María, Madre del hombre

Marion Coghlan

 

Los católicos que no rezan el rosario tienen sus razones. Algunos creen que es demasiado largo y monótono. Otros tienen sus dudas sobre el poder que la Santísima Virgen concede a esta oración. Luego está la excusa de que el rosario está pasado de moda.

Quizá los católicos se privan del rosario porque no conocen a María. La asocian con las hermosas imágenes y magníficas pinturas que reproducen una incomparable belleza con todas las cualidades de la perfección física. Sus descripciones son de tal grandeza que es imposible compararse con un ser tan majestuoso y hermoso. Todo el concepto de la belleza y poder de María era, para emplear una expresión del vocabulario de hoy, "demasiado pesado para mí".

Para entender a María, el rosario y todo lo que lleva consigo, tuve que mirarla de cerca. Así, pues, la bajé de su puesto en el cielo a la altura de la mirada de mi mente, la estudié con gran cuidado y vi a una mujer, una delicada mujer judía. Había en ella una belleza especial, que brotaba de su interior y reflejaba sus innegables virtudes.

Miré a sus manos y vi que no tenía rosario. Me pregunté por qué. ¿No es la reina del santísimo rosario? Se me ocurrió entonces que no tenía que tener rosario. Ella es el rosario.

Había una expresión en su boca que daba a entender que no estaba libre de preocupación. Tenía la cabeza lo suficientemente erguida para indicar un fuerte sentido de confianza, pero eran sus ojos los que revelaban a la mujer. Eran grandes y castaños, y en lo más hondo de ellos moraba todo el amor, dolor y tristeza del universo.

Dos pensamientos cruzaron mi mente: ¿Cuándo fue patente su preocupación, y cuándo se impuso su confianza? Cerré los ojos y mi memoria recordó el incidente de Jesús en el Templo. Tenía solamente 12 años y faltaba hacía tres días. María no sabía dónde se hallaba y estaba preocupada por él.

Cuando finalmente lo encontró en el templo, dijo lo que todas las madres dicen a sus hijos cuando están profundamente preocupadas: "¿Por qué nos hiciste esto? ¿No sabías que tu padre y yo andábamos angustiados por ti?" Jesús quedó sorprendido. "¿Cómo es -preguntó- que me buscabais? ¿No sabíais que debo estar en los asuntos de mi Padre?" La pregunta la desconcertó; una situación frecuente para todas las madres e hijos de 12 años, sin diferencia alguna.

Mi pensamiento fue del templo a la boda de Caná, donde se afirmó el orgullo de María por su hijo. El vino se iba acabando, y ella sabía que Jesús podía resolver el problema. Quería que Él hiciese algo, y se lo pidió. "Mi hora -le dijo- no ha llegado todavía". María tomó el asunto en sus manos cuando le advirtió al mayordomo: 
"Haced lo que El os diga". Cuando llegó el momento oportuno, Jesús cambió el agua en vino, y María sintió esa sensación de orgullo justificable que todas las madres sienten cuando sus hijos hacen algo que les agrada. Tenía derecho al orgullo y al amor que sentía, pues no estaba lejos el día en que el objeto de su orgullo y amor colgaría de una cruz en un monte por vosotros y por mí y por nuestros hijos.

Veía muy claramente ahora la figura erguida en pie bajo la cruz que la dominaba, y clavado a ella su hijo, Jesús, y el corazón roto de ella.

Súbitamente me vino a la imaginación el pensamiento de que la única cosa que tenemos en la tierra que puede asociarnos con María es el rosario. Algo refrescó mi memoria y me planteó la pregunta: "¿Es largo y monótono el rosario?" En mi corazón surgió una serie de preguntas y respuestas que reforzaban mi fe en esta extraordinaria mujer y daba crédito a los misterios de su rosario.

¿Es tan largo como el viaje de María a Belén cuando llevaba a Jesús? No tuvo ninguna de las comodidades que hoy tenemos para viajar; fue en burro. ¿Se puede comparar de alguna manera en duración a aquel horrible momento en que ella estuvo en la acera de la calle y vio a su hijo que arrastraba la cruz en la que había de ser crucificado? ¿O su estancia al pie de la cruz oyendo a su hijo gritar: "Por qué me has desamparado"? ¿O aquellos momentos, llenos de ansiedad, cuando atravesaron su costado para ver si estaba muerto? Jesús fue bajado de la cruz y puesto en brazos de su madre. ¿Es largo y monótono el rosario, comparado con aquel doloroso momento?

María sostenía el cuerpo destrozado de su hijo y todas las cosas del mundo dejaron de existir. No era a Dios a quien apretaba contra su corazón mientras susurraba palabras de consuelo que él no podía oír. No era a Dios a quien acunaba en sus brazos mientras lo mecía para aliviar el dolor que no sentía. No era sobre Dios sobre quien caían sus lágrimas mezclándose con sus heridas. Era su hijo, su único hijo.

Ella sabía que era Dios e inmortal, pero como cualquier otra madre lo veía en primer lugar como hijo suyo.

María fue una mujer, una valiente y amable mujer judía. La tomé muy suavemente y la puse de nuevo en su lugar celestial al que pertenece. Cuando su imagen se borró de mi mente, una débil voz en mi interior llamó con amor y sinceridad: "Ave, María". 

Fuente: legiondemaria.org