Vieron a María y a José, y al niño

+ Felipe Bacarreza Rodríguez. Obispo de Santa María de Los Ángeles

 

Homilia. Domingo 24 diciembre 2006

Lc 1, 39-45

El Evangelio de este domingo nos relata la visita de la Virgen María a su pariente Isabel. Es un episodio previo al gran acontecimiento del nacimiento del Hijo de Dios en este mundo que celebraremos esta noche. En efecto, cuando Isabel recibe la visita de María, ésta acaba de recibir el anuncio del ángel Gabriel: “Concebirás en el seno darás a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo”.

Isabel, inspirada por el Espíritu Santo, responde al saludo de María bendiciendola así: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que venga a verme la madre de mi Señor?”. Isabel sabe que María es la más bendecida de todas las mujeres, y también de todos los hombres, con excepción del mismo fruto de su vientre; Isabel sabe que María es la madre de Aquel a quien los judíos llaman “Adonai”, “mi Señor”, es decir, que ella es Madre de Dios. Por eso la anciana saluda a la joven con respeto y no se siente digna de ser visitada por ella.

Isabel agrega lo que ha hecho posible todo esto: “Dichosa la que ha creído, porque lo que le ha sido dicho de parte del Señor se cumplirá”. La bienaventuranza se extiende sólo a la primera frase: “Bienaventurada la que ha creído”. El resto es una afirmación de Isabel, que es obvia, por lo demás: Dios es omnipotente y lo que Él dice se cumple.

El verbo creer en griego, que es la lengua del Nuevo Testamento, y también en latín, tiene tres significados, según el complemento que tenga. La bienaventuranza dirigida a María no tiene complemento. Tenemos que tratar de entender, entonces, en qué sentido ella cree.

“Credere Deum” es la expresión de fe más elemental. Significa creer que Dios existe. Menos que esto ya es necedad, como dice el Salmo 53: “El necio dice en su corazón: ‘¡No hay Dios!’” (Sal 53,2). La epístola de Santiago considera que no hay mucho mérito en creer esto: “¿Tú crees que hay un solo Dios? Haces bien. También los demonios lo creen y tiemblan” (Sant 2,19). La existencia de Dios se puede probar por la razón natural, como lo hace Santo Tomás por cinco vías.

Un paso más se da cuando alguien dice: “Credo Deo”. Esto quiere decir: “Le creo a Dios”, es decir, creo que es verdad lo que Dios ha revelado. Esta fe es la que faltó a Eva que creyó más a la serpiente que a Dios. Dios le había dicho respecto del árbol de la ciencia del bien y del mal: “No comáis de él, ni lo toquéis, so pena de muerte”. Pero la serpiente le dijo: “De ninguna manera moriréis... se os abrirán los ojos y seréis como dioses” (Gen 3,3.4.5). Nosotros tenemos los mandamientos de la ley de Dios; pero muchos no le creen a Dios que cumpliendolos alcanzaremos la felicidad.

El grado mayor de fe expresa en la fórmula: “Credo in Deum”, que es la que profesamos en el Credo. Esta expresa la confianza total en Dios y el abandono a su voluntad. Esta es la fe de María. Ella la expresa así: “Hagase en mí según tu palabra”. Se abandona al plan de Dios completamente, sin poner ninguna condición. Esta fe la profesan pocos. Se trata de estar disponible a lo que Dios nos pida. En este sentido María es “la que creyó”. Ella siguió confiando en Dios, incluso cuando ve nacer a su Hijo divino pobre y en un pesebre, como lo contemplaremos en estos días santos de Navidad.

† Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Santa María de Los Ángeles