|
Vale la pena rezar
el rosario (o a lo menos intentarlo)
Padre Antonio
Arias S. J
Hay tesoros escondidos que el mundo actual,
tan adelantado en otras cosas, no ve ni quiere ver. Engañado, el hombre
moderno estima sólo el progreso material, anda sin rumbo fijo, es incrédulo
y no reza. Quiere ser feliz, prescindiendo de Dios, a quien muchos niegan.
La aguja imanada está inquieta, mientras no mira al Norte. Dios es el Norte
del alma. La oración no encuentra lugar en los corazones de muchos humanos.
He ahí lo que procura remediar la Santísima Virgen, invitando a los hombres
de nuestra edad a rezar.
El Rosario es fácil, por su sencillez, a las personas que no tienen
estudios; a los que están cansados, no les causa molestia; y a los sabios
les da materia profunda de meditación en los misterios, y los ejercita en la
humildad. Si no os hacéis como niños, dice Jesucristo, no entráis en el
cielo. Con el Rosario, el Espíritu Santo derrama espíritu de oración sobre
la tierra; de oración mental y vocal, fácil y eficaz; porque recuerda los
misterios de la redención, y las oraciones de que consta, no pueden tener
mejor origen.
Con el Rosario oramos como en compañía de Jesucristo, repitiendo las
palabras angélicas, y asociados a la Virgen María, como la Iglesia que oraba
al venir el Espíritu Santo. Por eso es fácil que descienda abundancia de
lluvia de gracias, que hagan fértil la tierra de nuestra alma y la llenen de
frutos y de fuentes de agua viva. Jesucristo, que es gracia increada, nos
vino por María, y la obra de Jesucristo, que es la redención, nos ha de
venir por María. Como un hijo que entrega a su buena madre cuanto adquiere,
para que ella lo distribuya como guste, así hizo el Salvador con su Madre
Santísima. Ningún bien recibimos de la gracia de Jesucristo y de sus
méritos, si no los da María. Conseguimos las gracias y en especial la
salvación, si acudimos a María.
Pocas cosas habrá tan enlazadas con el Rosario, como la parábola del Buen
Pastor. Jesucristo es la puerta por donde entran las ovejas. El que tiene
fe, esperanza y caridad, entra en el cielo. El Rosario es el Evangelio, como
dice el beato Pío XI. La contemplación de sus misterios y la oración
constante nos alcanzan esa fe, esperanza y caridad, y ese cielo. Jesucristo
llama a las ovejas por su nombre; oyen su voz y no escuchan la voz de los
extraños. Acostumbrados en el Rosario al trato familiar con Jesús, conocemos
su voz, acudimos a El, nos conoce, huimos de los extraños y escapamos del
error, como de una sierpe que encontremos en el camino. Es sorprendente la
fuerza que hay en el Rosario contra el error y malas costumbres.
Jesús va delante de sus ovejas; así lo hacía el Pastor en Palestina; le
siguen. ¿Quién no ve que el Buen Pastor va delante de nosotros en el Rosario
con sus ejemplos? Nos lleva a las aguas vivas que saltan hasta la vida
eterna; nos pone en medio de la abundancia con su doctrina, sus sacramentos,
su gracia de tantas clases, que nos ilumina, esfuerza y santifica,
regenerándonos. Nos da vida vigorosa, que produce fruto de treinta, de
sesenta y de ciento. Conoce a los suyos con afecto de amistad íntima, y
aprueba sus sentimientos y sus obras. Tan
íntima es esa amistad, que los compara con la que El tiene con su Padre,
cuya naturaleza es la misma que la suya. Dice que El es la vid v nosotros
los sarmientos.
Con la vida y ejemplos de María, que es la divina Pastora, están enlazados
los misterios y ejemplos de su Hijo. Son inseparables de los suyos. Ella
también conoce a sus ovejas, y las llama por su nombre; las ovejas, a su
vez, la conocen, oyen su voz, la entienden y la obedecen.
Recemos todos los días, sin que falte uno solo, el Rosario. Amemos a María,
que nos la dejó por Madre en testamento el Redentor moribundo. ¿Cómo
persuadir con eficacia a que se rece el Rosario con piedad verdadera todos
los días? A que se rece en privado y mejor en familia. Es práctica
admirable, venida del cielo e inculcada repetidas veces por la que más desea
nuestro bien.
Es eficaz para convertir a los pecadores más endurecidos y a los herejes más
obstinados. Si tenemos buen deseo y constancia en el rezo del Rosario,
tendremos en esta vida la gracia; en la otra, la gloria. En los átomos puso
Dios fuerza insospechada. La del Rosario, aunque oculta y escondida, es tan
grande, que no se puede medir. Hay en el Rosario energías incalculables.
Escribe San Grignón de Monfort, que el sacerdote a quien el Espíritu Santo
haya descubierto las grandezas del Rosario, hará más en un mes que muchos
predicadores en largos años. Es compendio de la vida, pasión y muerte del
Señor. Es gloria de Jesús y María. En las dudas, en las tinieblas de
espíritu, en la multitud de enemigos, en los casos imprevistos, tan variados
como repentinos, encontrarás en el Rosario luz, fuerza y victoria.
Jesucristo oraba con frecuencia y en todas partes: en el templo, en los
caminos, en los montes. Jesucristo nos exhorta con estas palabras: «Pedid y
recibiréis; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá». ¿No dará el Señor
su buen espíritu al que se lo pidiera? ¿No le dará la salvación? ¿No la
penitencia final? Insta Jesucristo al decir: «Pedid, buscad, llamad». Quiere
fe, quiere humildad; el que pide es mendigo de Dios; quiere perseverancia y
confianza.
En el Rosario encontramos que María es bienaventurada, porque creyó cosas
tan difíciles como la Encarnación. La vemos humilde: He aquí la esclava del
Señor; la vemos siempre confiada en Dios. En el Rosario contemplamos a
Jesucristo, que dice:«Padre, si es posible, pase de mí este cáliz; pero no
se haga lo que yo quiero, sino lo que Tú». Le vemos orar con más vehemencia,
a medida que arrecia el tormento y muere orando con lágrimas en la cruz.
En el Rosario le vemos salir del sepulcro glorioso y lleno de poder y
claridad. Le vemos como buen Pastor recogiendo su grey. Sube al cielo a
prepararnos lugar. Da fuerza invicta enviando al Espíritu Santo. Lleva a la
gloria en cuerpo y alma a su dichosa Madre. La hace nuestra abogada, pone en
sus manos la omnipotencia para que nos ampare con sus eficacísimos ruegos.
Nos protege como individuos, como a personas que vivimos en familia, en
sociedad. ¿No respiramos? ¿No damos horas al sueño? ¿No tomamos alimento?
Recemos así el Rosario. Levantemos al cielo nuestros ojos. No temamos.
Fuente:
|
|