María, evangelio vivido.

Carta Pastoral de los Obispos de las Diócesis de Aragón, 31 de mayo de 1998

 

Queridos cristianos de las Diócesis de Aragón, hermanos nuestros: 

Os escribimos esta carta con motivo de los próximos Congresos, Mariológico y Mariano, que celebraremos en la Ciudad de Zaragoza, junto al Pilar de la Virgen, el próximo mes de Septiembre. 

Os escribimos a vosotros, padres, abuelos, ancianos, porque la Virgen María, la madre del Señor, os ha acompañado, desde siempre, en todos los avatares del camino de la vida y de la fe. 

Os escribimos a vosotros, jóvenes cristianos, porque la aventura creyente de la Virgen María, la libre esclava del Señor, es un modelo fascinante para todos. 

Os escribimos también unas líneas a vosotros, niños, porque la historia de María, la niña escogida por Dios, puede ayudaros a crecer en la alegría de confiar siempre en el Dios vivo. 

Os escribimos a vosotros, religiosos, religiosas, monjes, monjas y seglares consagrados, para seguir animando vuestra fe, vivida radiantemente en los consejos evangélicos, como María: virgen, pobre y obediente. 

Os escribimos a vosotros, presbíteros y diáconos, porque está especialmente en vuestras manos y en vuestra colaboración, la posibilidad de hacer del próximo Congreso Mariano y de la Peregrinación al Pilar, un tiempo fecundo de gracia para todo el pueblo santo de Dios. 

Os escribimos a vosotros, misioneros y misioneras de Aragón que, lejos de la tierra donde creció vuestra fe, entregáis generosamente el Evangelio, como María nos entregó a su Hijo. 

También a vosotros, hombres y mujeres de buena voluntad, que buscáis dar sentido a vuestra vida ayudando a los demás y trabajando por un mundo más humano, también a vosotros os dirigimos estas palabras en la confianza de ser escuchados.

ANTE EL TERCER MILENIO 

Juan Pablo II, en su Carta Apostólica "En el umbral del Tercer Milenio "(T.M.A.), ha ofrecido a los católicos de la Iglesia universal un camino de preparación para que este acontecimiento tan singular produzca como fruto, sobre todo, el fortalecimiento de la fe y del testimonio de los cristianos (T.M.A.42). A este propósito nos dice el Papa: "María, dedicada constantemente a su Divino Hijo, se propone a todos los cristianos como modelo de fe vivida" (T.M.A.43). 

La Iglesia en España, dentro de la preparación para el Jubileo del Año 2.000 va a celebrar, en la ciudad de Zaragoza, dos Congresos en torno a María: 

El Congreso Mariológico, para teólogos y especialistas (del 8 al 10 de Septiembre). 

Y el Congreso Mariano Nacional, pensado para los distintos miembros del Pueblo de Dios (del 10 al 13 de Septiembre). 

Este Congreso Mariano Nacional pretendemos que sea: 

Pastoral o animador de la fe del Pueblo cristiano, sobre todo a través de la imitación de María. 

Celebrativo, con el fin de incrementar nuestra comunión en la fe y en la caridad y para alabar gozosamente a Dios y agradecerle el don supremo que es Jesucristo, Verbo de Dios, pero que es hombre verdadero gracias al sí de María. 

Orante, para que imitando a María, descubramos el valor de la oración y acojamos, como Ella, la Palabra de Dios para meditarla en nuestro corazón, dejándonos transformar por ella. 

Eclesial, puesto que vivimos nuestra fe, nuestra devoción a María y toda nuestra existencia cristiana en el seno de la Iglesia. El Congreso Mariano ha de ayudamos a conocer más el Misterio de la Iglesia y a reavivar nuestra condición de miembros vivos en ella. 

Misionero, porque hemos de descubrir en María la dimensión misionera de todo cristiano ya que Ella fue la mujer elegida por Dios para ser la Madre que nos diera a Jesús como Salvador del mundo. 

ARAGÓN, UN PUEBLO QUE, A TRAVÉS DE LOS SIGLOS, AMA A MARÍA 

Las comunidades cristianas de Aragón, a través de los siglos, se han sentido amadas y ayudadas por la solicitud maternal de Santa María, y han mostrado siempre un amor ferviente y una constante devoción a María, la Virgen Madre. María ha sido y es conocida, amada, honrada e invocada por todos los cristianos. Aragón, en la entraña más profunda de su historia, es un pueblo marcado por la devoción a María, bajo la advocación de Virgen del Pilar, de la que tenemos constancia documental al menos desde finales del siglo XIII. 

Y junto a esta devoción a la Virgen del Pilar, el Espíritu del Señor ha querido congregar a cada pueblo de nuestra tierra, a cada comunidad cristiana y a cada uno de sus hijos, como en Pentecostés, en torno a María la Madre del Señor, bajo distintas advocaciones y nombres de María. Pero la que ocupa un lugar de honor, como devoción que une a todos los cristianos aragoneses, indudablemente es la Virgen del Pilar. Devoción que, a su vez, se extiende desde Aragón, a todos los pueblos de Europa y de Latinoamérica. 

Al Santuario del Pilar de Zaragoza, en una incesante peregrinación, acuden innumerables devotos de todas las latitudes "a ver a la Virgen", a rezarle y a besar su columna. 

LA DEVOCIÓN A MARÍA, CAMINO PARA NUESTRA RENOVACIÓN CRISTIANA 

Nos dice Juan Pablo II: "La afirmación de la centralidad de Cristo, no puede ser separada del reconocimiento del papel desempeñado por su Santísima Madre. Su culto, aunque valioso, de ninguna manera debe menoscabar la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador" (T.M.A.43). Cristo es el centro, objeto y fundamento de nuestra fe. Es el único Mediador: el Camino para volver a Dios, la Verdad que nos revela el misterio de Dios, y la Vida en plenitud que Dios nos regala en su cuerpo muerto y resucitado. María es siempre camino que conduce y nos muestra a Jesús, fruto bendito de su vientre. María, la Madre de Cristo no deja de decirnos: "Haced lo que Él os diga" (Jn. 2,5). 

La devoción a María revela su autenticidad cuando realmente nos conduce a la fe en Cristo y cuando descubrimos en Ella, la primera discípula, el modelo perfecto de imitación y seguimiento de Jesús. 

El cristiano que celebra las fiestas de la Virgen, a la que ama y reza, pero no acaba de hacer de Jesucristo el centro de su vida y de su fe, necesita descubrir a ese Hijo que tantas imágenes suyas nos muestran en sus brazos. 

El cristiano que, atraído por María, no percibe la necesidad de los Sacramentos, sobre todo el de la Reconciliación y la Eucaristía; que no tiene inquietud por incorporarse a la Comunidad cristiana en la celebración del Domingo, día del Señor Resucitado, debe reconocer que su devoción a María es todavía incipiente, porque no acaba de llegar al encuentro personal con Jesucristo, sentido definitivo de la devoción a la Virgen. 

En la Nueva Evangelización de nuestro pueblo, que debemos afrontar con nuevo ardor, nuevo lenguaje y nuevos métodos, no podemos desaprovechar el precioso tesoro de la devoción popular y sencilla a la Virgen María. Quizás nuestro pueblo no sepa mucha teología pero sí sabe amar a la Madre del Señor, venerarla entrañablemente y acudir a Ella en sus alegrías y en sus penas. 

En el reto de la Nueva Evangelización, debemos todos redescubrir a María como lugar de encuentro con Dios y con los hermanos. Madre del Hijo, nos acerca a Jesús. Madre nuestra, nos une a todos. Hija del Padre, la convierte en hermana nuestra. Mujer de este mundo, primera discípula, la hace cercana a nosotros. Amada del Espíritu Santo, Arca de la nueva alianza, hacen de ella figura ejemplar de los bautizados en Cristo, que acogen y guardan la Palabra, el Evangelio de la salvación. Su destino es también el nuestro. 

MARÍA, MODELO DE FIRMEZA EN LA FE 

"María, dedicada constantemente a su divino Hijo, se propone a todos los cristianos como modelo de fe vivida" (T.M.A.43). 

Como su prima Isabel le decimos: "Dichosa tú que has creído" (Lc 1, 45). Ella creyó y confió siempre en Dios. Toda su existencia en este mundo estuvo unida a Dios, nuestro Salvador, con la firmeza indestructible de su fe. Una fe que se expresaba siempre en una actitud de permanente disponibilidad ante los designios de Dios: "Aquí está la esclava del Señor. Hágase en mí según tu Palabra" (Lc 1, 38) 

La cultura en la que estamos inmersos no da respuesta a las aspiraciones profundas del corazón del hombre, a la necesidad de valores permanentes, al deseo del Absoluto de Dios, Bondad, Belleza, y Verdad supremas. Se valora solamente lo que está al alcance de la razón y lo que puede ser percibido por los sentidos. Este clima cultural, este modo de pensar y vivir, hacen que hayan dejado de brillar realidades y tesoros tan hermosos como la lectura y meditación de la Palabra de Dios, la oración en sus diversas formas, la celebración frecuente de los sacramentos, la atención a las enseñanzas de los pastores de la Iglesia, la unanimidad en acoger y anunciar con gozo el misterio de la fe que recibimos en el seno de la Iglesia. El cristiano autént ico agradece incesantemente el don de la fe, no solo con palabras sino con su propia existencia, cultivando, celebrando, y testimoniando, como María, "estas cosas que Dios ha revelado a los pequeños" (Mt 11,25). Cuando Dios deja de iluminar nuestra vida comienzan a ser más importantes las cosas que las personas; el otro deja de ser prójimo, hermano y amigo; crece el materialismo y el individualismo, haciendo más conflictivo y doloroso el ambiente social, especialmente para los más pobres y pequeños. 

A ejemplo de María, firme en la fe, vemos necesario reavivar el rescoldo que sigue encendido en el corazón de nuestro pueblo y como Pablo a Timoteo os decimos: "reaviva el rescoldo de tu fe" (2 Tim 1,6). 

MARÍA, MODELO DE SEGURIDAD EN LA ESPERANZA 

"María, que concibió al Verbo encarnado por obra del Espíritu Santo y se dejó guiar después en toda su existencia por su acción interior, será contemplada e imitada sobre todo como la mujer dócil a la voz del Espíritu, "mujer del silencio y de la escucha, mujer de esperanza que supo acoger como Abrahám la voluntad de Dios "esperando contra toda esperanza" (Rom 4,18) (T.M.A. 48). 

La fe madura en el sufrimiento. En la hora de la Pasión, la Hora de la Cruz, María, culminando la trayectoria de lo que había sido toda su vida, permanece fiel y obediente a los planes del Padre, sostenida por el Espíritu Santo, unida a su Hijo en comunión indecible de amor, dolor y esperanza. 

La fe, ante las situaciones dolorosas, ante los límites de la existencia, ante lo que no comprendemos, da el salto de confiar siempre en Dios, de esperar en Él contra toda evidencia: la fe verdadera, ante el misterio del sufrimiento, se transforma en esperanza viva. 

En la carne virginal de María se cumplen de manera privilegiada las palabras de Pablo: "completo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo" (Col 1,24). Todos los cristianos estamos llamados a vivir en nuestra existencia este misterio de la Cruz. De un modo también singular, como María, lo vivís vosotros, hermanos enfermos. Vuestro sufrimiento también puede tener un enorme valor redentor, si lo ofrecéis en el altar de la Cruz, si lo aceptáis en fe y obediencia como la Virgen María. Ella, junto a la Cruz, resplandece de modo admirable como la cristiana singularmente unida a Jesucristo, su Hijo, nuestro Redentor. 

En María, al pie de la Cruz, reconocemos con especial claridad el valor inestimable de la esperanza. En su permanecer " de pie" encontramos el ejemplo y la llamada a confiar en Dios, a crecer en esperanza, aceptando las cruces que la vida nos presenta y viviéndolas de pie, en la fe, sin derrumbarnos. María en el monte Calvario confía como Abrahán en el monte Moriá: "Dios proveerá" (Gn 22,8). 

La Pascua de Jesucristo ilumina todo dolor, toda tribulación, toda Cruz. 

Pero entre nosotros hay señales palpables de desánimo y desesperanza. Parece que algunos han llegado a la conclusión de que no se puede hacer nada y que no merece la pena trabajar y esforzarse por una vida nueva y un mundo nuevo. Y las voces que llaman a vivir el Evangelio, en esta situación, parecen voces que predican en el desierto. 

Acaso por estas y otras razones, son numerosas las personas que esquivan los compromisos en la Iglesia y en el mundo y se cobijan en una actitud de indiferencia e individualismo al margen del devenir de la vida. 

María, sin embargo, es la mujer que espera en Dios, también cuando fallan los fundamentos humanos para la esperanza. Confió tan plenamente en Dios respondiendo a la llamada divina, que llegó a ser la Madre de Dios por obra y gracia del Espíritu Santo. Supo esperar en Dios incluso cuando el Hijo moría en la cruz, abandonado de todos, víctima de la más terrible de las injusticias y cuando parecía que las promesas de salvación, en vez de cumplirse, se desvanecían definitivamente. 

La luz de Cristo Resucitado, vida eterna más allá de la muerte, ilumina siempre toda oscuridad de la existencia humana. La esperanza atraviesa el espesor de las tinieblas y llega a penetrar en las moradas eternas, en el Santuario de la Trinidad. Allí se halla, en cuerpo y alma, la Virgen María, donde nos ha precedido como la primera cristiana salvada, como la Nueva Eva. Hacia allí peregrinamos, superando el cansancio, el fracaso, el pecado, la muerte. 

Hemos de examinar si nuestras desesperanzas y desilusiones tienen como una de sus principales causas nuestra falta de unión con Dios, de fe viva en El, de fidelidad a nuestros compromisos bautismales, sacerdotales o de consagrados, que un día aceptamos, llenos de gozo, apoyados en la fuerza de Dios. 

El discípulo de Jesús, como María, primera discípula, escucha y guarda la Palabra de Dios, renueva cada día las opciones fundamentales de su vocación, vive en la certeza de que Dios está por encima de todo y descubre que la Cruz es el camino elegido por Dios para llegar a la Resurrección. 

Miremos a María, que "resplandece como modelo para quienes se fían con todo el corazón de las promesas de Dios" (T.M.A. 48). 

"La actitud fundamental de la esperanza, de una parte, mueve al cristiano a no perder de vista la meta final que da sentido y valor a su entera existencia y, de otra, le ofrece motivaciones sólidas y profundas para el esfuerzo cotidiano en la transformación de la realidad para hacerla conforme al proyecto de Dios." (T.M.A. 46). 

Santa María, la Virgen de los Dolores, conoce en su propio corazón los sufrimientos y dificultades de la condición humana, que ella vivió con esperanza en la noche luminosa de la fe. Por ello es, como nuestro pueblo la ha invocado siempre, Consuelo de los afligidos, Auxilio de los cristianos, Salud de los enfermos, Vida, Dulzura y Esperanza nuestra. 

Os animamos a todos vosotros, hermanos nuestros, a seguir contemplando a María junto a la Cruz, modelo de esperanza, y a seguir invocándola con esos nombres tan entrañables con los que la ha invocado secularmente la tradición viva de la Iglesia. 

MARÍA, MODELO DE CONSTANCIA EN EL AMOR 

"El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado". María ha vivido a la sombra del Espíritu durante toda su vida. Este amor, que llenó su corazón, le dio una mirada nueva ante la realidad. Nada humano le fue le fue extraño. Todo lo miró y lo vivió desde la mirada de Dios sobre ella, la humilde esclava del Señor. Como sierva tuvo siempre la mirada atenta y humilde de quien desea servir. Su actitud en Caná revela cómo está atenta a los problemas de las personas