Mes de Mayo, Mes de María



Mons. Lázaro Pérez Jiménez

Obispo de la Diócesis de Celaya, México

 

 

Personalmente no puedo olvidar ese tiempo que fue determinante en mi devoción a la Virgen María y, en ocasiones, me pregunto si mi madre, que no sabía teología, pudo influir en mi devoción mariana más que los libros que he leído a lo largo de mi ministerio sacerdotal. 

Mes de Mayo, Mes de María

Es un hecho sabido por los católico que existe la tradición de considerar el mes de Mayo como especialmente dedicado a la Santísima Virgen María. Aunque no es del todo conocido el verdadero origen de tal tradición, lo cierto es que desde nuestra infancia, nuestras madres nos supieron inculcar que durante los treinta y un días del mes debíamos presentarnos por las tardes a los templos con el fin de ofrecer las mejores flores de nuestros jardines a la Madre de Dios. 

Personalmente no puedo olvidar ese tiempo que fue determinante en mi devoción a la Virgen María y, en ocasiones, me pregunto si mi madre, que no sabía teología, pudo influir en mi devoción mariana más que los libros que he leído a lo largo de mi ministerio sacerdotal.

Ahora he podido constatar con mucha tristeza que la tradición del ofrecimiento de flores del mes de mayo ha quedado circunscrita a unas cuantas iglesias y prácticamente olvidada en las demás. No me refiero a la diócesis de Celaya, sino veo el hecho como un fenómeno universal.

Esto de ninguna manera significa que la devoción a María haya desaparecido por completo ya que no se estaría hablando con la verdad; la religiosidad popular, tan arraigada en nuestros pueblos, lleva en su interior y en sus expresiones exteriores un profundo amor por la Madre de Jesús y quien observa sin prejuicios su práctica comprende que lo que se pone de relieve es una manifestación de fe auténtica a la que quizá le falte más evangelización, como lo pidió hace veinticinco años el Documento de Puebla. Es de tal trascendencia la devoción mariana que de hecho en algunos lugares ha sido ésta la que ha permitido a la Iglesia hacerse presente no obstante los embates de las sectas y la falta de ministros ordenados.

En la historia de la Iglesia se ha podido demostrar que algunas devociones que ejercieron una influencia notable en la vida cristiana, con el correr de los años fueron despareciendo por motivos de diversa índole. Lo interesante es que en la medida en que iban desapareciendo, eran sustituidas por otras que permitían mantener los valores de la experiencia anterior y cuando la sustitución no se dio, la vida cristiana se vio afectada en parte.

Debemos tomar conciencia de que la devoción a la Virgen no se reduce a las flores del mes de mayo, ni a determinada práctica en particular, pero es un hecho de que mi experiencia, de la que hablé al inicio, podrían compartirla conmigo miles de católicos que contemplan su infancia con cierta nostalgia, seguros de que su amor a la Madre del Cielo surgió de aquellos días imborrables. 

Podría pensarse quizá que lo que digo es un intento por recuperar lo perdido. Si así fuera, le daría gracias a Dios de poderlo lograr, pero no es mi primer deseo. Quiero señalar en concreto que un buen católico no puede prescindir de la devoción mariana y que más allá de los sentimientos propios de un hijo para con su madre, en el caso de María nos encontramos ante el misterio de la voluntad salvífica de Dios que por pura gratuidad eligió desde la eternidad a María para hacerla Madre de su Hijo y que Jesús, desde el suplicio de la cruz, nos la quiso regalar, en la persona del discípulo amado, como Madre de los Creyentes en su Hijo.

En esta visión, la fe nos lleva más allá de los sentimientos y nos sitúa ante una mujer modelo de vida cristiana en quien descubrimos la forma exacta de seguir a Jesús y vivir de acuerdo al Evangelio del Reino que es de justicia, de paz y de amor.
Que cada día crezca más nuestro amor por la Madre de Jesús, presente en la Eucaristía, Salvador universal de todos lo hombres.