro parece contemplar más bien las más profundas necesidades del hombre: el pan, el perdón y la libertad. El padrenuestro fue el modelo del avemaría. Ya desde el siglo tercero conocemos una importante oración dirigida a la Madre de Dios que utiliza alguna expresión semejante a alguna
de las peticiones del padrenuestro: «líbranos siempre de todo peligro, OH Virgen gloriosa y bendita», tal como solemos recitar hoy en día la venerable oración del «Bajo tu amparo».
Jesús en los brazos de María, es la única fuente de donde brota la salvación para todos. No hay dos fuentes, sino una sola, que es Cristo. Es él quien intercede por nosotros. Con él María también intercede. Por eso ha de entenderse siempre que toda oración de súplica a María está recogida por Cristo y en último término completamente orientada en el Espíritu Santo al Padre.

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