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El Santo Rosario San
Josemaría Escrivá de Balaguer
Segundo
Misterio de Luz: Las Bodas de Cana
Entre
tantos invitados de una de esas ruidosas bodas campesinas, a las
que acuden personas de varios poblados, María advierte que falta
el vino (cfr. Jn 2, 3). Se da cuenta Ella sola, y en
seguida. ¡Qué familiares nos resultan las escenas de la vida de
Cristo! Porque la grandeza de Dios convive con lo ordinario, con
lo corriente. Es propio de una mujer, y de un ama de casa atenta,
advertir un descuido, estar en esos detalles pequeños que hacen
agradable la existencia humana: y así actuó María.
—Haced lo que Él os diga (Jn 2, 5).
Implete hydrias (Jn 2, 7), llenad las vasijas, y el
milagro viene. Así, con esa sencillez. Todo ordinario. Aquellos
cumplían su oficio. El agua estaba al alcance de la mano. Y es la
primera manifestación de la Divinidad del Señor. Lo más vulgar
se convierte en extraordinario, en sobrenatural, cuando tenemos la
buena voluntad de atender a lo que Dios nos pide.
Quiero, Señor, abandonar el cuidado de todo lo mío en tus manos
generosas. Nuestra Madre —¡tu Madre!— a estas horas, como en
Caná, ha hecho sonar en tus oídos: ¡no tienen!...
Si nuestra fe es débil, acudamos a María. Por el milagro de las
bodas de Caná, que Cristo realizó a ruegos de su Madre, creyeron
en El sus discípulos (Jn 2, 11). Nuestra Madre
intercede siempre ante su Hijo para que nos atienda y se nos
muestre, de tal modo que podamos confesar: Tú eres el Hijo de
Dios.
— ¡Dame, oh Jesús, esa fe, que de verdad deseo! Madre mía y
Señora mía, María Santísima, ¡haz que yo crea!
Fuentes:
Es Cristo que pasa, n. 141. Carta 14-IX-1951, n. 23.
Forja, n. 807. Amigos de Dios, n. 285. Forja,
n. 235.
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