Carta Pastoral Inmaculada Concepción

 

26 de septiembre de 1980 


CONFERENCIA EPISCOPAL VENEZOLANA LXXXIIIª ASAMBLEA ORDINARIA PLENARIA CARACAS 7 AL 12 DE ENERO DE 2005 

CARTA PASTORAL DE LOS ARZOBISPOS Y OBISPOS DE VENEZUELA
EN EL SESQUICENTENARIO DE LA PROCLAMACIÓN DEL DOGMA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

"Alégrate, llena de gracia, el Señor es contigo" (Lc 1, 28)

A los sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos de Venezuela

En este año que comienza deseamos a todos la salud y la paz en el Señor Jesucristo, Hijo de la siempre Virgen María, la Inmaculada Concepción.

Introducción

1. El 8 de diciembre de 1854, Su Santidad el Papa Pío IX, con la Bula Ineffabilis Deus, proclamaba solemnemente como dogma de fe la doctrina sobre la Inmaculada Concepción de María: "Declaramos, afirmamos y definimos que ha sido revelada por Dios, y, por consiguiente, que debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que sostiene que la santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano" (n. 18). 

2. Se han cumplido, pues, el pasado 8 de diciembre de 2004, ciento cincuenta años de esta declaración, la cual ha sido celebrada con especial solemnidad por la Iglesia universal. Ese mismo día, en la tradicional peregrinación del Papa a la Plaza de España en Roma, para venerar la imagen de la Inmaculada que allí se erige, Juan Pablo II nos ha recordado la importancia que este dogma tiene como eje fundamental de la doctrina sobre María: su papel primordial en la historia de la salvación como Madre del Redentor, Dios y hombre verdadero, y su estrecha colaboración con la obra salvadora de Cristo en la Cruz.

3. Los Arzobispos y Obispos de Venezuela, ante tan significativas efemérides y ante la necesidad de que los cristianos profundicemos nuestra fe y vivamos con mayor intensidad el auténtico culto a la Madre de Dios, hacemos nuestra la invitación del Santo Padre de celebrar un Año dedicado a la Inmaculada Concepción, el cual culminará el 8 de diciembre del 2005; con el deseo de favorecer el desarrollo armónico del culto a la Madre del Señor y que se produzca en el pueblo y sus pastores un crecimiento saludable del mismo (Cf. PABLO VI, Exhort. Apóst. Marialis Cultus", nn. 38.58), por medio de esta Carta Pastoral ofrecemos una breve exposición de esta doctrina y algunas sugerencias para la celebración de este Año en las diócesis y las parroquias.

La doctrina

4. Cuando el Papa Pío IX proclamó el dogma de la Inmaculada no estaba creando una doctrina nueva, sino que ejerciendo su magisterio infalible confirmaba como revelada por Dios, aunque no estuviese explícitamente expresada en la Sagrada Escritura, una doctrina que los fieles ya vivían y celebraban desde los tiempos apostólicos acerca de la plenitud de la santidad y de la gracia en María. Es decir, el pueblo cristiano, haciendo suyas las palabras del ángel en la Anunciación: "llena de gracia", creyó siempre que María había sido objeto de una especial predilección de Dios y le había concedido privilegios espirituales que la elevaban en el orden de la gracia por encima de cualquier otra criatura humana, en virtud de su especial condición de ser la Madre de Dios, Jesucristo el Verbo encarnado. "Por eso, no es extraño que entre los Santos Padres fuera común llamar a la Madre de Dios toda Santa e inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo y hecha una nueva criatura" (CONCILIO VATICANO II, Constitución sobre la Iglesia 'Lumen Gentium', n. 56).

5. Aunque en la vida litúrgica de la Iglesia en occidente ya en el siglo X se celebraba una fiesta en honor a la Inmaculada Concepción de María, este sentido de la fe de los fieles no encontró fácil expresión en la reflexión de los teólogos y en las enseñanzas del magisterio de la Iglesia hasta que en la edad media, el eminente franciscano Juan Duns Escoto, después de agudas controversias, expuso con precisos conceptos la tesis de que la santidad plena de María afincaba sus raíces en el hecho de que Ella había sido preservada de la mancha del pecado original en el momento mismo de su concepción en el vientre de su madre, gracias a los méritos de la obra redentora de Cristo y en previsión de ellos. Para Escoto "preservar" es impedir que algo suceda. Dios impidió que María fuera manchada del pecado desde el primer instante de su concepción (pecado original). Es decir, la concepción inmaculada de María no significa que ésta haya sido separada de la humanidad redimida del pecado, pues ello atentaría contra la universalidad del pecado y de la redención. Cristo murió en la Cruz por todos, incluso por María; Él, con su obra redentora, muerte y resurrección, venció al pecado y a la muerte misma y nos comunicó la vida divina. Estos frutos de la redención se aplican a todos mediante el bautismo, que nos sana del pecado original con el que los hombres nacemos como consecuencia del pecado de Adán y Eva, y nos introduce en la vida de Dios, haciéndonos miembros del cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Pero María es la excepción: por gracia y libre voluntad de Dios, ella recibe estos frutos en el momento mismo de su concepción; ella es la primera redimida. A propósito de esta decisión divina, un discípulo de Escoto, para ilustrarla, popularizó el argumento: "Dios podía hacerlo, convenía que lo hiciese, por eso lo hizo". 

La Sagrada Escritura

6. Si bien la Sagrada Escritura no habla de la Inmaculada Concepción de María de manera explícita, la Iglesia ha encontrado, gracias a la coherencia e interrelación de las verdades reveladas (lo que se llama la analogía de la fe); algunos textos que fundamentan esta doctrina. El principal de ellos es el relato de la anunciación en el evangelio de Lucas (1, 26-38): El ángel la saluda llamándola la "llena de gracia". Estas palabras expresan que María está plenamente poseída de la gracia divina que la santifica y la fe cristiana interpreta esta santificación como concedida desde el inicio de su existencia, en razón de que ella ha sido elegida para ser la Madre del Salvador, el Hijo de Dios hecho hombre, concebido virginalmente por obra del Espíritu Santo; y de ser, por tanto, la Madre de Dios, pues Jesucristo es Dios. A la luz de esta frase "llena de gracia" aparece también toda la realidad de María como colaboradora de Cristo en la redención. No podía estar ni siquiera por un instante fuera de la gracia de Dios aquella que es llamada a colaborar como Madre del Redentor en su victoria sobre el pecado y sobre la muerte.

7. En algunos textos del Antiguo Testamento, en una interpretación más amplia en el contexto de una visión de conjunto de la fe cristiana sobre el papel de María en el misterio de Cristo (lo que se llama el sentido pleno), los Padres de la Iglesia han encontrado imágenes y figuras que se pueden aplicar a la Madre del Redentor; como afirma el Concilio Vaticano II: "ella misma es insinuada proféticamente en la promesa dada a nuestros primeros padres caídos en pecado" (LG, n. 55). Así en Gn 3, 15, "pondré enemistad entre ti y la mujer", los Padres reconocen en Eva la figura de María, ella es la nueva Eva que en total obediencia en la fe contribuye a restaurar lo que Eva con su desobediencia había destruido. Por otro lado, así como el Arca de la Alianza portaba las tablas del pacto de Dios con su pueblo, María es el Arca de la Nueva Alianza que contiene en su interior al que con su sangre redentora iba a restablecer la amistad de Dios con el hombre rota por el pecado. Y así como la presencia de Dios llena el tabernáculo en la tienda de reunión y en el Santo de los Santos en el templo de Jerusalén, así María, a quien el poder del Altísimo la cubrirá con su sombra y concebirá en su seno, es el tabernáculo que hospedará al Hijo de Dios. De modo que María es el templo personal, el tabernáculo del Espíritu Santo, que alberga a quien realizará la Nueva Alianza entre Dios y su pueblo. Por eso la santidad que le corresponde, en virtud de su divina maternidad, debe ser una santidad plena desde el inicio mismo de su existencia. 

Sentido cristológico y eclesial del dogma

8. Así, pues, la definición dogmática del Papa Pío IX y la liturgia de la Inmaculada ven a María como redimida por Cristo desde el comienzo de su existencia. De modo que esta verdad de fe está plenamente situada en el contexto cristológico de la redención: se refiere a Cristo y a su obra salvadora, no está fuera de él. Lo que nos enseña el dogma de la Inmaculada Concepción es que María estuvo ya redimida desde el primerísimo momento de su existencia. Ella es la primera redimida. "Esta 'resplandeciente santidad del todo singular' de la que ella fue 'enriquecida desde el primer instante de su concepción' (LG, 56), le viene toda entera de Cristo: ella es 'redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo' (LG, n. 53)" (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 492). 

9. Este privilegio de santidad es iniciativa de Dios, obra de la gracia, mirando hacia la altísima misión de ser la Madre de Dios. La maternidad divina significa la entrega total de María a la obra de su Hijo a favor de los hombres. Siendo ella toda llena de gracia podía entregarse plenamente y sin reservas al proyecto redentor del Padre que la invitaba a darse a sí misma; podía sin obstáculo alguno abrir su corazón, en nombre de la humanidad pecadora y egoísta, de la cual ella fue elegida como representante generosa, pura y solidaria, para acoger la salvación mesiánica que el Padre ofrecía a la raza humana en su Hijo. De modo que la concepción inmaculada de María no es sino una preparación, por parte de la Trinidad, para hacer posible su respuesta en la anunciación. De este modo lo expresó el Concilio Vaticano II: "Así, María, hija de Adán, aceptando la gracia divina, fue hecha Madre de Jesús, y abrazando la voluntad salvífica de Dios con generoso corazón y sin el impedimento de pecado alguno, se consagró totalmente a sí misma, cual esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la Redención con Él y bajo Él, por la gracia de Dios omnipotente. Con razón, pues, los Santos Padres estiman a María no como un mero instrumento pasivo, sino como una cooperadora a la salvación humana por la libre fe y obediencia" (LG, n. 56).

10. Estas afirmaciones del magisterio y de los teólogos le confieren al dogma de la Inmaculada Concepción –además de insertarlo adecuadamente en el misterio de Cristo y de la Iglesia- un sentido positivo, más allá de la connotación negativa de ausencia del pecado original, pues colocan a María como miembro de la Iglesia, aunque su miembro más eminente, dotada de una gracia especialísima para una misión también especial. Ella "es verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella Cabeza, por lo que también es saludada como miembro sobreeminente y del todo singular de la Iglesia, su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y caridad" (LG, n. 53). Y tal como lo expresa el hermoso prefacio de la solemnidad de la Inmaculada, ella es la Madre del Cordero sin mancha, inicio y figura de la Iglesia, modelo de creyente, Esposa sin arruga y sin mancha. De esta manera aparece con claridad que María es una excepción del pecado original y en ella permanece intacto el proyecto original de Dios y la futura suerte de la Iglesia, llamada a ser por siempre "santa e inmaculada en el amor". 

La Inmaculada y la vida espiritual

11. La veneración a la Inmaculada Concepción de María estuvo arraigada en el pueblo cristiano desde la antigüedad. Hacia el siglo VIII ya se celebraba su fiesta en la Iglesia bizantina y en el siglo X se introduce en Occidente. A pesar de la oposición de algunos importantes teólogos del medioevo el culto se mantuvo y su celebración también. En España esta devoción tomó mucho auge, de donde pasó al nuevo mundo hispanoamericano con profundo arraigo en el pueblo y en el clero. Este consenso fue determinante para que en 1854 el Papa Pío IX proclamara y definiera el dogma. La piedad popular ve reflejada en las apariciones de la Virgen una confirmación por ella misma de la verdad del dogma; antes de su proclamación por el Papa, en 1830 en París, la Virgen pide a Santa Catalina Laboré la impresión de una Medalla en la que se lee lo que es hoy una de las jaculatorias marianas más repetidas: "Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos"; y, posterior a la proclamación del dogma, en la aparición de Lourdes a Santa Bernardita en 1858, la Virgen le revela su nombre "Yo soy la Inmaculada Concepción", lo que se interpreta como una verdadera confirmación del dogma proclamado. 

12. Inmaculada Concepción quiere decir que en María todo es gracia desde el inicio y ella es testigo de que todo viene de Dios. Y que María corresponde a todo esto con absoluta libertad de amor, no manchada por el pecado. El Papa Pablo VI en la Exhortación "Marialis Cultus" afirma que esta santidad original de María es obra de la acción santificadora del Espíritu Santo. Los Santos Padres, a la luz del texto de Lc 1,35: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra", afirman que de la intervención del Espíritu Santo en María "brotó, como de un manantial, la plenitud de la gracia (Cf. Lc 1, 28) y la abundancia de dones que la adornaban: de ahí que atribuyeron al Espíritu la fe, la esperanza y la caridad que animaron el corazón de la Virgen, la fuerza que sostuvo la adhesión a la voluntad de Dios, el vigor que la sostuvo durante su 'compasión' a los pies de la Cruz" (n. 26). 

13. Por eso María, la mujer llena del Espíritu, es modelo de santidad para la Iglesia y para cada uno de los fieles en el orden de la fe, de la caridad y de la unión con Cristo (Cf. LG, n. 63). Ella creyó lo que le había dicho el Señor a través del ángel y se entregó a su misión de madre incondicionalmente; también el cristiano está llamado en la fe por el bautismo a una entrega generosa y desinteresada. Ella acudió presurosa para asistir en el parto a su prima Isabel en un gesto de profunda caridad; a imitación suya el cristiano acude en ayuda del hermano que lo necesita. Ella participó de la misión de su Hijo abrazando la espada del dolor; el discípulo de Cristo no puede serlo verdaderamente si no asume plenamente el sacrificio, si no carga la Cruz. Ella vivió el gozo de la resurrección de su Hijo y la efusión del Espíritu a la Iglesia en Pentecostés; el cristiano, a imitación de ella, con su vida y entrega testimonia con su fe y sus obras el gozo de la vida nueva y la presencia renovadora del Espíritu en la Iglesia y en su vida. Dice el Papa Juan Pablo II en su Carta Encíclica "Redemptoris Mater" que "para todo cristiano y para todo hombre, María es la primera que 'ha creído', y precisamente con esta fe suya de esposa y de madre quiere actuar sobre todos los que se entregan a ella como hijos. Y es sabido que cuanto más estos hijos perseveran en esta actitud y avanzan en la misma, tanto más María les acerca a la 'inescrutable riqueza de Cristo' (Ef 3, 8)" (n. 46). 

14. María, la plena de gracia, la bendita entre las mujeres, es, pues, modelo de santidad para todos, de manera especial en un mundo secularizado, que pretende cerrar los espacios a la fe. Ella es ejemplo de la mujer fuerte, valiente, entregada. Modelo de amor al trabajo y al servicio. Ejemplo de oración y de piedad. Modelo de esposa y madre, invita a los esposos a santificarse en la fidelidad. Para los jóvenes cristianos de hoy, inmersos en un mundo erotizado y hedonista, pero que anhelan altos ideales y albergan sueños de justicia, de verdad y de amor la doncella de Nazaret, pura en su pensar y en su actuar, es un estímulo para vivir una vida casta y de generosa entrega a Dios y a los demás. Y para la mujer que lucha por su dignidad, "al mirar a María, encuentra en ella el secreto para vivir dignamente su feminidad y para llevar a cabo su vedradera promoción. A la luz de María, la Iglesia lee en el rostro de la mujer los reflejos de una belleza, que es espejo de los más altos sentimientos, de que es capaz el corazón humano: la oblación total del amor, la fuerza que sabe resistir a los más grandes dolores, la fidelidad sin límites, la laboriosidad infatigable y la capacidad de conjurar la intuición penetrante con la palabra de apoyo y de estímulo" (RM, n. 46). 

Venezuela, tierra de la Inmaculada

15. Una de las devociones más arraigadas en la religiosidad mariana española desde tiempo inmemorial ha sido la de venerar a la Virgen María como Purísima o Inmaculada. En tierras de Andalucía cobró brillantez y expresión plástica y artística con las representaciones de las Inmaculadas. De allí pasó al Nuevo Mundo donde arraigó la devoción a la Purísima Concepción desde la primera hora, de modo que en Venezuela ha estado presente desde el inicio de la evangelización. La invocación a la Inmaculada estuvo presente en la fundación de ciudades y pueblos, en numerosos documentos civiles de la colonia, y por supuesto en no pocos papeles eclesiásticos. En el escudo de armas de Santiago de León de Caracas se lee la frase "Oh María sin pecado concebida" y en la Pontificia y Real Universidad de la misma ciudad, al igual que en las universidades europeas del medioevo, los titulados y profesores se juramentaban prometiendo defender esta doctrina. En la petición de elevación de Mérida a obispado por parte del Rey Carlos III al Papa, pone bajo su patronazgo la nueva circunscripción y en 1786, Fray Juan Ramos de Lora erigió la catedral bajo la advocación de la Inmaculada; es por tanto la Patrona de Mérida. En la guerra de Independencia, el prócer José Félix Ribas guió en la batalla de La Victoria a los jóvenes seminaristas y universitarios de Caracas bajo la enseña protectora de la Virgen Inmaculada y, después del triunfo, una de sus primeras resoluciones fue la celebración de una misa en su honor en la Catedral de Caracas. 

16.Emociona contemplar en el pincel de aquel misterioso pintor de El Tocuyo la bella imagen de la Purísima Concepción, la primera representación de la Virgen hecha en nuestra tierra en el siglo XVII. Antiguos y hermosos cánticos y aguinaldos venezolanos cantan loores a la Purísima. Desde la colonia hasta nuestros días el nombre, la devoción y las imágenes de la Inmaculada se han ido desparramando por toda la geografía nacional. En Venezuela existen, algunas de ellas fundadas antes de la proclamación del dogma, treinta y siete parroquias dedicadas a la Inmaculada Concepción. Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, movimientos, han difundido a lo largo y ancho del país la veneración a la Inmaculada. Cartas pastorales, congresos marianos y escritos diversos han enseñado al pueblo el sentido de esta doctrina. Nuestra Patria es también tierra de la Inmaculada.

La celebración del sesquicentenario

17. De modo, pues, que el sesquicentenario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción debe ser una ocasión propicia para que los católicos conozcamos mejor su significado y aumente así nuestro amor a la Santísima Virgen María, expresado en un culto auténtico según las líneas pastorales trazadas por el Concilio Vaticano II y el magisterio de los papas e insertada en la genuina piedad del pueblo. Por eso exhortamos a organizar en las diócesis y parroquias celebraciones y actividades que resalten el significado de este dogma y ayuden a conocerlo mejor y vivirlo en la liturgia y en la vida como expresión de amor verdadero a la Madre de Dios. Algunas de esas actividades podrían ser, por ejemplo, la organización de congresos marianos diocesanos sobre el tema; las predicaciones de las celebraciones dedicadas a la Virgen María, en cualesquiera de sus advocaciones, durante todo el año 2005, deben aprovecharse para instruir al pueblo cristiano en tan importante doctrina. Sería útil la publicación de folletos y otros materiales impresos con exposiciones sencillas del dogma y su significado. En la catequesis de niños y adultos inclúyase una referencia explicativa del sentido de esta verdad revelada. Los seminarios y las universidades católicas organicen jornadas de estudios sobre el tema. También podrían realizarse exposiciones artísticas e iconográficas sobre la Inmaculada Concepción y cualquier otro tipo de celebración o actividad que ayude a la difusión y comprensión de esta devoción y de su doctrina. Y para mostrar a María como modelo de caridad prográmense actividades que expresen la solidaridad con los más pobres, como por ejemplo, asistencia a madres solteras, niñas de la calle, ancianas y enfermas abandonadas. 

18. Algunas celebraciones y actividades podrían realizarse en concordancia con las programadas para el Año de la Eucaristía, teniendo en cuenta la relación de María con tan admirable Sacramento. En la Eucaristía está presente el verdadero cuerpo de Cristo, nacido de María Virgen. El Papa Juan Pablo II afirma que "la piedad del pueblo cristiano ha visto siempre un profundo vínculo entre la devoción a la Santísima Virgen y el culto a la Eucaristía (...). María guía a los fieles a la Eucaristía" (RM, n. 44). En la Encíclica "Ecclesia de Eucaristía" el Santo Padre amplía y profundiza estas consideraciones. Igualmente la celebración del Año de las Vocaciones debe resaltar la figura de María como modelo de respuesta generosa e incondicional a la llamada de Dios, pues ella es la persona humana que "mejor que nadie ha correspondido a la vocación de Dios (...). Con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen Santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones y de la vida sacerdotal en la Iglesia" (JUAN PABLO II, Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, n. 81). 

Invocación

19. A María, "pureza inmaculada, espejo del Señor, fuente de la gracia, unida al Redentor" (Himno de Laudes), encomendamos este año que comienza bajo el signo de su Inmaculada Concepción, para que bajo su maternal protección la Iglesia en Venezuela pueda mostrar el rostro de Cristo, bajo el impulso renovador del Espíritu Santo, con la feliz conclusión del Concilio Plenario.

Con nuestro afecto y bendición,

Arzobispos y Obispos de Venezuela.

Caracas, 12 de enero de 2005.