Fiesta de la Virgen del Val (Homilía)

Mons. Jesús Catalá Ibáñez, Obispo de Alcalá de Henares, España

 

(Ermita Virgen del Val, 17 Septiembre 2000)
Jn 2, 1-11
1. Estamos celebrando una fiesta de familia, a la que nos ha convocado Nuestra Madre María. Representamos prácticamente todos los grupos de esta gran familia, que es la Iglesia en Alcalá. Los sacerdotes, el presidente y la junta de la Cofradía de la Virgen del Val con todos los miembros, representantes de las autoridades, representantes de otras fraternidades, hermandades y cofradías; representantes de las casas regionales, y tantos y tantos hijos devotos de María, que hemos querido venir aquí a honrarla. 

2. Hemos tenido tres años de preparación para el Año Jubilar, bimilenario del nacimiento de Jesucristo y de la redención que nos trae. El Papa, Juan Pablo II, nos invitaba, durante este tiempo, a contemplar a María desde la perspectiva de la Trinidad (cf. TMA 43; 48; 54). Desde esta perspectiva trinitaria, que el Papa nos indica, vemos en primer lugar que María es una buena hija. Un proverbio dice que, para saber mandar y gobernar bien, antes hay que saber obedecer. Podemos preguntarnos: ¿Porqué ha llegado María a ser una buena Madre? Sin duda, porque antes ha sabido ser una buena hija. Eso es importante. María respecto a Dios-Padre sabe aceptar la voluntad que le propone. Cuando el ángel le anuncia que va a ser madre (cf. Lc 1, 26-38), podría haber eludido la responsabilidad de la maternidad, porque le complicaba la vida. Pero María, aún sabiendo que le complicaba la vida, lo acepta, y acepta gustosa esa voluntad de Dios; María es obediente. 

3. Profundicemos en el significado de la palabra "obediencia". Es una composición de dos términos: "ob-audiens", que significa aceptar lo que se escucha ("ob-audiencia"= obediencia), aceptar lo que se está oyendo, aceptar el mensaje que uno recibe. Eso es ser obediente. Y María fue obediente, es decir, hizo caso a la propuesta que le venía de Dios. Si queremos honrarla, hemos de decir que fue una hija buena y obediente a Dios-Padre. Ello es motivo de acción gracias a Dios por parte nuestra, por haber encontrado una mujer que ha aceptado la voluntad de Dios desde el principio hasta el final. ¿Cuál es la consecuencia práctica que esto tiene para nosotros? Si ella ha sido obediente y nosotros queremos ser buenos hijos de la María, ¿a qué nos está invitando hoy la Virgen del Val? A ser también nosotros obedientes a lo que "oigamos" a Dios, a obsequiar a Dios con nuestra "obediencia de la fe" (Rm 1, 5). 

4. ¿Y cuáles son las "palabras" de Dios, que Él quiere que vivamos y cumplamos? Hay diez palabras, llamadas "Decálogo" (deca-logos), que son los Diez Mandamientos. Esas son las diez palabras que "oímos" para aceptarlas en nuestra vida. Y hoy conviene que nos preguntemos si realmente aceptamos en nuestra vida esas diez palabras de Dios-Padre: Honrarle a Él y adorarle por encima de todo ídolo, a pesar de que tenemos muchos ídolos; respetar a los padres; respetar la vida y la fama y las propiedades ajenas; en resumen, amar a Dios y al prójimo (cf. Mc 10, 19). Todos los mandamientos, uno por uno, son palabras de vida (cf. Lc 10, 28). El Señor nos pide que los cumplamos, porque son para nosotros vida verdadera (cf. Jn 15, 10). Ahora, cada uno que analice su vida y que vea si realmente es también "obediente", escuchando y haciendo caso a esas palabras, que Dios nos da. Demos gracias a Dios porque la Virgen María ha tenido una relación filial magnífica con Dios-Padre, una relación exquisita, una relación filial de obediencia y de amor. Y esa es la actitud que deseamos también para nosotros.

5. En segundo lugar, la fiesta de hoy nos invita a contemplar a María como Madre. La que ha sido buena hija se ha convertido en una excelente Madre. No hubiera sido una buena madre, si no hubiera sido antes una buena hija. ¿Por qué es excelente madre? Porque ha aceptado la maternidad de Jesucristo. Jesús de Nazaret, del cual celebramos en este año jubilar el dos mil aniversario, se ha hecho hombre en el seno de la Virgen María (cf. Lc 1, 31). Ello es para nosotros motivo de acción de gracias a Dios. Ella nos convoca hoy para celebrar su fiesta. Y nosotros, agradecidos, le decimos: ¡Madre, Virgen del Val, gracias por tu maternidad; gracias por aceptar la palabra del ángel; gracias por ser obediente a la palabra de Dios; gracias por ser "oyente", que acepta la palabra! 

6. La maternidad de la Virgen no es solamente respecto a Jesús de Nazaret, a quien llevó en su seno. Esa maternidad la expresó de muchas maneras, cuando vivía con Jesús y sus discípulos. María acompaña a su Hijo a las bodas de Caná, como hemos oído en el evangelio de Juan. Las mujeres, sobre todo las madres, tenéis una sensibilidad especial para captar las necesidades de los demás; estáis al tanto de las cosas; también la Virgen era así. María, viendo la situación en las Bodas de Caná, le dice a Jesús: "No tienen vino" (Jn 2, 3). Jesús le responde: Déjame mujer, "Todavía no ha llegado mi hora" (Jn 2, 4). Pero María se dirige a los sirvientes y les dice: "Haced lo que Él os diga" (Jn 2, 5). María ve la dificultad, la estrechez y la difícil situación de los novios, e intenta poner remedio con gran delicadeza. Y Jesús con toda normalidad acepta lo que su madre le ha dicho. No la regaña por pedirle el milagro. Lo que la Madre le pide, no sabe decirle que no. 

7. María es también Madre de la Iglesia y, por tanto, madre nuestra. Hoy queremos celebrar esa maternidad respecto a todos nosotros. La maternidad de María es extensible a todos los hombres. Cuando Jesús, estando en la cruz, le dice a su Madre: "Ahí tienes a tu hijo" (Jn 19, 26); y luego refiriéndose a Juan le dice: "Ahí tienes a tu Madre" (Jn 19, 27), en el discípulo amado estamos representados todos. Somos hijos, todos los hombres, de esta hermosísima Madre, porque Cristo nos la ha regalado. 

8. Lo que la Iglesia le pide a María tampoco sabe decir que no. Lo que le pidáis a la Madre, lo que le pidáis a la Virgen del Val y ella se lo pida a su Hijo, Él lo cumplirá. Ella es la Madre de Cristo, que ha sabido vivir con delicadeza esa relación filial con Él. Lo que le pidamos con cariño y devoción filial no puede decirnos que no. Naturalmente siempre que no vaya en contra de la Palabra de Dios. Si le pedimos que nos conceda lo que Dios no quiere, por supuesto que no lo va a conceder, ni siquiera se lo va a pedir a su Hijo; estas oraciones no se las pasará a su hijo. Le pasará sólo aquello que sea para nuestro bien, para nuestra salvación, no lo que sea para nuestra pura conveniencia o lo que sea para nuestro mal. Tengamos claro, pues, qué es lo que le pedimos a la Virgen. 

9. La maternidad de María nos lleva a reflexionar sobre la importancia y necesidad de la Iglesia, de la que ella es también Madre. Hay algunos cristianos que dicen que creen en Jesucristo y no creen en la Iglesia; que creen en Jesucristo y en la Virgen y no creen en los sacerdotes, o en algunos aspectos de la Iglesia. Esa actitud es incomprensible. No se puede amar a una persona aceptando sólo algunos aspectos de ella; no se le puede decir a una persona: "Te amo, pero prescindo de algunos miembros de tu cuerpo o de algunos aspectos de tu persona, que no me gustan". No nos engañemos, no podemos quedarnos sólo con lo que nos gusta de la otra persona y decir: "Me gustan tus ojos; pero no quiero saber nada del resto; ni cómo piensas, ni cómo vives, ni cómo estás, si estás necesitado o no. Nadie ama sólo los ojos de su amante, lo ama entero, hasta el mal genio". Vosotros, maridos, mujeres, padres, amáis al otro de manera total, no sólo de cabeza hacia arriba o hacia abajo. A una persona se la quiere toda entera. Amamos a Jesucristo todo entero, de cabeza a los pies. 

10. "Cristo y la Iglesia son el Cristo total" (Catecismo Iglesia Católica, 795). La Iglesia consta de cabeza y miembros. Jesucristo es la cabeza de la Iglesia y los miembros (manos, brazos, corazón) somos nosotros. No se puede decir que uno cree y acepta a Jesucristo, sin aceptar a los miembros, desde el último y el más pobre, que nadie quiere y nadie pone su mirada en él, hasta el más santo de los santos. Se acepta el Cuerpo Místico de Jesucristo. Si aceptamos a Cristo, lo aceptamos de manera plena y total. Si decimos que amamos a la Virgen del Val, hemos necesariamente de amar a los hijos de la Virgen del Val, es decir, hemos de amar al resto de los hombres, nuestros hermanos. No amamos a la Madre si despreciamos a un hijo suyo y hermano nuestro. La Virgen del Val, en este día de su fiesta, como Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, nos está pidiendo que amemos a la Iglesia; que amemos a todos sus hijos, aunque sus acciones no sean santas, porque tampoco lo son las nuestras.

11. En tercer lugar, la Virgen tiene una relación especialísima con el Espíritu Santo, tercera persona de la Trinidad. María ha sido dócil al Espíritu Santo. Las inspiraciones del Espíritu las ha acogido en su corazón, porque es un corazón que ama, un corazón maternal, un corazón fiel y delicado. Por ello damos gracias a Dios; también por tener esta tierna Madre, que ha sabido seguir las insinuaciones del Espíritu. Como decíamos respecto a las otras personas divinas de la Trinidad, Padre e Hijo, la Virgen nos está pidiendo que seamos también cada uno de nosotros fieles y dóciles al Espíritu Santo (cf. Catecismo Iglesia Católica, 1310). 

12. El Espíritu nos ha dado a todos unas facultades, unos dones, unos carismas, unas gracias especiales, que no son para guardárnoslas, sino para ponerlas al servicio del Señor. El que tiene la facultad o la gracia del canto, que cante para la Virgen, que cante para todos; el que tiene el don de gobierno, que sepa gobernar por el bien común; el que tenga la gracia de la docencia, que enseñe y que nos enseñe según el Espíritu (cf. 1 Co 12, 4-11.28). Y así cada uno de nosotros aportamos a la familia lo mejor que somos y tenemos. Nadie debe zafarse, nadie debe pensar que está en la familia para ser servido. Estamos todos para servir los unos a los otros. Al igual que yo recibo ayuda de otro, también debo aportar lo que Dios ha puesto en mí para los demás. Eso es honrar a la Virgen del Val. Ella no ha retenido sus dones para sí, ella no ha acaparado a su Hijo, sino que nos lo ha regalado. Nos ha regalado sus dotes maternales y está intercediendo continuamente por nosotros, mimándonos como mimaba a Jesús y cuidándonos todos los días de nuestra vida. No podemos pedirle, cruzándonos de brazos y diciendo: "Cuídame e intercede por mí, pero yo no voy a mover un dedo". La Virgen está esperando nuestra colaboración en la Iglesia, en la sociedad, en el trabajo, en la familia. Nadie de entre nosotros, los hijos de María, debe sentirse rey para que le sirvan, sino servidores de los demás. Ese es el tercer gran ejemplo, que María nos presenta en su fiesta. Hemos escuchado en la narración del libro de los Hechos que los discípulos "perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos" (Hch 1, 14). ¡Que nosotros perseveremos también, con María, en la oración común!

13. Vamos a continuar dándole gracias a Dios, porque nos ha regalado a María, como Madre excelsa. Ella ha sabido ser hija obediente del Padre, Madre delicada de Jesucristo y dócil al Espíritu Santo. Ella es Madre tiernísima de la Iglesia. ¡Que ella, la Virgen del Val, con su poderosa y maternal intercesión, os conceda a cada uno ser obedientes al Padre, hermanos de los demás, hermanos de Jesucristo, y en actitud de servicio hacia los demás! Así sea.