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El Santo Rosario San
Josemaría Escrivá de Balaguer
Tercer
Misterio Glorioso:
Pentecostés
Había
dicho el Señor: Yo rogaré al Padre, y os dará otro Paráclito,
otro Consolador, para que permanezca con vosotros eternamente. (Joann.,
XIV, 16.) —Reunidos los discípulos todos juntos en un mismo
lugar, de repente sobrevino del cielo un ruido como de viento
impetuoso que invadió toda la casa donde se encontraban. —Al
mismo tiempo, unas lenguas de fuego se repartieron y se asentaron
sobre cada uno de ellos. (Act., II, 1-3.)
Llenos del Espíritu Santo, como
borrachos, estaban los Apóstoles. (Act., II, 13.)
Y Pedro, a quien rodeaban los otros
once, levantó la voz y habló. —Le oímos gente de cien
países. —Cada uno le escucha en su lengua. —Tú y yo en la
nuestra. —Nos habla de Cristo Jesús y del Espíritu Santo y del
Padre.
No le apedrean, ni le meten en la
cárcel: se convierten y son bautizados tres mil, de los que
oyeron.
Tú y yo, después de ayudar a los
Apóstoles en la administración de los bautismos, bendecimos a
Dios Padre, por su Hijo Jesús, y nos sentimos también borrachos
del Espíritu Santo.
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