El Secreto admirable del Santísimo Rosario. 

San Luis María Grignon de Montfort

Segunda Decena.  Excelencia del Santo Rosario por las oraciones de que está compuesto.

13a Rosa


41) Honramos las perfecciones de Dios en cada palabra que decimos de la oración dominical. Honramos su fecundidad con el nombre de Padre. Padre que tenéis desde la eternidad un Hijo que es Dios como Vos mismo, eterno, consubstancial, que es una misma esencia, una misma potencia, una misma bondad, una misma sabiduría con Vos, Padre e Hijo que amándoos producís al Espíritu Santo, que es Dios, tres personas adorables que son un solo Dios.
¡Padre nuestro! Es decir, Padre de los hombres por la creación, por la conservación y por la redención. Padre misericordioso de los pecadores. Padre amigo de los justos, Padre magnífico de los bienaventurados.
Que estás. Por esta palabra admiramos la inmensidad, la grandeza y la plenitud de la esencia de Dios, que se llama con verdad "El que es" (3): es decir, que existe esencialmente, necesariamente y eternamente, que es el Ser de los seres, la causa de todos los seres; que encierra eminentemente en sí mismo las perfecciones de todos los seres; que está en todos por su esencia, presencia y potencia, sin estar encerrado en ellos. Honramos su sublimidad, su gloria y majestad en estas palabras: que estás en el cielo, es decir, como sentado en vuestro trono, ejerciendo vuestra justicia sobre todos los hombres.
Adoramos su santidad deseando que su nombre sea santificado. Reconocemos su soberanía y la justicia de sus leyes ansiando la llegada de su reino y que le obedezcan los hombres en la tierra como lo hacen los ángeles en el cielo. Creemos en su Providencia rogándole que nos dé nuestro de pan de cada día. Invocamos su clemencia pidiéndole el perdón de nuestros pecados. Reconocemos su poder al rogarle que no nos deje caer en la tentación. Nos confiamos a su bondad esperando que nos librará del mal. El Hijo de Dios, que glorificó siempre a su Padre por sus obras, ha venido al mundo para que le glorifiquen los hombres y les enseñó la manera de honrarle con esta oración que Él mismo se dignó dictarles. Debemos, pues, rezarla con frecuencia, con atención y con el mismo espíritu que Él la ha compuso.