Coronación de la Imagen de Nuestra Señora de la Soledad (Homilía)

Mons. Jesús Catalá Ibáñez, Obispo de Alcalá de Henares

 

(Catedral Magistral, 30 Septiembre 2000)

Jn 19, 25-27
1. "¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? ¿La aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? (...). En todo esto vencemos fácilmente por Aquel que nos ha amado" (Rm 8, 35-37). Palabras que hemos escuchado de la Carta a los Romanos. 

2. La Virgen María puso toda su vida en manos de Dios. Contemplemos a María. Ella ha vencido todas las situaciones difíciles; las ha vencido por Aquél, que nos ha amado. No debió ser fácil para Ella aceptar la maternidad, sin embargo, dio su consentimiento al plan divino, respondiéndole al Ángel: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38). No le resultó fácil el nacimiento de su Hijo, fuera de casa y sin los apoyos de la familia y los amigos, en la soledad de Belén. Como dice el texto de Lucas: "Y sucedió que mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento" (Lc 2, 6-7). Ni tampoco le resultaría fácil tener que huir a Egipto (cf. Mt 2, 13-15) por salvar la vida de su hijo. 

3. Durante la vida pública de Jesús, María tuvo que oír que su hijo no estaba en sus cabales (cf. Jn 10, 20). Progresando en su camino de fe, María tuvo que aceptar la injusticia de la condena a muerte de su Hijo (cf. Jn 19, 4-16) y el sufrimiento de la pasión y la Cruz. Pero ella, escuchando y guardando en su corazón la palabra de Dios (cf. Lc 2, 19), permaneció unida fielmente a su Hijo en la cruz (cf. Jn 19, 25). Y también perseveró con los apóstoles en la oración (cf. Hch 1, 14), como nos dice el Libro de los Hechos. 

4. En todo instante de su vida la Virgen María se apoyó en su Hijo, manteniendo su fe en Él, cuando los demás le abandonaban; poniendo su confianza en Él, cuando los otros desconfiaban; siéndole fiel, cuando otros le traicionaban. Nuestra Señora de la Soledad ha vivido muchos momentos de su vida con el corazón desgarrado, pero ha vivido siempre con la esperanza puesta en Dios. Ha sabido hacer suyas las palabras del Salmo: "Me cercaban olas mortales, torrentes destructores me aterraban, me envolvían las redes del abismo, me alcanzaban los lazos de la muerte. En el peligro invoqué al Señor, grité a mi Dios. Desde su templo, Él escuchó mi voz y mi grito llegó a sus oídos. Me acosaban en el día funesto, pero el Señor fue mi apoyo; me sacó a un lugar espacioso. Me libró porque me amaba" (Sal 18, 5-7.19-20). 

María ha experimentado en su propia vida que el amor de Dios, como dice San Pablo, es mucho más fuerte que toda adversidad: "Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida; ni ángeles, ni principados; ni presente, ni futuro; ni potencias, ni altura, ni profundidad; ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Rm 8, 38-39). Estimados cofrades de la Hermandad de Nuestra Señora de la Soledad, estimados cofrades de las demás Hermandades, estimados hijos de Alcalá, ¡qué gran lección nos da Nuestra Señora de la Soledad, que ha sabido meditar en el silencio de su corazón (cf. Lc 2, 19) cada uno de los momentos de su existencia! Siempre apoyada en Dios y confiando en Él. 

5. Hemos escuchado en el evangelio de Juan, el relato de María junto a la cruz: "Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su Madre: 'Mujer, ahí tienes a tu Hijo'. Luego dijo al discípulo: 'Ahí tienes a tu Madre'. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa" (Jn 19, 26-27). María, junto a la cruz de su Hijo, y por voluntad de éste, se convierte en Madre de todos los hombres; María se convierte en Madre nuestra, Madre de cada uno de nosotros, Madre de todos los hijos, que la invocan y la aman filialmente. En el prefacio de la misa daremos gracias a Dios por la maternidad de María, diciendo: "Ella es la misteriosa Madre de Sión, que recibe con amor materno a los hombres dispersos, reunidos por la muerte de Cristo" (cf. Congregación para el Culto Divino, Misas de la Virgen María, I. Misal, N. 11). 

6. María está cerca de los necesitados ¿Quién es Cristo, clavado en la cruz? En la cruz, Jesús es un ajusticiado, es un malhechor; ella está en silencio y soledad junto a su Hijo y ella continúa estando hoy en silencio y en soledad, en silencio maternal, junto a todos los que sufren y junto a cada uno de nosotros. En la oración colecta, al inicio de la misa, hemos pedido a Dios que nos ayude a estar, como la Virgen, junto a los pobres y necesitados, junto a los que sufren. Le hemos dicho a Dios: "Concédenos que, a imitación de la Virgen María, la Virgen Madre Dolorosa, que estuvo junto a la cruz de su Hijo moribundo, permanezcamos nosotros junto a los hermanos que sufren, para darles consuelo y amor". 

7. La Hermandad y Cofradía de Ntra. Sra. de la Soledad adquiere hoy, en el día de la coronación de la imagen que venera, un firme compromiso: Prolongar la maternidad de Ntra. Sra. de la Soledad entre los cofrades, en primer lugar, y también entre todos los hombres. Os corresponde ahora a vosotros, estimados cofrades, concretar esa maternidad en acciones de atención a los pobres, a los necesitados y a los que sufren, al igual que ella supo estar junto a su Hijo, el ajusticiado que murió en la cruz. 

8. Hoy, estimados hermanos, vamos a llevar a cabo la coronación canónica de la imagen de Ntra. Sra. de la Soledad. María tiene muchos títulos y motivos para ser coronada como reina nuestra. María es madre del Señor. El ángel anunció a María con palabras proféticas, refiriéndose a Jesús: "Será grande; se llamará Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su Padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin" (Lc 1, 32-33). E Isabel, su prima, llena del Espíritu Santo, saludó a la Virgen María, que llevaba a Cristo en su seno, como la Madre de mi Señor (cf. Lc 1, 41-43). María es colaboradora augusta del redentor. 

La Santísima Virgen, como nueva Eva, por designio eterno de Dios tuvo una relevante participación en la obra salvadora de Jesús. Ntra. Sra. de la Soledad, con su dolor y su silencio, se unió a la acción redentora de Jesucristo, el nuevo Adán, que nos redimió y nos adquirió para sí, no con oro, ni plata efímeros, sino a precio de su sangre (cf. 1 Pe 1, 18-19), e hizo de nosotros un Reino para nuestro Dios (cf. Ap 5, 10). María es además miembro eminente de la Iglesia. Ella es la persona más cualificada, la expresión más perfecta, la representación más insigne y la figura más dotada de la Iglesia; así hablaba el Papa Pablo VI a los padres conciliares, reunidos en Roma en el Concilio Vaticano II (cf. Pablo VI, Alocución a los Padres conciliares al final de la tercera sesión del Concilio Vaticano II (21.XI.1964): AAS 56 (1964) 1014). 

Por el singular ministerio a ella encomendado para con Cristo y todos los miembros de su cuerpo místico, como también por la riqueza de virtudes y la plenitud de su gracia, María sobresale entre la estirpe elegida, en el sacerdocio real, en la nación santa, que es la Iglesia. Por ello es invocada como Señora de los hombres y Reina de los ángeles y de todos los santos. María intensificando su amor a Dios, se hizo digna, de modo eminente: de la "corona de justicia", que el Señor, justo juez, entrega (cf. 2 Tm 4, 8); de «la corona de la vida, que ha prometido el Señor a los que le aman» (St 1, 12); de «la corona de gloria, que no se marchita» (1 Pe 5, 4), prometida a los fieles discípulos de Cristo. Por ello, «terminado el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial y ensalzada por el Señor como Reina del universo, para que se asemejara más plenamente a su Hijo, Señor de señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte» (LG 59). 

9. La Santísima Virgen María, estimados hermanos, merece ser coronada como Reina y Señora nuestra en este Año Jubilar, en el que celebramos el bimilenario del nacimiento de Jesucristo y de su obra redentora en favor de todos los hombres. De este modo nos unimos al deseo del Santo Padre, el Papa Juan Pablo II, de celebrar el año jubilar de la encarnación del Verbo de Dios en las entrañas de María, para unirnos así a la alegría jubilar, que "no sería completa si la mirada no se dirigiese a aquélla que, obedeciendo totalmente al Padre, engendró en nosotros en la carne al Hijos de Dios" (Incarnationis mysterium, 14).

10. La coronación canónica de la imagen de Ntra. Sra. de la Soledad es pues, hoy, un motivo importante de alegría en este Año Jubilar. Coronamos a María como Reina nuestra. La advocación con la que la llamamos, la invocamos o la honramos pasa a un segundo lugar. Nuestra ciudad de Alcalá se honra en este Año Jubilar de coronar una imagen de María, que es nuestra madre. Ella debe, como decía el Papa, permear toda nuestra religiosidad, toda nuestra fe, todo nuestro amor a Dios y a los hermanos. ¡Que ella, Madre y Reina, corone nuestras acciones, nuestros buenos deseos de santidad, de amor y de paz! ¡Que ella, desde su singular estado de Madre del Redentor, nos ayude a descubrir los planes de Dios! ¡Que ella, que está en la eternidad y contempla las cosas desde Dios, desde la plenitud del amor, nos ayude a contemplar nuestra vida desde la mirada de Dios!

11. Estimados hijos de Alcalá, estimados cofrades de Ntra. Sra. de la Soledad: ¡Sed fieles devotos de María; inculcad a vuestros hijos la devoción a la Virgen; rezadle a ella; rezad con vuestros hijos también; y enseñadles a dirigirse filialmente a nuestra Madre del cielo! Hace falta educar a las nuevas generaciones que vienen, en esa piedad filial hacia nuestra Madre, la Santísima Virgen. No es suficiente que seamos nosotros devotos de la misma. Hace falta enseñarles esa actitud hacia quien es la Madre de Cristo y Madre nuestra. ¡Que ella os bendiga a todos, en primer lugar a los cofrades, a todos los que con devoción filial la invocáis como Madre, a todos los que quieren ser fieles hijos de tan tierna y excelsa Madre! ¡Que así sea!