Enséñame, Oh Maria Auxiliadora

 

 

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Enséñame, Oh María Auxiliadora,
a ser dulce y bueno en todos los
acontecimientos de mi vida; en los
desengaños, en el descuido de otros,
en la falta de sinceridad de aquellos
en quienes creí, en la deslealtad de
aquellos en quienes confié.

Ayúdame a olvidarme de mí mismo para
pensar en la felicidad de otros;
a ocultar mis pequeños sufrimientos
de tal modo que sea yo el único
que los padezca.

Enséñame a sacar provecho de ellos,
a usarlos de tal modo que me suavicen,
no me endurezcan ni me amarguen;
que me hagan paciente y no irritable;
que me hagan amplio en mi clemencia
y no estrecho y despótico.

Que nadie sea menos bueno,
menos sincero, menos amable,
menos noble, menos santo por
haber sido mi compañero de viaje
en el camino hacia la vida eterna.

Amén.