Renovación del acto de Consagración de Baviera a la Virgen Maria

SS. Benedicto XVI


Marienplatz, Munich, Alemania. 9-IX-2006

Santa Madre del Señor, 
nuestros antepasados, 
en un tiempo de tribulación, 
erigieron tu imagen aquí, 
en el centro de la ciudad de Munich, 
para encomendarte la ciudad y el país. 

Querían encontrarse continuamente contigo 
en su vida diaria, 
y aprender de ti 
cómo vivir correctamente su existencia humana; 
aprender de ti cómo encontrar a Dios 
y así hallar el acuerdo entre ellos. 

Te regalaron la corona y el cetro, 
que entonces eran los símbolos 
del dominio sobre el país, 
porque sabían que así el poder y el dominio 
estarían en las mejores manos, 
en las manos de la Madre. 

Tu Hijo, 
poco antes de llegar la hora de la despedida 
dijo a sus discípulos: 
"El que quiera llegar a ser grande entre vosotros 
será vuestro servidor, 
y el que quiera ser el primero entre vosotros 
será esclavo de todos" (Mc 10, 43). 

Tú, en la hora decisiva de tu vida, 
dijiste: "He aquí la esclava del Señor" (Lc 1, 38) 
y viviste toda tu existencia como servicio. 
Y lo sigues haciendo 
a lo largo de los siglos de la historia. 

Como en cierta ocasión, en Caná, 
intercediste silenciosamente y con discreción 
en favor de los esposos, 
así lo haces siempre: 
cargas con todas las preocupaciones de los hombres 
y las llevas ante el Señor, 
ante tu Hijo. 

Tu poder es la bondad. 
Tu poder es el servicio. 
Enséñanos a nosotros, 
grandes y pequeños, 
dominadores y servidores, 
a vivir así nuestra responsabilidad. 

Ayúdanos a encontrar la fuerza 
para la reconciliación y el perdón. 
Ayúdanos a ser pacientes y humildes, 
pero también libres y valientes, 
como lo fuiste tú en la hora de la cruz. 

Tú llevas en tus brazos a Jesús, 
el Niño que bendice, 
el Niño que es el Señor del mundo. 
De este modo, 
llevando a Aquel que bendice, 
te has convertido tú misma en una bendición. 

Bendícenos; 
bendice a esta ciudad y a este país. 
Muéstranos a Jesús, 
el fruto bendito de tu vientre. 

Ruega por nosotros, pecadores, 
ahora y en la hora de nuestra muerte. 

Amén. 

Fuente: vatican.va