Dificultades en el rezo del Rosario

 

Emilio Cárdenas S.M. 


El rosario es una oración sencilla pero difícil de practicar. Puede ser un error el decir sin más que es una oración sencilla y fácil. No conviene ni ignorar ni despreciar sus dificultades. Puede parecer exteriormente sencilla. Pero es exigente, como todo ejercicio de oración serio.
Tanto en los noviciados y seminarios como en las casas de espiritualidad para seglares se suele seguir un programa cuidadoso para enseñar a hacer meditación. Se hace una introducción, se enseñan diversos métodos, se exige esfuerzo, asiduidad, preparación remota y próxima. El director espiritual orienta luego personalmente... En cambio para el rosario, nada. Toma el rosario, únete al grupo y dale a las cuentas. Y ya está. No, no es correcto. Hay
importantes dificultades y resistencias. Y no vale el método de empujar a superar estas dificultades moralizando o ejerciendo coerción espiritual sobre fieles e infieles. «Si no lo rezas es porque no tienes amor a la Virgen ni al Papa. O es que te falta sencillez. O porque no lo rezas, por eso es por lo que siempre caes en los mismos pecados. O que te falta amor...»
Este tipo de argumentación puede que a alguno le haya ayudado, pero puede provocar en otros reacciones de desaliento. Un singular ejemplo es el de Santa Teresa del Niño Jesús, para la que el rosario era un verdadero tormento y ni le daba devoción alguna ni le gustaba nada. Y esto le hacía sufrir mucho, porque amaba con todo el alma a la Virgen y sin embargo al rosario no le encontraba gusto. En una época de entusiasmo general por el rosario (en ocasiones abrumador) con gran apoyo de papas y obispos, las dificultades de la humilde y pequeña Teresita le parecían tener su origen en su propia imperfección.
Por eso mismo Teresa añade que siente vergüenza de confesar por escrito su falta de gusto. Su espiritualidad, tan libre e innovadora, parecía ir contra corriente de lo que entonces reinaba. En medio de aquel ambiente no es de extrañar que cuando a su muerte sus hermanas publicaron la «Historia de un Alma» omitieran estas expresiones de la Santa, pues no estaba bien que se dijera de un alma tan buena que no encontraba consuelo en la recitación del rosario. Estas expresiones no fueron impresas hasta las últimas ediciones, más de cincuenta años después de su muerte. Si escribió estas reacciones interiores, lo hizo con un gran sentido de veracidad y caridad. Pensó sin duda alguna que mostrar su propia intimidad espiritual, con sus dificultades y límites podría ayudar a los otros. Pero por otra parte sabía que el escrito de cualquiera, al ser subjetivo puede distorsionar la verdad misma. Por eso cuando supo que iba a morir pidió a su hermana que antes de publicar sus escritos se ocupara sin escrúpulo alguno de suprimir, añadir o clasificar lo que pareciera conveniente. «Yo misma lo suprimo o añado», ratificó expresamente.
A la hermana le pareció que tanto estas confidencias sobre el rosario como bastantes otras cosas iban a ser mal comprendidas por los lectores, y actuó en conciencia, con absoluta y justa fidelidad a las disposiciones de la Santa. Pero posiblemente su hermana se equivocaba. O al menos eso nos puede parecer hoy. De hecho la iglesia misma, ya desde el proceso de beatificación de Teresita, exigió en todo la mayor transparencia y verdad. Los mismos obispos, teólogos y las propias religiosas fueron comprendiendo cada vez con mayor claridad que lo mejor era contar a todos los fieles la entera verdad del camino de Teresa del Niño Jesús.
En efecto, es importante para los que no somos santos el saber que también los santos han tenido dificultades en la oración y que por eso no hemos de desanimarnos. Por otra parte en la confidencia de Teresita se hace patente a mi modo de ver que el rosario es una oración difícil, y que por tanto necesita una iniciación más cuidadosa. Si por ejemplo Teresita hubiera conocido el rosario de Domingo de Prusia lo hubiera quizá rezado en solitario con mayor agrado, pues ella misma, unas líneas más abajo de su alusión al desconsuelo que le producía su rezo, añade que cuando se sentía absolutamente seca, rezaba muy despacio un padrenuestro y el saludo del ángel y estas oraciones le encantaban y alimentaban su alma mucho más que si las rezase un centenar de veces.
A pesar de todo encontró otro camino hacia la santidad porque el rosario es sólo uno de los caminos. Ella alcanzó la oración continua del corazón de otro modo. Precisamente estas dificultades del rosario son su trampolín para escribir en la misma página (24 y 25 del manuscrito C) la más bella e impresionante definición de la oración de los últimos dos siglos:
«Para mí la oración es un impulso del corazón, una simple mirada lanzada hacia el cielo, un grito de gratitud y de amor, tanto en medio del sufrimiento como en medio de la alegría. En una palabra, es algo grande, algo sobrenatural que me dilata el alma y me une a Jesús».
A Teresita le faltó un buen iniciador, un buen maestro de la oración del rosario. Sólo con verdadera libertad se puede rezar con fruto el rosario. La cuestión fundamental para todos es la del mandamiento y recomendación insistente de Jesús, de rezar sin interrupción, sin descanso, continuamente. Es decir, de estar «en estado de oración permanente». Teresa vive constantemente en este estado a través de las oraciones litúrgicas, que por cierto le gustaban muchísimo, de la meditación, de la lectura, de las fórmulas... y del mismo rosario que no le gustaba.
Es desde este estado, desde esta base, con este impresionante trasfondo de fe como la oración de Teresita brota, no «espontánea» como bien se comprende, pero sí libre. Y nosotros, cada uno a nuestra manera, quizá no vivimos en este estado de oración en el que necesitamos entrar. Y por eso tampoco vivimos con habitual frecuencia la oración «de impulso de corazón» de que habla Teresa. De hecho, como aspiramos a tener esa oración tan pura y perfecta acabamos no rezando casi nunca. Con un poco de mejor orientación y ayuda, con una mejor dirección espiritual personal y de comunidad, Teresita habría podido vivir su experiencia del rosario de una forma mucho más feliz y dilatadora.
«Algo sobrenatural que me dilata el alma», dice Teresita. Justamente ésa fue la experiencia que tuvieron Domingo el cartujo, Margarita de Baviera y Adolfo de Essen. El problema es que muchos cristianos ven muy claro que necesitan rezar más y mejor. Desechan con frecuencia el rosario como rutinario y monótono (sobre todo porque nunca lo han aprendido a rezar bien) y luego... se quedan sin casi nada. Esa oración «espontánea» de Teresita exige muchísimas horas previas de vuelo para ser vivida de un modo habitual y no tan sólo alguna que otra vez, como quizá nos pueda pasar. A muchos cristianos que ven que no rezan habrías que decirles: ¡ahí tienes el rosario! Consigue que te lo enseñen a rezar bien. Ensaya el recitarlo diariamente hasta que se convierta poco a poco en troquel que vaya conformando tu alma.
Al cabo del tiempo, con paciencia y con generosidad, y sobre todo dejándote llevar por el Espíritu Santo empezarás a rezar espontáneamente, de modo que tu corazón haya empezado a apegarse al hábito de la oración continua. Nunca dejes la oración «sin fórmulas», de «impulso de corazón», de «simple mirada», de «grito de gratitud» de la que habla Teresa.

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