El gloria y las letanías

Emilio Cárdenas S.M. y Antonio Arias, S.J.


Dios es Trinidad. La existencia de Dios podemos y debemos conocerla por el orden del universo. Aun Cicerón decía: «¿Quién hay tan insensato, que habiendo mirado al cielo, no sepa que hay un Dios?» Y San Pablo: «Las perfecciones invisibles de Dios, aun su omnipotencia y divinidad, se han hecho visibles después de la creación del mundo, por el conocimiento que de ellas nos dan sus criaturas». Y el Concilio Vaticano habla así: «La Santa Iglesia Católica Apostólica, Romana, cree y confiesa que hay un solo Dios verdadero y vivo, Creador y Señor del cielo y la tierra, omnipotente, eterno, inmenso, incomparable, infinito en su entendimiento y voluntad y en todo género de perfecciones. Y siendo una simplicísima e inmutable sustancia espiritual y singular, es realidad y por esencia distinto del mundo».
Así es un pintor distinto de la imagen que pintó. Por las criaturas no podemos conocer que ese Dios único es tres personas, porque aun cuando hay en las criaturas huellas de la Trinidad, no podemos llegar con certeza a ella por ese medio. La causa es que siendo una sola la naturaleza divina, lo que Dios ejecuta fuera de la divinidad, lo mismo lo hace el Padre, que el Hijo, que el Espíritu Santo. Es una sola operación la de las tres Personas. Sabemos que hay tres Personas por la revelación clarísima de Jesucristo: «Id -dice a sus Apóstoles-, bautizad a todas las gentes, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».
Son un solo Dios. El Espíritu Santo se pone en el mismo grado que el Padre y el Hijo. La colocación ordenada se refiere al origen. El Padre es principio, el Hijo nace del Padre y el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, y no como de dos principios, sino como de un solo principio; porque todo lo que tiene el Padre menos la persona, que es distinta, lo tiene el Hijo. Con toda reverencia hemos de decir: «Te amo y te adoro, Santísima Trinidad, un solo Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, Creador , distinto del mundo por todos los que no te aman y no te adoran».
Consecuencia natural de la división en decenas, al final de cada decena se concluye con un gloria como se hace en la recitación de los salmos. La costumbre se introdujo a partir de la iglesia de los dominicos de Roma, en el siglo XVII, donde rezaban el rosario en forma semejante a la recitación de las vísperas del oficio, y por eso se añadía un gloria en cada decena. No resultaba una sobrecarga, sino un hermoso complemento en la más rica tradición de alabanza a la Trinidad.
En el rosario, las cuentas más gruesas que sirven para el padrenuestro sirven a la vez para el gloria, de modo que en ellas comienza y termina la recitación de la decena. En las tres cuentas que hay desde la cruz a la medallita con la que se abren las decenas hay todo un proceso de introducción a la oración misma. Son una súplica en la que tenemos muy presente al Espíritu Santo para que nos enseñe a rezar con su arrullo de paloma. Sin el Espíritu no podemos decir Abba, ni nombrar a Jesús, ni alabar a María. Las tres cuentecitas están orientadas a crear en nosotros una disposición de fe, esperanza y caridad en orden a hacer una oración perfecta en el Espíritu Santo. En cada una de ellas se recita un avemaría por cada una de estas tres virtudes teologales.
Las letanías no sabemos cuándo se compusieron. En ellas llamamos a la Virgen con muchos nombres, para excitar nuestra confianza v mostrarle el gozo que tenemos al recordar sus prerrogativas. Hizo en María cosas grandes el que todo lo puede. Con las Letanías se piden favores particulares y públicos, pidiendo vernos libres de peligros, enfermedades, males de cualquier clase. Podemos, al rezar las Letanías, hacernos una composición de lugar mirando al mundo lleno de toda clase de miserias y a la Madre de Dios contemplando tanta ruina. Así nos haremos fácilmente a rezarlas bien y evitaremos la rutina, que es el peligro que tenemos al orar vocalmente. Debemos procurar que nuestra oración nunca sea puramente vocal, sino que vaya acompañada de consideración, acerca de las personas a quienes nos dirigimos, acerca de nosotros que somos mendigos de Dios, acerca de lo que pedimos, que son bienes muy preciosos.

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