Alabanza a María

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Oh Virgen prudente, oh Virgen consagrada, quíén
te ha enseñado que la virginidad agrada tanto a
Dios?
¿Qué ley, qué norma, qué página del Antiguo
Testamento manda, aconseja o exhorta a no vivir
sujetos a los bajos instintos y llevar una vida angélica sobre la tierra?
Tú, en cambio, no habías recibido precepto alguno,
ni siquiera consejo o ejemplo de nadie. Pero
su unción te lo ha enseñado todo junto con la palabra
de Dios viva y penetrante. Esa palabra fue
para ti primero tu maestra y luego se hizo Hijo
tuyo, iluminando tu espíritu antes de vestirse con
tu carne.
Te ofreces a Cristo como virgen sin conocer el
designio por el que ibas a ofrecerte también como
madre. Optas por ser una mujer despreciable en
Israel e incurrir en la maldición de la esterilidad
para congraciarte con aquel a quien te entregaste.
Pero de repente la maldición se convierte en bendición y la esterilidad se ve agraciada con la fecundidad.
Abre, Virgen, tu seno; ensancha tu regazo; dispón
tus entrañas. Porque el Poderoso está a punto
de hacer grandes cosas por ti y desde ahora te
felicitarán todas las generaciones, borrando tu maldición de Israel.
Virgen prudente, no vaciles ante la fecundidad,
que no te arrebatará tu integridad. Vas a concebir,
y sin pecado. Quedarás embarazada y libre. Darás
a luz y sin angustias. No conocerás varón y engendrarás un hijo. ¿y qué hijo? Serás la madre de un hijo cuyo Padre es Dios. El hijo del esplendor de ese Padre será el galardón de tu amor. La sabiduría del corazón del Padre será el fruto de tu vientre virginal. En una palabra: darás a luz a Dios y de Dios concebirás.
Anímate, Virgen fecunda, casta que estás encinta,
madre intacta, porque jamás serás maldita en
Israel ni considerada estéril. Y si todavía te mal dijese el pueblo carnal de Israel, no por tu esterilidad, sino porque envidia tu fecundidad, recuerda que Cristo, maldecido también, sufrió la cruz.
Ese mismo que a ti, su madre, te bendijo en los
cielos, luego en la tierra te llamó bendita por medio
del ángel y, finalmente, con toda justicia, te
proclaman dichosa todas las generaciones de la tierra.
Bendita, pues, entre las mujeres y bendito el fruto
de tu vientre

En alabanza de la Virgen Madre, Horn. I1I, 7+8: Obras completas de san Bernardo Il, BAC, Madrid 1984, 649-651.