Contemplar los misterios del Rosario II

 Jaume Aymar Ragolta

 

 

 Sigamos leyendo transversalmente los misterios del rosario. Los terceros: la Natividad (gozo), el Reino de Dios y la conversión (luz), la coronación de espinas (dolor) y la venida del Espíritu Santo (gloria). La Encarnación es la máxima proximidad de Dios, es la prueba fehaciente que el nuestro no es un Dios lejano que haya creado el mundo y se haya despreocupado de él, sino que ha venido a nuestro

encuentro, es el Emmanuel, el Dios con nosotros. La expresión “Reino de Dios” significa Dios mismo. El anuncio de Jesús: “el Reino de Dios está cerca” quiere decir que el mismo Dios está cerca, pero que para darnos cuenta de ello debemos convertirnos, es decir, debemos dejar de mirar a nosotros mismos y mirar hacia delante y hacia fuera... “Mi reino no es de este mundo” (Jn 18,36), dirá Jesús a Pilatos, por ello, significativamente, su corona no es de oro y piedras preciosas, sino que es una corona de espinas. La cruz será un escándalo, para María un suplicio silencioso (por ello es corredentora), pero el Espíritu Santo, que nos llevará a la verdad completa, nos hará comprender su pleno sentido. En Pentecostés, María se sitúa en el Cenáculo, en medio de los apóstoles y discípulos, como un anuncio de su peculiar realeza, unida a la de Cristo.

Vamos por los cuartos misterios. La Presentación de Jesús en el templo (gozo), la Transfiguración en el Tabor (luz), Jesús con la cruz a cuestas (dolor) y la Asunción (gloria). Jesús es llevado al templo por sus padres y allí María y José escuchan de labios del anciano Simeón que aquel niño será una bandera combatida, es decir al presentarlo, Él mismo se les presentará, se les revelará. También en el Tabor se mostrará la divinidad de Jesús ante sus tres apóstoles predilectos. Cuando contemplamos a Jesús con la cruz a cuestas, cuando la Madre le encontró sufriente en la Vía Dolorosa, se cumple aquella profecía del anciano Simeón, “y a ti misma una espada te traspasará el alma” (Lc. 2, 35). Finalmente, la Asunción es la presentación definitiva de Maria, en cuerpo y alma, ante la Santísima Trinidad.

Y los quintos misterios que coronan el rosario: Jesús perdido y encontrado en el Templo (gozo), la Eucaristía (luz), la crucifixión y muerte de Jesús (dolor) y la coronación de María Reina y Señora de cielos y tierra (gloria). Todos estos misterios tienen el sabor de algo que perdemos y de algo que encontramos. ¡Qué angustia para José y María haber perdido a su hijo! Fueron tres días “sin almohada ni sueño”, como escribió el poeta Manuel Melendres. Y luego la alegría del encuentro se ensombreció con unas palabras misteriosas: “¿no sabéis que yo tenía que estar en la casa de mi Padre? (Lc 2, 49). Era esta mezcla de sentimientos que los apóstoles debían vivir en el cenáculo, dónde Jesús celebraba el gozo de la Pascua, pero a la vez les anunciaba la traición de uno de ellos y su muerte cercana. Ya no la celebraría más hasta que tuviese su cumplimiento el Reino de Dios (Lc. 22, 16). En la crucifixión y muerte, el templo de su cuerpo es destruido (Cf. Juan, 2, 18), se vive de modo supremo este “perder y encontrar”: Jesús nos es arrebatado, es el justo ejecutado entre malhechores, pero ya cuando es alzado sobre la tierra atrae a todos hacia Él (cf. Jn 3, 15); es el anuncio de su resurrección, del nuevo encuentro con los suyos. También la coronación de María es su glorificación. Acá los apóstoles la “perdieron”, fue su muerte o dormición, pero la Santísima Trinidad la halla. La representación de la Coronación de la Virgen en diversos cuadros, tapices y hasta en dramas sacros, como el Misterio de Elche (Alicante) o el de Selva de Mar (Tarragona), nos la presentan al fin gloriosa, como la criatura más cercana a la Santísima Trinidad. Desde la casa definitiva del Padre ella “reina” en el mismo sentido que su Hijo. Ella es reina porque, unida a Dios, su protección es plena y total.

Como se afirmó en el IV Congreso de la península ibérica sobre el Rosario (Virgen del Camino, León, 11,12 y 13 de septiembre de 2003): “el Rosario es un método que nos va conduciendo a la contemplación de los misterios de Cristo, que desde la experiencia secular se abre para ser enriquecido, mejorado con sucesivas aportaciones y sugerencias”. Hemos presentado algunas para una lectura transversal que nos muestra la cohesión interna de esta plegaria y de los misterios que contempla.


Fuente: claraesperanza.trimilenio.net