La Batalla de Lepanto, la victoria del Rosario

Padre José Oceguera Méndez

 

Corría el año 1571. Los cristianos se veían fuertemente asolados por el Islam, España, Venecia y Génova, mandados por Don Juan de Asturia, sobre la flota Otomana a cargo de Alí-Bajá. Un 7 de octubre, el cielo dio la victoria a los cristianos, por intercesión de la Virgen María, Madre de Dios. Desde entonces, esta fecha es recordada en muchas partes del mundo cristiano, como la «Victoria del Rosario». Fue el Papa San Pío V quien instituyó la fiesta, justamente para conmemorar la victoria que reportó aquella batalla.

Rezar el Rosario

Ha sido el encargo insistente en los distintos momentos en que se ha hecho presente en los diferentes puntos del planeta: «Recen, pequeñitos, el Santo Rosario». Así canta el pueblo a voz en cuello, poco después de las apariciones en Fátima, tras la noticia de 1917. Y en esta devoción y práctica han insistido todos los Papas. León XII decía: «Este modo de rezar exige una atención especialísima por parte del hombre, pues no sólo requiere que procure dirigir su espíritu hacia Dios, sino que se profundice en la meditación de lo que contempla, de suerte que saque de ella normas de buen vivir y alimento de piedad».

Oración predilecta

Explícitamente el Papa Juan Pablo II lo declaró en su alocución dominical, el 29 de octubre de 1978, y no nos queda duda, toda vez que hemos venido siendo testigos por la televisión cuando se enlazan los canales del mundo para trasmitir precisamente el momento en que el Santo Padre eleva a Dios su plegaria favorita: «El Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa!».

En efecto, con el trasfondo de las Avemarías, pasan ante los ojos del alma, los episodios principales de la vida de Jesucristo, y nos ponen en comunión vital con Jesucristo, a través del corazón de su Madre. Al mismo tiempo, nuestro corazón puede incluir en estas decenas del Rosario, todos los hechos que forman la trama de la vida del individuo, la familia, la Nación, la Iglesia y la Humanidad. Experiencias personales del prójimo, sobre todo de las personas más cercanas o que llevamos más en el corazón.

Fuente: Semanario, Arquidiócesis de Guadalajara. México