El Rosario del Papa Wojtyla 

Luigi De Candido

 

Méritos singulares que merecería la Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae – firmada por Juan Pablo II el 16 de octubre del 2001, al comienzo del 25° año de su pontificado - serían: la lectura individual y atenta del mensaje, la puesta en práctica o la valoración de las sugerencias que brotan del documento, o bien la visibilidad que deriva como consecuencia de la escucha, sobre todo volver a rezar el Rosario, o perseverar en la práctica de esta oración, como el Papa exhorta: el mejor comentario a esta Carta se verifica cuando cada uno logra o se esfuerza por lograr que esta oración brote de la mente y del corazón. 

Brotes nuevos 
Después de 433 años de estabilidad, se introducen modificaciones en el Rosario: el Papa Pío V – fraile dominico, y por tanto propulsor de esa oración privilegiada en su propia Orden– fue quien fijó la estructura del Rosario mariano en la forma tripartita de las quince etapas o ‘misterios’ ritmados por las cincuenta Avemarías, como referencia a los 150 Salmos bíblicos. Aportes posteriores no alteraron la firmeza de su estructura; apenas la afectaron algunas modificaciones o novedades devocionales, unas veces significativas y otras, banales. 

Juan Pablo II introduce novedades sustanciales en la interpretación o acentuación del sentido del Rosario, orientándolo en la perspectiva de “oración de corazón cristológico”. Ante todo, estas novedades afectan la estructura misma del Rosario al incluir cinco nuevas etapas, trazadas como “misterios de la luz”. Por lo tanto, el Rosario entero ahora se prolonga a veinte ‘misterios’ y doscientas Avemarías. Pero permanece inmutable el rosario hecho de cincuenta cuentas, “instrumento tradicional..., simbolismo que puede aportar mayor contenido a la contemplación”, que ahora queda enriquecida por los cinco nuevos “misterios de la luz”. 

La curiosidad publicitaria, atizada por los medios masivos, limita la novedad del Rosario wojtyliano a la simple añadidura de estos cinco ‘misterios’, con el riesgo de distorsión de la causa de la novedad del mensaje ‘rosarial’. Con todo, también esta novedad estructural da pie para remarcar la adaptación de la fórmula devocional del Rosario: el Rosario, además de la forma establecida, se presta a celebraciones variables como respuesta a las situaciones personales o colectivas, en las que se van produciendo la sensibilidad y las necesidades del orante. Quedaría así confirmada y alentada la celebración del Rosario, encarnado en realidades contemplativas y cotidianas, con libre discernimiento individual. Da fe de tal posibilidad la abundancia y variedad de materiales de apoyo a favor de un Rosario renovado, que tienen buena salida en mercado librero, secundando así los deseos de Pablo VI referidos justamente a la “renovación de esta práctica piadosa”, como sugiere en la Carta “Marialis cultus” de Pablo VI. 

El Rosario no es liturgia, memoria viva y vital del misterio de Cristo, y por tanto requiere también respeto de la forma y de la participación en la sustancia de la celebración: es oración privada que puede hacerse de manera individual o colectiva (se desaconsejan las fórmulas que degeneran en extravagancias). En pocas palabras: el Rosario se puede adaptar a la realidad concreta que se está viviendo o está acaeciendo. 

El Papa mismo confiesa ser ‘hombre del Rosario’, y reconoce – y por tanto alienta – el hecho de que “resulte natural tener presentes [a través del Rosario], en este encuentro con la humanidad santa del Redentor, tantos problemas, anhelos y proyectos que marcan nuestra existencia. Por tanto, el Rosario es la oración al alcance de todos y de cada uno; pero que ha de ser ofrecida en especial desde el corazón de cada cual. 


Contemplar con María 

Desde los orígenes en tiempos inmemoriales hasta las repetidas insistencias de los Papas – desde León XIII a Juan XXIII, nombrados en esta Carta apostólica – el Rosario brillaba como un homenaje a María: era la oración mariana por excelencia. Juan Pablo II ha reafirmado “el carácter evangélico del Rosario y su orientación cristológica” , (como afirma Pablo VI en la Marialis Cultus), y abordado ya en la presentación, llega a la consiguiente conclusión de que el Rosario, “aunque caracterizado por su fisonomía mariana, es la oración del corazón cristológico. En la sobriedad de sus elementos, concentra en sí mismo el mensaje evangélico, del cual es casi una síntesis”. 

Sólida novedad es justamente este enfoque evangélico-cristológico de la oración mariana. Aunque en verdad se trata de la explicitación de lo implícito. Tal convicción está motivada y es comprensible en la ‘cultura’ de Karol Wojtyla: Cristo está en el centro de su vida y de sus pensamientos; es el don al que él se consagra para anunciarlo y hacerlo presente en la historia contemporánea. Esta centralidad de Cristo vibra en sus documentos pontificios, comenzando por su primera encíclica Redemptor hominis (4 de marzo de 1979), hasta la Carta Novo millenio ineunte (6 enero 2001), repetidamente mencionada, y en la cual resplandece la persuasión y la esperanza de que el encuentro con Cristo sea la herencia del Gran Jubileo. Es más: la reflexión sobre el Rosario es como el broche de oro que cierra la reflexión jubilar, “para exhortar a la contemplación del rostro de Cristo”. También el Rosario es encuentro con Cristo. 

La misma integración de los cinco ‘misterios de la luz’ evidencia la intención de Juan Pablo II de “reafirmar el contenido teológico del Rosario” (aunque esta integración queda “abierta a la libre valoración de los individuos y de las comunidades”). Estos ‘misterios luminosos’ están “oportunamente fundamentados en el Bautismo de Jesús en el Jordán, en su auto-revelación en las Bodas de Caná, en el anuncio del reino de Dios con la invitación a la conversión, en la Transfiguración, en la institución de la Eucaristía, expresión sacramental del misterio pascual”. El Papa mismo aporta motivaciones y comentarios sintéticos; e insiste en la centralidad, cuyo único protagonista es Cristo, “aunque en Caná la presencia de María aparece sobre el fondo de la escena”. 

Cinco misterios más equivalen a cinco pausas más de encuentro con una u otra vicisitud de la vida de Cristo, y de meditación en el sentido de las narraciones evangélicas. El Papa proporciona también las citas, acompañadas con la indicación de los pasos paralelos. La vuelta sobre los diversos pasos evangélicos y el enriquecimiento con las referencias temáticas paralelas, constituyen un óptimo criterio de inmersión en el misterio cristológico meditado, además de ser una excelente oportunidad para fortalecer la propia fe. Lo cual equivale a una breve lectio divina. 

La introducción del “nuevo ciclo” de los ‘misterios luminosos’ provoca una redimensión en la distribución del tiempo. Al Papa le “parece aconsejable” asignar el jueves para los ‘misterios de la luz’, dando una nueva estructura a la articulación tradicional: ‘misterios gozosos’, lunes y sábado (que “es tradicionalmente un día de fuerte color mariano”); los ‘misterios dolorosos’, martes y viernes; los ‘misterios gloriosos’, miércoles y domingo. 


Contemplación del rostro de Cristo 

Es de capital importancia e irrenunciable “que el Rosario sea concebido y experimentado cada vez más como itinerario contemplativo”. Este valor contemplativo del Rosario configura otra novedad enriquecedora y valiente. La verdadera identidad del Rosario se constituye como peregrinación en la contemplación del rostro de Cristo. 

La contemplación del rostro de Cristo se vuelve un tema melódico en la sinfonía de la espiritualidad y del magisterio de Juan Pablo II. Uno de los fundamentos en la Carta citada Novo millenio ineunte, es la contemplación del rostro de Cristo, la cual refuerza el proyecto “partir de nuevo desde Cristo” para proseguir como fieles y convincentes “testigos del amor”. 

El Rosario, como el Papa afirma, “constituye un medio validísimo para favorecer entre los fieles el compromiso de la contemplación del misterio cristiano”. El rostro es la síntesis de la totalidad del ser humano, metáfora de la identidad, emblema del semblante individual. Contemplar el rostro de Cristo es acercarse a Él y encontrar el misterio total del Señor Jesús, el Cristo. 

Los textos exaltan la pedagogía mariana en la perspectiva de la cristología: el rostro de María es icono del rostro de Cristo. Es verdad que “a la contemplación del rostro de Cristo no se accede sino escuchando, en el Espíritu, la voz del Padre”; pero también es verdad que las mediaciones son múltiples. Entre ellas está el Rosario, que “es uno de los recursos tradicionales de la oración cristiana aplicada a la contemplación del rostro de Cristo”. 

Se presenta decidido y lúcido el intento de Juan Pablo II, que resuena como un vibrante estribillo: el Rosario es contemplación cristológica. 

En consecuencia, la Carta pontificia renueva la mentalidad de los ‘rosariantes’ y la práctica ‘rosarial’: de una oración recitativa, con una incesante repetición de palabras orantes, el Rosario se transforma en una experiencia de escucha del mensaje contenido en la enunciación de cada ‘misterio’ y en asimilación de la luz irradiada por la Palabra bíblica de la que se hace memoria. 

En conclusión: el Rosario debería desgranar menos palabras y más Palabra; debería favorecer más el silencio meditativo y menos el murmullo de voces recitantes. Más que fijarse en María, debería con María recordar, conocer, suplicar, anunciar, contemplar a Cristo, el Señor. 

(En Revista Madre di Dio, n. 1, enero de 2003, Milán, San Paolo, Italia. Traducción: P. Jesús Álvarez, ssp y P. Benito Spoletini, ssp). 

Fuente: san-pablo.com.ar