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El "sí" a las promesas de Dios
† Felipe Bacarreza Rodríguez. Obispo Auxiliar de Concepción
Homilia. Domingo 18 diciembre
2005
Lc 1,26-38
En el Antiguo Testamento el pueblo de Israel vive en la esperanza de
que se cumpliría la promesa hecha por Dios de que le enviaría un rey
como David que vendría a liberar al pueblo y a darle la paz. Esa
esperanza está alimentada por las profecías que el pueblo leía
sábado a sábado en la sinagoga. Tal vez la formulación más antigua y
explícita de esa promesa es la que Dios manda decir al mismo David
por boca del profeta Natán: "El Señor te comunica que te dará una
dinastía. Y, cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus
padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus
entrañas, y consolidaré su realeza. Yo seré para él padre, y él será
para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán para siempre en mi
presencia; tu trono permanecerá para siempre" (2Sam 7,11-16).
No podía ignorar esta profecía la joven de Nazaret que el
evangelista Lucas describe así: "Virgen esposa de un hombre de la
casa de David llamado José". Es esposa de un descendiente de David.
Pero el evangelista, al decirnos su nombre, insiste en su condición
de virgen: "El nombre de la virgen era María".
A esta virgen de Nazaret, el ángel Gabriel, enviado por Dios, le
anuncia: "Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le
pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo,
el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la
casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin". No pudo
ignorar María la identidad del hijo que se le anunciaba, pues el
ángel reproduce la profecía de Natán. La primera condición
fundamental ya está dada: su esposo José es descendiente de David.
El resto lo hará Dios, como lo hizo con David: "El Señor Dios le
dará el trono de David, su padre".
Nos asombramos de que María no responda inmediatamente diciendo: "Hagase
en mí según tu palabra", sino que pide una aclaración: "Cómo será
esto, pues no conozco varón". Equivale a decir: "Soy virgen". Ya
hemos dicho que ella es una "virgen esposa"; y esto quiere decir que
también José es "virgen esposo"; y esto no puede ser sino porque
ambos viven la virginidad como un llamado de Dios, es decir, también
como "palabra de Dios" para ellos. Por eso María no puede responder
inmediatamente: "Hagase en mí según tu palabra". Es palabra de Dios
que ella conciba en el vientre un hijo, y es palabra de Dios que
ella permanezca virgen. ¿Cuál de estas palabras debe hacerse?
Esto es lo que el ángel le aclara. Por virtud del Espíritu Santo,
ambas palabras de Dios deben hacerse en ella, es decir, ella será
una madre virgen: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del
Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el nacido santo será
llamado Hijo de Dios". Nace santo porque concebido por obra del
Espíritu Santo en una Virgen santa e inmaculada, sin concurso de
varón. Oída esta aclaración, la virgen no duda en el poder del
Espíritu Santo y ahora sí que asiente sin reservas a la palabra de
Dios: "He aquí la esclava del Señor; hagase en mí según tu palabra".
El niño que iba a nacer Dios mismo lo encomendó a José como hijo.
Por eso, aunque no es su hijo biológico, es sin embargo, su hijo
verdadero y, por tanto, también "hijo de David". "Todas las promesas
de Dios han tenido su 'sí' en él" (2Cor 1,20).
† Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo Auxiliar de Concepción
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